JJ Barquín @barquin_julio Esta historia comienza en la explanada de la puerta de cristales del antiguo Benito Villamarín. Es temprano pero un buen grupo de aficionados ya se han concentrado para despedir al equipo y poder insuflarle todos los ánimos y la buena suerte, incluso con un buen manojo de romero, como mandan los cánones del toreo puro. Entre la muchedumbre, que agita banderas y canta por sevillanas, destacan las adolescentes que bailan vestidas de flamenca para lanzar al mundo un mensaje de que aquí, en esta tierra, todo se afronta mejor con una sonrisa y un buen baile. Los aficionados béticos miran al futuro con ilusión, con esperanza ante el momento histórico que va a vivir la institución. Sus caras reflejan esa mezcla de anhelo y expectación ante la próxima experiencia nunca vivida.

A los pocos minutos, aparece por la explanada de los chalés de Heliópolis un autobús que tiene como objetivo trasladar a los jugadores del Real Betis al aeropuerto para iniciar el viaje que los llevará a la capital de España. Está arrancando la tarde y el calor sigue apretando como es tradición en esta Sevilla de Corpus y de jueves que brillan más que el sol. Antes de subir al autocar, la plantilla se acerca a los cientos de béticos para compartir con ellos charla y disfrutar del ambiente de fiesta, mientras se deleitan con la chavalería que sigue, sin descanso, bailando por sevillanas. Otros tiempos, otros comportamientos, otra forma de ser.

Los jugadores tararean con los aficionados esas bellísimas sevillanas que compusieron, a principios de los setenta, Los Rocieros, que tenían como estribillo algunas de las palabras más hermosas que se han escrito nunca: “verde el pino y la esperanza, verde el romero y la hiedra, y verdeando va el grito Viva el Betis manquepierda”. Bajo el manto de ese estribillo toda la plantilla comienza a subir los escalones del Setra Seida que será el primer eslabón de esta marcha verde y blanca de la ilusión y los sueños deseados.

A unos pocos kilómetros del aeropuerto, cerca de la Puerta de la Carne, Diego prepara con mimo la maleta que le llevará a Madrid. En esa bolsa azul de plástico con el signo de las tres hojas ralladas, además de ropa van todas las ilusiones de un bético de raza, de tradición, de raíz y con la humildad por bandera. Debajo de todo el equipaje, Diego ha metido un pequeño saquito donde va una pieza de metal ovalada con una figura muy especial y significativa para él. Le acompaña desde hace muchos años después de una romería que le cambió la vida. Le acompaña en todos los momentos de su existencia, pero especialmente en los que suponen para él una mezcla de inquietud, nervios, zozobra y esperanza.

Diego, policía municipal por vocación, pertenece a una familia con un fuerte arraigo cristiano. Su misticismo le sirve para pasar por este mundo apoyándose en las creencias y en la devoción a ese Cristo que detrás de la ventana bendice a todo aquel que hará muchos kilómetros para alejarse de la muralla que durante miles de años abrazó la ciudad. Esta mañana ha ido a agarrarse a esa reja para pedirle por su familia, pero esta vez también le ha pedido que el viaje a la capital se desarrolle sin incidentes y que vuelvan sanos y salvos. Él no es de pedir a los santos por cosas más banales, pues siempre ha pensado que lo que no arreglen los jugadores en el campo no lo hará nadie desde el cielo.

Tras su visita al pórtico de la estrechez barroca de la calle Águilas, su intención es volver a casa para terminar de recoger las últimas cosas y estar puntual en la esquina en la que ha quedado con su gente de la peña. Y no hablamos de una peña cualquiera. Hablamos de la peña más antigua del club. Desde 1927, estos locos de la cabeza han acompañado al club de sus amores por San Fernando, Utrera, Tomelloso, Jaén o Madrid. Este desplazamiento a la capital no tiene nada que ver con aquel que hicieron otros socios de la peña para ver a su Betis contra el Plus Ultra un 19 de enero de 1958.

En ese tiempo, el Betis se jugaba el ascenso a primera y tal fue la avalancha de aficionados verdiblancos que, de jugarse en el campo de Ciudad Lineal, el encuentro tuvo que trasladarse al Bernabéu. Unas semanas antes, la afición había dado otra demostración de pasión absoluta por sus colores. Miles de seguidores béticos cogieron coches, motos, trenes o autocares para estar presentes en el estadio Domecq para apoyar a su equipo y seguir disfrutando de un deslumbrante Luis del Sol.

Diego piensa que este viaje a Madrid no se asemeja en nada al que hicieron con la peña cuando eran unos adolescentes. Ahora va en busca del triunfo, de conseguir un título, de disfrutar de algo que no ha conocido en su vida, aunque tampoco le hizo falta éxitos para quererlo como se quiere las cosas importantes de la vida. Y el Betis es una de ellas. Diego otea la habitación por si se deja algo y sale para el salón donde se despide con un sentido beso de su mujer que no puede viajar por motivos laborales.

El DC-9 de la compañía Iberia, bautizado con el nombre de Ciudad de Cáceres, acaba de aterrizar en la pista 7 del aeropuerto de Barajas. Ha sido un vuelo rápido y sin incidencias, lo que le ha permitido llegar a su hora. Aun así, se han vivido momentos de bromas, risas y de esos irrepetibles cánticos nacidos del dialecto andalusí que decía eso de Alabí, alabá, alabín, bom-bá el Betis, el Betis y nadie más. Es lo que tiene mezclar a jugadores con aficionados, que se viven momentos irrepetibles.

Todos los integrantes de la expedición comienzan a desalojar el avión y, cuando cada uno de ellos se topa con la escalerilla que los llevará al autobús de pista, es cuando comienzan a tomar conciencia de que falta poco tiempo para que arranque esta bendita locura y comience a rodar el balón. Antes habrá que entrenar, descansar bien y atender a los numerosos medios de comunicación que cubrirán uno de los partidos más importantes del año futbolístico español.

Y es que la semana previa al choque los jugadores yan han notado que algo distinto flota en el ambiente. En todos los entrenamientos la presencia de aficionados ha sido mucho más abundante de lo normal y las peticiones de entrevistas han desarbolado a la plantilla, que no está acostumbrada a tanto jolgorio informativo. Pero esta escuadra de amigos, además de futbolistas, puede con eso y con mucho más. Son un grupo variopinto pero unido por una amistad que se viene forjando como se hacen los buenos vinos, con tiempo y lentitud.

El autobús ha recorrido los escasos kilómetros que separan el Aeropuerto Madrid Barajas del Hotel Alameda, donde ya había algunos aficionados verdiblancos esperando al equipo. Los jugadores son conscientes de que les quedan unas horas de frenética actividad pues saben que los béticos no les van a dejar solos ante esa difícil tarea que tienen por delante.

Derrotar a los leones surgidos en el viejo Lezama es un objetivo complicado. Hablamos del Rey de Copas del fútbol español. Y hablamos de un equipazo que viene de hacer una temporada descomunal, llegando a la final de la UEFA donde han caído, a doble partido por el valor doble de los goles, a los pies de la Vecchia Signora de Zoff, Gentile, Tardelli o Bettega. Y hablamos de un equipo que está marcando una época dentro de la historia futbolística vizcaína y nacional. Iribar, Lasa, Alexanko, Villar, Churruca, Irureta, Rojo, Dani son algunos de los nombres y, sobre todo, hombres que llevan meses compitiendo a un nivel sobresaliente y que han quedado terceros en la liga tras Atlético de Madrid y FC Barcelona. El Betis también ha realizado una gran temporada, clasificándose para competición europea, pero el claro favorito para encontrarse por primera vez cara a cara con un joven Juan Carlos I son los cachorros.

Diego y sus amigos de la peña han comenzado el viaje en autobús. Son las once de la noche y la ciudad los despide entre viandantes y grupos de chavales que van y vienen, luces anaranjadas e infinidad de estrellas. Les queda toda una madrugada de kilómetros, pero también de charla, experiencias, cánticos, anécdotas y recuerdos. Lo habitual para hacer más llevaderas las horas de autocar, aunque en la peña tienen un máster en horas de carretera para seguir al equipo a donde haga falta. En la parte trasera, Diego va sentado con cuatro béticos con los que comparte esa pasión llamada Real Betis y la nostalgia por el tiempo pasado, pero también por el disfrutado.

Los amigos de Diego son de los que se pierden pocos entrenamientos del equipo y conocen a la mayoría de los jugadores con los que muchas veces se toman alguna cerveza en el Helio Park. Allí departen con ellos como si la diferencia entre profesionales y aficionados no existiera, con una sencillez y normalidad admirables. Antonio, Miguel y Guillermo son de esos béticos que cuando llevaban pañales en el campo del Patronato jugaban Urquiaga, Aranda, Peral o Lecue; béticos que sufrieron cuando el club se fue a segunda en el 40 tras volver de una funesta guerra entre hermanos; béticos que hicieron tortillas y prepararon bocadillos para ir a Utrera, Ciudad Real o Tomelloso.

Esta semana han estado presentes en todos los entrenamientos, como siempre, pues sus horarios se lo permiten y han charlado con Biosca, Sabaté, Cobo, López o Cardeñosa, con el que les une un cariño especial pues Julio es un mito viviente para ellos. Diego no puede asistir pues su puesto de policía local en la céntrica Campana le obliga a estar la gran mayoría de las mañanas de la semana dirigiendo el tráfico. Aun así, cuenta con un hermano que le cuenta muchas de las cosas que pasan en el club, pues todos los jugadores pasan por sus mágicas y experimentadas manos.

Entre conversaciones y cabezadas, van pasando los kilómetros. El autobús de la peña ha hecho una parada para tomar un café y usar los servicios de la estación Campsa que hay nada más salir del curvado y peligroso paso de Despeñaperros. Son ya casi las cinco de la mañana y tras el primer duerme vela que han tenido muchos de los integrantes, es necesario estirar las piernas. La noche sigue mostrando su brillante constelación, aunque hace ese típico fresco de la mañana de ese lugar de la mancha donde un ingenioso caballero y su fiel escudero anduvieron de aventuras de caballería y amores idealizados.

Les quedan todavía casi tres horas y media de viaje por ese territorio de grandes llanuras donde comparten espacio imponentes molinos de viento y vastas extensiones de todo tipo de cultivos. Casi todo el autobús ha subido para iniciar la marcha, pero quedan cuatro personajes que no paran de hablar de viajes pretéritos a estas tierras para ver partidos muy complicados para el club. Diego, Antonio, Miguel y Guillermo terminan sentándose en sus asientos ante la atronadora pitada de sus compañeros de viaje. Entre risas y chascarrillos, el conductor pone rumbo a Madrid donde tienen prevista su llegada a eso de las nueve y media de la mañana.

A pocos metros del Hotel Alameda, un Douglas DC-10 de la compañía American Airlines vuela muy bajo buscando la pista asignada por la torre de control del aeropuerto madrileño. Pasan pocos minutos de las ocho y media de la mañana y algunos jugadores se han despertado con el ruido ensordecedor del gigante de plata que acaba de pasar muy cerca de sus cabezas. A los pocos minutos, comienzan a recibir la visita del servicio de habitaciones para dejarles el desayuno. Rafa Iriondo, perro viejo en estas situaciones, decidió la noche anterior que los jugadores estén más tranquilos el día que puede llevarlos a la gloria.

La tarde de su llegada al hotel fue una locura, con infinidad de seguidores conversando y departiendo con los jugadores y le pareció hasta conveniente para soltar algo de presión a todo el plantel. Pero hoy, es 25 de junio y el estadio que besa la rivera del Manzanares espera para una tarde de copa. En la cena decidió que todo el plantel desayunará en sus habitaciones y que el hotel habilitará un comedor privado para poder almorzar alejados del tumulto que sigue acompañando al equipo.

Su decisión fue aprobada por los jugadores sin rechistar lo más mínimo. Son conscientes de lo que se juegan y además respetan y admiran profundamente a Rafael Iriondo Aurtenetxea, el mago de Guernica. Su historial es como para no sentir devoción y dejarse aconsejar por un hombre que integró una de las más míticas delanteras del Athletic y del país. Iriondo compartió camisola con Venancio, Zarra, Panizo y Gaínza. Será por eso por lo que Rafa fue un profundo defensor del fútbol de ataque, de buscar la portería a base de toque y toque. Sus conocimientos eran avanzados para la época, precursor del 4-3-3, había llegado a la ciudad y al equipo perfecto para poner en práctica sus ideales, sus deseos, sus sueños. Y en esas que se encontró con una plantilla de excelsa calidad, que conjugaba veteranía y gran polivalencia donde destacaban jugadores como Esnaola, Benítez, Megido, López, Cardeñosa, Rogelio, Anzarda o Ladinsky.

Y había llegado el día. Todos, tanto él como sus jugadores, comenzaron a sentir una extraña sensación. Una mezcla de nervios y también de tremenda ilusión puesto que estaban a unas horas de redondear una gran temporada. Tras la brillante clasificación para viajar por Europa, el club se encuentra ante la posibilidad de conseguir un segundo título tras setenta años de vivencias de todo tipo. Pero antes de todo eso hay que atender los compromisos con la prensa. Son las once y media de la mañana. El propio Iriondo junto a Cobo, Cardeñosa y Biosca se dirigen a los jardines del hotel ya que allí les esperan los medios de comunicación para saber sus impresiones antes del vital choque.

El autobús de la peña avanza por la Avenida de Andalucía, no hay mejor manera de adentrarse en la capital, y busca la Plaza de las Acacias que será el punto de encuentro para todas las actividades que gestione el grupo. Es una zona cercana al Vicente Calderón y con bastantes hostales y hoteles alrededor que podrán servir para pasar la noche. Diego y sus tres amigos son inseparables y en esta ocasión todavía más. No han reservado nada y han pensado que irán improvisando según se vayan sucediendo los acontecimientos. La mayoría de los integrantes de la peña ha hecho lo mismo.

Pero lo primero es lo primero y deben buscar un bar para poder tomar un desayuno como Dios manda, ya que la noche ha sido larga y no han descansado como es habitual. Tras reponer fuerzas, los cuatro y algunos miembros más de la peña han decidido que van a buscar la zona de la Plaza Mayor para pulsar el ambiente. Después se irán al hotel Alameda para estar cerca del equipo e insuflar ánimos a toda la expedición y fundirse con todos los béticos que están por aquella zona.

La Plaza Mayor es un hervidero de gente con bufandas del Betis, camisetas y banderas que ondean al viento. Y, por supuesto, baile por sevillanas para ir calentando el ambiente. Los bares están repletos de gente que sentada en sus veladores contempla la escena de una afición que canta sin parar coplas dedicadas a su Betis, “que juega al fútbol con ese duende que da la tierra, delante de su gente que lo seguimos sin rechistar. Si gana, viva el Betis. Si pierde, que viva el Betis. Que viva el Betis güeno, es el grito de hermandad”.

Y así, entre cánticos y charlas pasa la mañana. Diego piensa que es hora de buscar la zona de Barajas para sentir el ambiente en el hotel y poder saludar a su hermano que ya debe estar organizando todos los preparativos para el encuentro. Los cuatro toman un taxi para que los acerque al distrito de Barajas. Tras un buen rato sorteando el complicado tráfico de la gran ciudad, los cuatro están a las puertas del hotel. Hay béticos por todas partes y el color predominante es el blanco y el verde en un día soleado y caluroso. Los cuatro pasan por delante de una furgoneta de RTVE y de un Seat 124 con una gran antena en el techo donde sobresale el logotipo de RNE. Alrededor de los dos coches hay varios hombres recogiendo una maraña de cables, que han servido para grabar las entrevistas previas a la gran cita deportiva.

Tras pasar por el vestíbulo, Diego se dirige a la recepción para pedir al joven chico que la atiende que haga el favor de llamar a la habitación 157 y le diga a Vicente que su hermano le espera en la cafetería. A los pocos minutos, Diego y Vicente se funden en un abrazo que representa el amor entre hermanos y la fraternidad entre béticos de cuna. Tras ese emocionante momento, también saluda a los tres amigos que no paran de mirar a todos los lados por si ven a su ídolo eterno.

Hablamos de un jugador enjuto, como dicen algunos “muy poquita cosa”, de aspecto frágil pero que juega al fútbol como los ángeles. Para ellos, el mejor golpeo de balón que han visto en su vida sobre un terreno de juego. Lo conocen de los entrenamientos y siempre se ha portado con un grado de amabilidad fuera de serie. Les gustaría saludarlo antes del partido y desearle toda la suerte del mundo, sabedores que Julio desplegará su magia en una tarde histórica. Ellos saben que una parte muy importante del posible éxito del encuentro pasa por las botas de ese flaco nacido en tierras castellanas.

Vicente los escucha hablar con pasión del diez y les promete que, si la noche acaba en jolgorio, ellos serán los primeros en saludar a su ídolo. Tras la proposición, que suena a música celestial, Vicente se despide de su hermano no sin antes pedirle que rece mucho a esa medalla que sabe que lleva consigo. Diego ve alejarse a su hermano por el pasillo y siente un escalofrío intenso que le recorre todo el cuerpo, como consecuencia de la profunda admiración que siente por alguien que le ha enseñado muchas cosas a lo largo de su vida.

Vicente está a punto de abrir la puerta de su habitación cuando escucha a Alberto -el bético que tuvo la suerte de nacer en el Villamarín- llamarle con insistencia. Rafa Iriondo quiere que, antes de bajar a comer, ponga sus manos sobre el gemelo de Megido que desde hace varios días se encuentra algo cargado.

Tras el masaje, toda la plantilla y equipo técnico han bajado a una sala privada para comer. Al finalizar, la charla técnica tiene lugar allí mismo para no estar de sala en sala. Iriondo es un tipo sencillo y muy práctico. Y directo, pues la charla con la plantilla no dura más de veinticinco minutos. No hace falta mucho más para recordar algunos conceptos ya analizados y ensayados durante la semana. Es el momento de insistir en que muchas de las posibilidades de ganar a los leones pasan por hacer lo que este equipo sabe hacer. Y no es otra que jugar al fútbol. Además, Iriondo les recuerda que es la única manera de poder derrotar a un equipo que basa su fortaleza en lo físico y en el juego aéreo.

El objetivo es tocar, triangular, que corra la pelota para intentar minar las fuerzas de un equipo que llega a este partido tocado en lo físico, tras una temporada muy dura y una final de la UEFA muy exigente a doble partido. La parte más importante de sus palabras va encaminada a transmitir a sus hombres la confianza necesaria para que sean conscientes de que son mejores y tienen más calidad que el conjunto vasco. Esa calidad de la plantilla, el juego combinativo y la solidaridad deben ser los pilares que ayuden a levantar esa primera copa borbónica.

Son las tres de la tarde y los cuatro amigos siguen buscando un bar donde comer antes de dirigirse hacia el Calderón. Antes han dejado las cosas en el autobús de la peña y desde allí, con la mayoría de los integrantes, se dirigen a buscar por las zonas colindantes del estadio, que ya empiezan a estar abarrotadas de público de las dos aficiones. Por fin encuentran una terraza para poder coger fuerzas y entre bocatas y cervezas, el cante por sevillanas vuelve a tomar fuerza. El buen ambiente reinante es palpable y todos los béticos que pasan cerca se unen a la fiesta de la peña.

El equipo está citado a las seis de la tarde para subir al moderno Volvo que los llevará a la ribera del Manzanares. Durante el trayecto, el silencio en el interior es sepulcral y una señal inequívoca del estado de concentración y tensión que sienten los jugadores ante lo que están a punto de vivir. Según se acercan a las inmediaciones van contagiándose del ambiente y entendiendo que la hora decisiva está muy cerca. Tras bajar del autobús y con el apoyo de la Policía Nacional, que les ha hecho un cordón de seguridad, han podido entrar en el estadio y dirigirse a los vestuarios. Se escuchan ya cánticos desde las gradas y las órdenes, a pie de campo, de los entrenadores de los equipos juveniles de Zaragoza y FC Barcelona que juegan en esos momentos la final de la Copa del Rey correspondiente a su categoría.

Toda la peña de la Puerta de la Carne está en fila para entrar por la Puerta 10. Falta casi una hora, pero ya quieren acceder al campo para dejarse la garganta y animar a su equipo sin rechistar. Van subiendo el vomitorio que los llevará a la localidad que han adquirido hace ya varias semanas con toda la ilusión del mundo. Ya han localizado su sitio y están satisfechos con la ubicación. Están en la fila 12 y relativamente centrados detrás de la portería. Se ve perfectamente la otra área, pero, sobre todo, están muy cerca del césped y van a poder sentir el partido de una manera muy especial. Justo en frente de ellos, hay una pequeña puerta unida a la valla que perimetra todo el estadio y que suele usarse como vía de auxilio y evacuación.

El ambiente va creciendo y la hora se les ha pasado en un periquete contemplando como el Barsa juvenil les gana la final a los chavales maños por un entretenido e igualado marcador de 4-3. Mientras se entregaba la copa, los jugadores del Real Betis y del Athletic de Bilbao ya han saltado al césped entre el fervor de las dos aficiones que llenan por completo el estadio. El calentamiento lo han hecho en los vestuarios y ahora los dos equipos corretean mientras José Luis García Carrión llama a los capitanes para el sorteo de campo. Tras el acto protocolario, el árbitro valenciano les pide a los animosos periodistas que corren detrás de los protagonistas del encuentro que se retiren para que comience el choque. A las ocho en punto de la tarde, el colegiado pita el inicio de la final de la Copa del Rey. Rojo toca el esférico e Irureta avanza hacia campo verdiblanco…

Es el minuto 115 y la falta que le han hecho a Cardeñosa en la esquina del área es peligrosa. Todo el conjunto vasco se dispone a defender el 2-1 y López se encamina a sacar la falta. El diez verdiblanco ya tiene el balón en sus manos y le comenta al cántabro que vaya al segundo palo que él se la va a poner allí. Dicho y hecho, con ese toque que es seda encarnada en un pie de futbolista, el balón sale fuerte y en la dirección correcta para salvar la media salida de Iribar y alcanzar la cabeza de un pequeño gigante nacido en Laredo. Tras la explosión de júbilo, la tensión de saber que todo se encamina lentamente hacía los penaltis. Y eso es todavía más sufrimiento.

Diego está a punto del infarto. Ha cantado el gol de López con la agonía de quien veía que el trofeo se escapaba de las manos. Y cuando el valenciano ha pitado el final, se ha agarrado muy fuerte a esa pequeña bolsita que lleva en el bolsillo desde que salió de Sevilla. Tras el sorteo de la portería donde se lanzarán las penas máximas y observar que les ha tocado en donde se encuentran ellos, ha tenido una idea. Piensa que va a saltarse esa regla que ha llevado siempre a gala de no pedir a los santos por el fútbol. Pero está tan nervioso y angustiado que ha escudriñado un plan en un instante, en un impulso.

Es una locura, una barbaridad, pero lo va a intentar llevar a cabo. Todo sea por su Betis. Se lo comenta a Antonio, Guillermo y Miguel y como lo conocen no le dicen nada. Piensan que está como una cabra, pero saben que como algo se le meta en la cabeza no hay vuelta atrás. Así que es imposible discutir esas cosas con él. El césped está lleno de jugadores, plantel técnico, periodistas y miembros de la Policía Nacional. Es el momento idóneo. Diego se deja caer sobre su asiento como si le hubiera dado un fuerte desmayo. Sus tres amigos comienzan a avisar a los miembros de la Cruz Roja que están muy cerca de la portería donde han visto todo el encuentro. Los propios aficionados verdiblancos de los asientos delanteros hacen de altavoz común para que llegue el mensaje a los sanitarios.

Rápidamente se abre la pequeña puerta de la valla que rodea el estadio y antes de que puedan comenzar a subir, los tres amigos se abren paso entre el público para acercar a Diego al césped. Va como muerto y con las manos caídas. Está representando el papel de su vida en el mejor teatro posible. Los miembros de la Cruz Roja le esperan en la misma puerta con la camilla desplegada para poder atenderle lo antes posible. Con mimo y suavidad lo posan mostrando una figurada preocupación por su amigo. Cuando el enfermero comienza a hablarle, Diego abre los ojos y muestra confusión ante la situación en la que se encuentra. Para sus adentros piensa que la cosa va funcionando.

Los cuatro integrantes de la Cruz Roja están liados con Diego que bebe un poco de agua e incluso se la echa por la cabeza para refrescarse. Sus amigos comienzan a decirles que puede que haya sido una bajada de tensión por todos los nervios vividos en el partido. Poco a poco, va recomponiendo la figura y como los equipos comienzan a dirigirse hacia la portería donde están perpetrando la representación, el enfermero toma la decisión de que todo ha sido un susto minúsculo.

Mientras los camilleros recogen todo, Diego hace el gesto a sus amigos para que hablen y rodeen a los dos enfermeros. Es el momento que aprovecha para sacar la bolsa que lleva en su bolsillo y colgar la medalla en la parte trasera de la portería donde se van a lanzar los penaltis. Una vez completado con éxito el plan, se retiran por la misma portezuela que habían trasladado a Diego minutos antes.

Casi media hora después y 20 lanzamientos, el Betis se proclama campeón de la primera Copa del Rey. Diego, Antonio, Miguel y Guillermo se abrazan llorando, saltando y cantando ante lo que están viviendo. Es ahora cuando los cuatro están entendiendo que esta filosofía de vida que son las trece barras es un sentimiento que crece gracias a todos los que lo hacen posible. Que el Betis son sus béticos, que el Betis es una locura que sigue viva por quienes han creado esta religión basada en el amor sin límites, en el marquepierda como slogan de apoyo incondicional, como grito de supervivencia ante los malos momentos.

Tras ese instante de plenitud verdiblanca, de existencialismo en vena por un triunfo glorioso, Diego tiene otro pensamiento arrebatador. Tiene que poner esa medalla en el pecho del héroe de Andoáin. Ha sido crucial en esa eterna y angustiosa tanda de penas máximas. Y él sabe la razón de tal éxito. Su hermano Vicente le ha comentado alguna vez que José Ramón tiene una pequeña libreta donde va apuntando la dirección de todos los lanzamientos que le van haciendo los jugadores a los que se van enfrentando desde que comenzó su carrera. Por esa razón ha adivinado algunos de los lanzamientos de los jugadores vizcaínos.

Diego se dirige a la puerta por la que antes ha salido haciéndose el desmayado y ahora corre como un poseso para recoger la medalla que ha atado a la red de la portería. La coge con sublime cariño y le da un beso eterno para agradecerle el momento que está viviendo lejos de la aldea donde ella reina entre las marismas. Las lágrimas comienzan a caer por las mejillas de un bético que ahora es el hombre más feliz del mundo. Tras secarse con su pañuelo, está esperando a que los jugadores salten al césped con la copa. Será en ese momento cuando aprovechará para poner en el cuello de Esnaola su medalla de cordón renegrido y la imagen de la Virgen del Rocío.

Tras todo el festejo en el Calderón, llega el momento en que Diego y sus amigos se dirigen al hotel para celebrar con los jugadores el triunfo. Cientos de béticos cantan, beben y comen ondeando sus banderas al viento de la noche madrileña. Dentro solamente han podido pasar unos elegidos que siguen festejando con todo el plantel y expedición la consecución de una copa histórica. Son ya casi las dos de la mañana y Diego ha perdido de vista a sus tres amigos con tantos béticos conquistando el Hotel Alameda. Diego está charlando con su hermano Vicente y comentando su desmayo y posterior celebración con Esnaola en el césped. Sin darse cuenta, la fotografía del cancerbero con la copa y la medalla será eterna entre los béticos.

Por su parte, Antonio, Miguel y Guillermo están tumbados en el suelo de la habitación 137. Como tiene moqueta, el descanso será más fácil, aunque sabiendo con quienes están compartiendo habitación el sueño será en sí mismo una fantasía hecha realidad. Les ha venido de perlas no hacer planes y dejar que el destino les dejase reservado una sorpresa que jamás olvidarán mientras vivan. En las dos camas de esa misma habitación, Julio Cardeñosa y Juan García Soriano se dejan llevar por todo lo vivido para intentar dormir tras el esfuerzo físico y las celebraciones.

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Termina este viaje, este éxodo verdiblanco. Allí, en las entrañas del Hotel Alameda, concluye un desplazamiento que se inició delante de la puerta de cristales. Fue un viaje agónico pero bellísimo donde se escribió una de las páginas más emotivas y recordadas de nuestra historia en verde y blanco. En cierto sentido, fue un viaje iniciático donde el beticismo llevó al extremo ese concepto de transitar por el sufrimiento sin medida, de pasar por contrariedades para conseguir la gloria. Un viaje para tomar conciencia de nuestra identidad, de nuestra esencia como grupo. Un viaje para saber que la gloria se había tocado de la mano de un vasco y un grupo de amigos que se divertían jugando al fútbol.

Y este viaje también es un homenaje a un mito viviente, al ídolo de los amigos de Diego y de quien escribe, que se inició al Betis sentado en las oxidadas barandillas de Gol Sur viendo esos pases magistrales de cientos de metros. Un viaje que termina con este homenaje a un flaco con el diez a la espalda y que un día se dejó caer encima del banderín de un córner para mostrar al mundo cómo descansa un artista del fútbol, un genio del balompié.