Pablo Caballero Payán Suele ocurrir que cuando alguien muere reciba una sarta de elogios y buenas palabras y repite con acierto mi madre en este tipo de situaciones la siguiente frase: que Dios nos libre del día de las alabanzas. Ayer, Sábado de Pasión en esta Sevilla tan cofrade, falleció Manuel Ruiz de Lopera que, para bien y para mal, es un personaje irrepetible y fundamental en la historia del Real Betis Balompié.

No voy a caer en la hipocresía de escribir un artículo cargado de elogios y loas a Lopera. Desde que me inicié en esta tarea de plasmar en escritos mi opinión sobre la actualidad del club verdiblanco, allá por el año 2007, han sido múltiples mis críticas y mi oposición frontal a todo lo que rodeaba al vecino de la calle Jabugo. Su particular manera de dirigir el rumbo de la entidad de Heliópolis tuvo muchísimas sombras y, también hay que decirlo, luces que nos llenaron de alegría. Quedarán siempre en el recuerdo positivo de los béticos el ascenso en Burgos y el brillante retorno a Primera, con el Betis codeándose con los mejores de la categoría y disfrutando de futbolistas de la talla de Alfonso, Jarni, Finidi o Denílson. Y como no, la inolvidable noche del once de junio de 2005 a orillas del Manzanares, donde tocamos la gloria de la mano de Serra Ferrer, Oliveira, Joaquín, Edu y Dani entre otros. Antes de ese título copero ya habíamos pagado por sus malas decisiones un año en Segunda que se enmendó con aquel ascenso en Jaén.

Y lo que vino tras lograr la segunda Copa del Rey verdiblanca fueron temporadas muy canallas y decepcionantes que volvieron a llevar al Real Betis a Segunda División en 2009. Ya por esa fecha se había puesto en marcha una oposición frontal a Lopera que terminó con el club judicializado tras la supuesta venta de sus acciones a un mafioso de tomo y lomo llamado Luis Oliver. Aquello duró poco afortunadamente y el Real Betis, tras muchas penurias, dificultades y alguna que otra alegría, terminó de cerrar ese capítulo negro de su historia con el pacto firmado por los actuales dirigentes béticos con Lopera en 2017.

El dirigente de El Fontanal llegó al Betis en 1991, con el plan de saneamiento en el horizonte y Lopera fue una pieza fundamental para la conversión de la entidad bética en sociedad anónima deportiva. Ese fue su primer gran engaño, pues nos vendió durante años que salvó al club poniendo su patrimonio en juego y luego se demostró que no soltó ni una peseta. Lopera perteneció a esa estirpe de presidentes noventeros de dudosa reputación, pero con un carisma y una gracia avasalladora. En la memoria de todos quedarán para siempre sus míticas frases, sus salidas de tono, sus discursos populistas, sus medidas esperpénticas y sus enfrentamientos con presidentes, entrenadores y jugadores. Ayer, a la edad de setenta y nueve años, falleció en su casa de la calle Jabugo. Que descanse en paz.