Reyes Aguilar @oncereyes El gol de Fekir ante el Levante fue una obra de arte, uno de esos goles de pañuelos que se contarán y se recordarán en el tiempo firmado por la mejor versión de un futbolista talentoso pero guadianesco en cuanto al rendimiento. De él esperamos que rinda como el campeón del mundo que es y esté al nivel del desembolso que el club hizo en su momento, el reconocimiento debe ir de la mano de la exigencia, algo que Manuel Pellegrini ha sabido interpretar echándole el brazo por encima al francés para facilitarle sacar la magia que guardaba en su chistera; maestría a la hora de pasar el balón, la clase que tiene en la pierna izquierda, una excelente visión de juego y su enorme capacidad para desequilibrar y regatear a los contrarios, además de marcar goles antológicos.

He leído que ese gol se ha calificado como maradoniano y de cómo habría sido el eco si en lugar de marcarlo vestido de verde y blanco, el francés hubiese vestido otros colores. También he leído, en relación al gol y a su autor, que el Betis tiene una escasa capacidad para sacar lo mejor de cualquier futbolista, tildando al club como de la principal tara que impide el avance de un jugador. Son palabras necias a las cuales hemos de poner oídos sordos, porque los anales de la centenaria historia de un club respetado e infinitamente querido por tantísimos béticos y béticas en y de cualquier parte del mundo, están llenos de jugadores a los que el Real Betis Balompié, sacó su esencia sin esfuerzo, simplemente ofreciéndoles ser presos de las trece barras para convertirlos en parte de su historia, su leyenda y su idiosincrasia, futbolistas de ese once mítico que cada bético y cada bética guarda en su corazón. Fue uno de esos jugadores míticos quien marcó un gol similar al que nos levantó del sofá a todos el pasado viernes, ocurrió por 1983 al Sporting, se llamaba Gabriel Humberto Calderón y además de quedarse con el dorsal número once en propiedad, tenía la capacidad de silenciar al Villamarín cada vez que el balón buscaba el gol de falta. Pero la “tara” quizás le impidió avanzar por jugar en el Real Betis y no en otro equipo donde tocase plata y no gloria. Que le pregunten por la gloria bética a Alfonso, a Oliveira, a Robert Jarni, a Cardeñosa, a Finidi o a Rogelio, la zurda de caoba y sus goles olímpicos, o a Luis del Sol Cascajares, quien tras dejarnos el camino a las estrellas desde san Jerónimo, se marchó para dejar la suya propia en el paseo de la fama de la Juventus de Turín. Que le pregunten a Rafael Gordillo dónde se hizo futbolista y dónde está esa tara que le impidió avanzar para ser uno de los mejores futbolistas del mundo, antes de dejar cosido su nombre a la banda izquierda de cualquier campo de fútbol.

El Betis, dicen las palabras necias, tiene una escasa capacidad para sacar lo mejor de cualquier futbolista, como Joaquín, el incombustible, el líder o Fabián, triunfando en Italia y con el corazón en Heliópolis o el mismísimo Canales, que llegó para recomponerse de sus propias cenizas precisamente aquí, en el Villamarín, para ofrecer lo mejor que tiene como futbolista. Fekir nos ha regalado un gol que ha dado la vuelta al mundo, así como una implicación total con el equipo en el que juega, mostrando una actitud excelente de enchufe en la corriente eurobética, será por la escasa capacidad que tiene este club de sacar lo mejor de cualquier futbolista que se vista de verdiblanco; la tara del necio o la gloria del bético.

Foto Principal: Real Betis Balompié