JJ Baquín @barquin_julio Resulta complicado hablar de felicidad en estos tiempos. Con un mundo en plena ebullición, en medio de una pandemia demoledora y viendo como la sociedad se enfrasca en la confrontación para descomponer aún más este valle de lágrimas. Pero, sin felicidad, el ser humano se habría extinguido hace mucho tiempo. No es una percepción plena, sino instantánea, fugaz. En eso pivota su valor, su poder. Se siente y disfruta en pequeñas dosis, únicas e irrepetibles para ser recordadas con el paso del tiempo.

La semana pasada venía conduciendo por la nacional que va de Badajoz a Zafra. La tarde estaba metida en negras nubes, lluvia y mucho viento. Casualmente, para completar la escena, sonaba Have you ever seen the rain en la voz del gran John Fogerty. Lo que para muchos podría ser un momento complicado, para mí es la absoluta felicidad. Conducir por una carretera sinuosa, con mala climatología y con buena música. Muchos no lo entenderán, pero cada uno es dichoso a su manera. Y en ese momento de placidez, me viene a la cabeza el Betis. Supongo que mi cerebro asocia felicidad con las trece barras. Es inevitable. Mucho de los buenos momentos vividos en estos 53 años, me los ha traído el Manquepierda. 

El recuerdo llega para darme cuenta de los momentos de felicidad que me estoy perdiendo, de los que nos estamos perdiendo todos los béticos. Me refiero a esos instantes de nervios en casa antes de enfilar el camino para ir al estadio. A esa sensación de subir las escaleras y escuchar como rugen las gargantas de los aficionados como si de un canto religioso se tratara. Me refiero a esa salida al vomitorio para disfrutar de esa maravillosa visión del Villamarín. Y, por supuesto, a sentarme con la familia verdiblanca, la de sangre y la de sentimiento verdiblanco en la localidad. Como dice mi querida Reyes, el Betis son sus béticos, su gente, esa que no le abandona nunca.

La vida está llena de momentos complicados, con pinceladas de felicidad. Por eso son tan anhelados esos instantes verdiblancos de éxtasis efímero. Es ahora cuando uno se da cuenta de que esto no va de resultados, de puntos, de exigencia sino de sentimientos, emociones y vivencias que nos reconfortan en lo más profundo del alma de las trece barras. Esto no va de enfrentamientos, provocaciones o batallas, va de esos soplos de vida que son tan apreciados cuando no se tienen, cuando no se disfrutan, cuando algo o alguien nos los arrebata de cuajo.

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