Reyes Aguilar @oncereyes Imposible olvidarme de aquella niña pelirroja de mi barrio, la que conservaba uno a uno todos los carnés del mismo Betis que su padre y su hermano defendieron con la misma elegancia y señorío que intramuros se estila; Macarena, no podría llamarse de otra manera, y de Laura, tan pequeña, tan mujer ahora, pidiéndole un autógrafo a Hadzibegic tras finalizar alguno de aquellos entrenamientos con partidillo de cada jueves a los que nos llevaba su padre desde el polígono a la antigua ciudad deportiva del viejo Villamarín. Han pasado los años, los goles y las lluvias y verlas en el homenaje que su Betis, nuestro Betis, el Real Betis Balompié, les rindió con motivo de la semana de la mujer bética, me llena de orgullo porque en ellas están representadas muchas béticas anónimas que identificadas con la misma bandera de rayas verdes y blancas, pertenecen a esa estirpe de béticas encargadas de perpetuar la bendita rama que al tronco nace. Y no busquen más, que no hay, ahí está el Betis, en los lazos verdes de las coletas, en la mochila del colegio con el escudo o en cada botón del chaquetón que aquella madre, cayendo el relente sobre el Villamarín, le abrochaba al niño que entusiasmado, veía como su Betis se vestía de ese Betis capaz incluso de ganarle al Real Madrid. Está en la bufanda que Lola estrenó la primera vez que pisó el campo, para que tuviese siempre el recuerdo de su tía y de esa primera vez, como ocurrió en aquellos años ochenta cuando la banda izquierda le cosió a su escudo particular un tres a la espalda, de mano de su padre. Que Lola siempre lleve la bufanda con el mismo olor a hierba, que siempre me recuerden con la carpeta del colegio y la foto de Gordillo y que nunca se me borren los besos de mi abuela Reyes en aquellos domingos de Seat 127 y carrusel deportivo, aquella bética pequeña, risueña, inmensa y silenciosa que le brillaban los ojos hablando de Andrés Aranda y de cómo su padre, acomodador del viejo Patronato, hizo béticos a todos los niños de la Puerta Real en base a “Viva er Beti” y avellanas, entre historias de tranvías y tablas verdes. Su hermana, Pepa, con cien años cumplidos en enero, recita la alineación de aquel Betis de apellidos vascos como un soneto sin saber la cantidad de béticos a los que esas historias han hecho más orgullosos de serlo todavía. Béticas del verde y blanco, de padres a hijas o de abuelas a nietos que han hecho beticismo sin darse cuenta, solo compartiendo el sentimiento de quien ofrece lo que ama, de ese Betis que aflora cuando la dificultad asoma, como ejemplo de otra manera más de ser bética. Béticas valientes, de herencia y tradición, en las cátedras universitarias y en los delantales, en las grandes empresas y en los alfileres de tender la ropa, béticas embajadoras del mejor Manquepierda, dueñas del testigo y el privilegio de perdurar y engrandecer la estirpe de tantos béticos y béticas que cuando nacen al sol de Heliópolis, nunca dejará de alumbrarles.

Foto Principal: Real Betis Balompié