Reyes Aguilar @oncereyes Lo vivido ayer duele por varias circunstancias; el silencio ensordecedor del campo, casi maestrante, el vacío, el eco, las pantallas de televisión en los bares con distancia de seguridad, las mascarillas o los salones de las casas, escenarios donde se jugaba un derbi de pasión enlatada, descafeinada. Duele un derbi sin latidos de corazón en la grada y duele un Betis sin latidos del corazón en su escudo, de un equipo que tres meses después sigue sin jugar a nada aunque su entrenador se empeñe en imponernos que la confianza tiene su proceso, desconociendo que en cuestiones de paciencia a los béticos, no se nos puede retar.

Duele la derrota de ayer por merecida y por ser el pago recibido a la anhelada espera; de nuevo la falta de alma, de coraje, de ambición, entrega y casta se asomaron al planteamiento del partido del Señor Rubí para confirmar que lo que nos aguarda es similar a lo que dejamos atrás. Los tres meses de parón no han hecho otra cosa más que corroborar lo que de sobra sabíamos tantas veces oído envuelto en palabras vacías y humo; una defensa penosa, otro planteamiento de juego erróneo y la fe ciega fijada en los dos o tres baluartes que de vez en cuando, sacan el conejo de la chistera y nos llenan el cielo de estrellas fugaces. Ayer, ni eso.

El Betis se vistió sin alma y sin ilusión para reencontrase con los suyos, aquellos que esperaban con anhelo el reencuentro con la ráfaga verdiblanca del balón comenzando a rodar por la hierba para que nos insuflase el alma, recibiendo a cambio más de lo mismo; un equipo que pierde puntos como trenes que se van, dejando tras los noventa minutos la desilusión enorme de que un año más, no aspiraremos a nada porque ante actitudes como la de ayer, es imposible ambicionarlo.

Ayer, jueves del corpus, uno de esos días que relucen más que el sol, el Real Betis Balompié, el mismo día que quince años atrás, once jugadores con el mismo escudo levantaban la Copa en el Calderón, última alegría en la vitrina del alma del beticismo, salió tres meses después de aquella noche de marzo donde le ganamos al Real Madrid con una victoria quijotesca, como una de esas estrellas fugaces con las que se alimenta el palco y el banquillo, a jugar el partido más importante de los dos más importantes que a esta ciudad dual, une y reúne, sin llevar ni las ganas, ni la esencia,  ni el espíritu que nos simboliza a todo un Sánchez Pizjuán excepcional e históricamente sin público, ni propio, ni visitante. Por no ir ni siquiera fue el propio Betis.

Foto: Rtve