Reyes Aguilar @oncereyes Llega Isco en julio, se viste de verdiblanco y se come al contrario desde el minuto 1 con la afición soberana dentro del bolsillo, y sin que nos de tiempo a reaccionar, se sube en el podio del MVP del partido hasta cuando sale del Villamarín camino de su casa. Implicadísimo, como si se hubiese fotografiado de niño con Cardeñosa o se hubiese comido más de un montadito en el kiosco de la melva, este chaval malagueño de ojos ilusionantes, coleta moderna y pasado blanco, ha llegado para quedarse y empaparse de la idiosincrasia de un club al que sin tregua alguna o capacidad de reacción ni falta que nos hizo, ha sabido adaptarse y ha sabido ganarse en base a actuaciones que lo hacen ser embajador del Manquepierda por méritos propios. A quien escribe, reacia al principio con su fichaje, temiendo que su llegada solo fuese para buscar acomodo en el tan temido cementerio de elefantes, han sido sus actos en la sombra los que me han ganado hasta el punto de que absolutamente, entrego la cuchara con él; el gesto del taconazo antológico a Abde ante el Aris Limasol, el pase excepcional a Miranda en el derbi, el imposible a Willian José ante el Mallorca o sobre todo, el detalle con Fekir al cederle el brazalete de capitán y el balón para que fuese él quien tirase el penalti en la noche europea, con su característica sonrisa por bandera. El gesto de enorme generosidad de Isco al cederle el balón al compañero para que recuperase la confianza tras nueve meses de ausencia vale más que el gol en sí y eso se leyó en el marcador de aquel jueves medio lluvioso en griego, en turco y en el idioma del corazón. Pellegrini lo tenía que entender y lo entendió, aunque desde su perspectiva de capitán de la nave bética no le hiciera mucha gracia ya que conociendo al Betis, bien pudo salirnos caro, pero él es quien mejor conoce al dorsal 22 y sabe que era ese número el as bajo la manga de su chándal, una master class de ingeniería del profesor chileno; la magia de la dupla Fekir, Isco y vivecersa.

Llegó la banda del campeón grita la grada y sin dudarlo, le hemos jurado amor eterno a Isco, a sus regates imposibles, a sus ganas de ganar y a su corazón preso de trece barras en apenas cuatro meses. Salir por una puerta de atrás le abrió otra puerta grande, la de la gloria bética.

Foto Principal: EFE