Armando Rendón Aguilera @armandoren No se acuerda, a pesar de su magnífica memoria, pero le han contado que vio por primera vez la luz en Figueras, mientras su madre lo miraba con esa mirada cargada de amor y satisfacción que sólo puede transmitir quien ha dado la vida. Si sus padres no se lo hubiesen confirmado y en el registro civil así apareciese, él no hubiese creído nunca sus orígenes, pero la vida da esas sorpresas. Y así fue como Jose María comenzó un camino vital lleno de manquepierdas gloriosos. Los que lo vieron nacer contaron que todo apuntaba a que el niño iba a ser “raro”, apuntando mechón de pelo blanco y unas ganas de comerse el mundo y aprender que no eran habituales…más que llorar ya recitaba en sus inicios infantiles. Él no lo sabía, pero el destino ya le tenía regalos preparados en color Andalucía.

Los baberos catalanes los cambió la familia por camarones gaditanos, empezando el niño a empaparse de SUR, a completarse y a curtirse en “pishas”, caletas y carnavales. Su proceso sanguíneo evolucionaba del rojo al amarillo “cai”, siendo para alguien tan inquieto como él algo que no dejaba de aportarle más y más sabia y aprendizajes. Mientras estudiaba en la congregación de Don Bosco y María Auxiliadora cantaba todo aquello que le ponían por delante, con esa voz tan suya y particular…tan de Lobo López, tan humilde de principio a fin. Tan difícilmente natural y transparente, que no fácil. Y el carnaval como banda sonora, como hilo musical inicial. Algo del fútbol empezó también a quedarse dentro de él, empapándose de esa pasión que se tiene en Cádiz por el equipo de su ciudad, esa otra escuadra de referencia del fútbol donde el resultado importa menos que sentirse participe de la hermandad que generan los sentimientos que rodean al deporte.

Los vaivenes de la vida lo alejaron de la “Tacita de Plata”, pero temporalmente ya que nunca jamás se volvió a despegar de esa tierra tan mágica, tan única, tan maravillosa, tan diferente. Partía como llegó, cargando en su mochila con nuevas experiencias que luego le servirían para pintar cantando lo cotidiano. Música de huesos de aceituna y de superhéroes de barrio (de la Viña o del Polígono San Pablo). Se traslada a la ciudad que, cruzada por el Guadalquivir, forma parte del cuerpo de Sanlúcar de Barrameda, pero de interior. En Sevilla vuelve a mutar, a adaptarse, a absorber cultura y vivencias, esas que sigue almacenando en su disco duro vital y que luego va regalando por donde canta. Viajó, estudió y siguió acumulando sabiduría popular.

Cuenta la leyenda, que tras redescubrir el flamenco en Estados Unidos a través de un gitano al que le presentó un judío, volvió a su tierra más interesado por ese mundillo y que al encontrarse con ese mago de las cuerdas, de nombre Raimundo, todo cambió. Y ese cambio lo convirtió en Veneno Verde, cosas de la vida. Y entonces, sucedió una de esas coincidencias tan béticas, tan existenciales y tan única, a las que por suerte estamos acostumbrados los del sentimiento en verdiblanco. Tras conocer a D. Raimundo Amador, primo gitano de B.B. King, se pusieron a dibujar canciones junto a Rafael Amador, y de ahí surgió Veneno. Luego pasó lo de la Leyenda del Tiempo, lo de juntarse con otros genios y maestros, pero nos quedamos en 1977, año de la aparición, año en el que el beticismo apareció donde menos se lo esperaba, como siempre, para elegir a los elegidos.

Corría el año 1977 y ese año, como todos saben, se disputaba la primera copa del Rey de fútbol tras años negros de dictadura. El equipo de las trece barras, el de Iriondo, había ido avanzando en la competición hasta derrumbar en semifinales al Español. La final con el Athletic de Bilbao fue una de esas obras de arte futbolístico que solo se pueden permitir gente como Esnaola, Biosca o el propio Cardeñosa, ese flaco de magia gigante. Como siempre, contra todos los obstáculos del mundo y derribando todas las previsiones, el equipo ganó la final y la locura se apoderó de la Sevilla verde, la mayoritaria.

Quisieron las casualidades de la vida que Kiko y los hermanos Amador finalizaran la grabación en Madrid de su disco “Veneno”, exactamente el mismo día que se disputaba la final. Todos sabemos la diáspora laboral que el pueblo andaluz ha sufrido a lo largo de la historia, buscando sustento y mejores condiciones vitales que las que da la propia tierra. Pues bien, Kiko, Raimundo y Rafael fueron a “celebrar” que habían finalizado el sueño de grabar un disco y para celebrarlo no se fueron a una biblioteca, museo o santuario religioso, no, se fueron a un bar (que para eso están, para celebrar). Y allí esperaba a nuestro protagonista una corriente existencial, una filosofía de vida de la que siempre ha hecho gala hasta constituirse como uno de sus más destacados representantes hasta nuestros días.

Celebrando la grabación y compartiendo mesa y mantel con los hermanos Amador, coincidieron en el local con currantes de la hostelería, de orígenes andaluces, y fervientes seguidores de la religión bética. Unos celebraban un disco, los otros un título. Sea quien sea, hizo que ambas celebraciones coincidiesen, que aquello no fuese casual y que a Kiko aquello lo marcase de por vida, porque esa señal lo llevaría a ser uno más de la infantería bética. Una coincidencia definitiva para integrarse en el beticismo, en su corriente existencial, filosofía de vida.

Esa noche pasó lo que tenía que pasar. Noche larga, de risas, derroches y amistades forjadas de la complicidad, alegría y hermandad. Noche que da sentido a su mítica frase “Enamorado de la vida, aunque a veces duela”. Estaba claro que alguien indomable con sus valores, su fidelidad, su humildad y su espíritu de sacrificio, tenía que ser uno de los mejores abanderados de la corriente bética. Uno más de los “Sísifos” que creen que el disfrute cotidiano es realmente lo que da valor a nuestra existencia, que hay que seguir asumiendo el enorme peso de las derrotas y que la vida hay que disfrutarla a sorbitos en verde Betis…..y ya para siempre, todo ya fue Veneno Verde.