Este relato está dedicado a todos esos jugadores que, a lo largo de la historia, integraron en algún momento la disciplina verdiblanca. Sin ellos, la historia de este club no habría sido la misma e, incluso, puede que no se pudiera haber escrito. Normalmente, los testimonios y las crónicas se acuerdan de los astros verdiblancos, destacan a los jugadores que sobresalieron y ensalzan las estrellas que un día impresionaron a todo un estadio. Pero, en este libro de relatos, también queremos realizar una semblanza de todos esos jugadores que se enfundaron la elástica de las trece barras y que lo dieron todo por este club. Ellos también tienen un sitio reservado en la memoria del Real Betis, aunque para muchos sean unos auténticos desconocidos.  

JJ Barquín @barquin_julio Esta historia comienza en las laderas del Castillo del Rey Hespero. Se dice que este soberano estuvo por estas tierras gaditanas allá por el año 1659 antes de Cristo. En su mandato mandó construir un castillo en lo más alto de un gran cerro para ver las estrellas. La leyenda cuenta que una noche, a fuerza de contemplar tanto tiempo el firmamento, el rey acabó transformándose en una estrella más. Hay otra leyenda que recorre, no el mundo entero, pero si la pedanía de Espera, pero no me gusta tanto como esta que les acabo de relatar. En las leyendas también hay gustos y prioridades.

Sea como fuere, Espera es un pueblo situado a las puertas de la Sierra de Grazalema que tiene un origen prehistórico pues en sus terrenos se han hallado restos arqueológicos pertenecientes al Paleolítico. Pero no son los únicos que hicieron vida por estas extensas campiñas gaditanas. También se han encontrado restos de las culturas turdetanas, íberas y cartaginesas. Aunque si alguien dejó una importante huella en Espera fueron los romanos. Y es que a pocos kilómetros de lo que hoy es la población, estuvo asentada Carissa Aurelia, un municipio romano que posteriormente recibió la denominación de Cives Romanis, lo que le permitió acuñar moneda propia durante el mandato del emperador Vespasiano y que viene a certificar la importancia de aquella urbe.

Tras los romanos, quienes estuvieron por estas laderas fueron los musulmanes y ellos sí que construyeron el Castillo de Fatetar, gracias al empeño de Abderramán III, el último emir independiente y primer califa Omeya de Córdoba. Tras ellos, la reconquista cristiana y tantos y tantos episodios, acontecimientos, sucesos y aventuras de todo un pueblo. Uno de los episodios más universales de Espera es que en sus calles se originó la famosa frase “esto va a acabar como el rosario de la Aurora, a farolazos”. En la localidad existía una gran rivalidad entre las hermandades de la Vera Cruz y de las Ánimas. En 1749, en el entierro de un vecino que era hermano de las dos cofradías, los responsables de cada hermandad comenzaron a deliberar qué estandarte debía presidir el sepelio y la discusión fue subiendo de tono hasta llegar a utilizar la fuerza y los faroles de la comitiva.

Pues aquí, en esta villa nació nuestro protagonista. Espera vio nacer en el año 1943 a Antonio. Hablamos de una localidad que vivía un periodo crucial de postguerra. La miseria, la pobreza y el hambre campaban a sus anchas por cada rincón y cada calle de la localidad. Tal era la necesidad que había que cuando la almazara iniciaba los trabajos de prensado de las aceitunas, los niños iban con una cucharilla al sumidero de la calle para recoger las escorrentías que salían del molino. Espera representaba el tipismo de pueblo de aquella España rota, herida entre hermanos, donde el campo era el único sustento para malvivir. Una España de señoritos, cante hondo de vino, curas de misa y regañina y guardias civiles con malas intenciones y peores ideas. Al obrero, al campesino le quedaba trabajar de sol a sol por un jornal raquítico. Algunas veces ni eso, el trabajo era comer y dormir.

Muchos niños del pueblo nacieron en una zahúrda que era esa zona de las fincas donde sus padres se encargaban de las bestias. Entre gallinas, cochinos y burros andaba la suerte de poder venir al mundo, en un periodo confuso, problemático, complejo, duro y, sobre todo, con poco futuro. No es de extrañar que con ese panorama la emigración fuese la única manera de aspirar a una vida digna. Espera, como tantas poblaciones de la provincia de Cádiz y de toda Andalucía, fue una localidad que convivió con el hambre y el miedo a los caciques, los mentirosos y los traidores.

Aun así, Antonio no vivió las extremas penurias y estrecheces de la época. Su padre se ganaba la vida de forma holgada gestionando seguros en la compañía La Mundial para las cosechas que germinaban en los fértiles campos de la Espera agrícola. Vino al mundo en una sombría y austera habitación con vistas al silo que preside la carretera que va hacia Bornos y desde donde se ven las montañas de la Sierra de Grazalema. Un catorce de septiembre de 1943 se presentó en este mundo para ser el más pequeño de cuatro hermanos.

La infancia de Antonio transcurrió como la de todos los críos de la época. Baby blanco con cuellos azules para ir al colegio donde los curas daban lecciones y alguna que otra ostia sin que fuese necesario ir a misa. Tras la comida, el balón era el centro del universo para todos los niños de su época. Bajo la majestuosa mirada de la Iglesia de Santa María de Gracia y el murmullo de las tertulias en Casa Frasquito, donde los hombres daban cuenta de botellas de manzanilla, la calle de Los Toros se transformaba en un improvisado campo de futbol. Allí pasaban las horas entre carreras, caídas, gritos y sudores. El único momento donde se quedaban petrificados como estatuas era cuando por la esquina del Callejón del Peligro aparecían D. Juan Manuel, el cura, acompañado por un sequito de mujeres vestidas de riguroso negro. Colegio, fútbol y misa eran las actividades que llenaban la vida de Antonio, sus hermanos y amigos de calle.

Poco a poco, la existencia fue avanzando entre estudios y trabajos relacionados con los cultivos de trigo y algodón y las múltiples faenas del campo. Y, sobre todo, por la llegada de una fecha clave en la localidad, las fiestas patronales del Sto. Cristo de la Antigua. En la primera quincena de septiembre, Espera se convertía en una explosión de jolgorio, fe y emociones por la bajada y subida de la venerada imagen del siglo XVI. En esos días, se celebraba el Trofeo Villa de Espera y era el momento con el que soñaban todos los chavales del pueblo para poder debutar con los colores azul y rojo. Era el único periodo para poder jugar en un campo con sus dimensiones reales, ya que durante el verano los campos se convertían en rastrojos. El resto del año los cultivos impedían un adecuado espacio para la práctica del balompié.

Hablamos de años difíciles donde la supervivencia era más importante que cualquier práctica deportiva. De hecho, tres años antes del nacimiento de Antonio, el Espera CF comenzaba su andadura, aunque con un nombre bien distinto. El primer equipo que se organizó fue el Club Acción Católica, donde el párroco D. Cayetano hacía las labores de presidente, secretario y entrenador. En esos años se jugaba sin estar federados, en campos de brozas y en vestuarios que eran chozos que los propios jugadores construían antes de los partidos.

En ese Espera dio sus primeros pasos Antonio Garrido, popularmente conocido como Saeta. El mote, algo tan típico de los pueblos, lo escuchó por primera vez de boca de su compañero de equipo, Diego Girón. Y es que, por esos años, se había estrenado en nuestro país la película Saeta rubia, donde participaba como estrella popularísima el gran Alfredo Di Stéfano. Al parecer, los movimientos de Antonio por el campo eran muy similares a los del astro argentino y esa fue la razón de su mote.

El primer encuentro importante que Antonio jugó fue contra el Dos Hermanas en el trofeo del Cristo en el año 1960. El equipo fue el compuesto por Nicolás, José Juan, Antonio Girón, Frasquito, Guzmán, Diego Girón, Ferreras, Mellizo, Fernández, Antonio Garrido y Celedonio. En ese partido, el Saeta dejó constancia de ser un gran rematador y de disponer de una gran velocidad y un regate excepcional. Al año siguiente, el trofeo se juega contra el Betis Juvenil y el Espera lo derrota por cinco a cero en un partido donde Antonio vuelve a destacar de manera excepcional.

Tras ese encuentro, uno de los eternos rivales de la zona, el Villamartín CF lo quiere incorporar a sus filas. Hace una prueba y se queda porque las condiciones que muestra son sobresalientes. Pero, por el momento, todo lo relacionado con el mundo del fútbol Antonio todo lo percibía como un hoobie, como un entretenimiento para olvidarse de la dureza diaria del trabajo. Y es que Antonio y sus hermanos seguían ayudando a traer algún jornal más a la economía familiar. Tal era la situación que Antonio no podía costearse unas botas de fútbol y sus primeros partidos los tuvo que jugar con unas alpargatas. Y con ellas era inmensamente feliz, aunque pueda ser difícil de entender hoy en día.

Pero esta situación va a cambiar en breve. Estamos a mediados de septiembre cuando Antonio no se imagina que el Betis ha puesto los ojos en él y la propuesta de hacer una prueba le va a llegar de la mano de Enrique Alés, que en esos momentos desempeña el cargo de entrenador de la cantera. Tras la llamada, la prueba se hará efectiva en un partido en Brenes, donde el equipo donde juega Antonio gana por dos a uno. Dos anécdotas marcan este partido de ensayo. La primera es que Antonio arrastraba una lesión en su pierna izquierda e intentó retrasar la prueba para estar en perfectas condiciones y poder demostrar todo lo que llevaba dentro. Lo consiguió a medias. La segunda, que terminó la prueba con el dedo gordo de su pie derecho totalmente ensangrentado por las heridas que le provocó una puntilla que atravesó la suela de su bota.

Aun así, la prueba resulta satisfactoria y Alés le comunica que debe pasar por las oficinas del club, por aquel entonces en la calle Alemanés, para firmar un contrato que lo una al club verdiblanco. El sábado en Brenes y el lunes en el centro de Sevilla firmando bajo la atenta mirada de José María de la Concha, Andrés Aranda y Enrique Alés. Antonio ya es jugador verdiblanco y para ir aclimatándose al club pasará a formar parte del Triana, el filial que tantas alegrías, en forma de jugadores, ha dado al primer equipo.

Estamos en el año 1961 y el Saeta comienza a entender que ese pasatiempo que comenzó a practicar en las calles y campos de su Espera natal, ahora puede convertirse en su profesión, en la manera de ganarse la vida. Comienzan unas semanas muy intensas para Antonio, ya que arranca su andadura en verdiblanco jugando en el Triana. Allí coincidirá con muchos nombres históricos como Telechía, Tito, Antón, Quino o Isidoro. Y allí comienza a destacar y sus actuaciones llegan a los oídos del que aquella temporada era el entrenador del primer equipo.

Hablamos de Ferdinad Daucick. Una persona que dejó una gran huella en el fútbol español y en el Real Betis. El checo fue un tipo peculiar y tiene una historia más que interesante. Daucick tiene a gala ser uno de los entrenadores que más partidos ha dirigido en la liga española. Su bagaje es muy amplio pues entrenó a FC Barcelona, Athletic de Bilbao, Atlético de Madrid, Oporto, Real Betis, Real Murcia, Sevilla FC, Zaragoza y Elche. Y sus éxitos tampoco fueron pocos pues en sus años de profesión, el zorro plateado, como lo llamaban, consiguió doce títulos.

Además, los que le conocieron hablan de una gran virtud como era la de traer nuevas ideas y planteamientos a un fútbol anquilosado. Muchos no quisieron reconocerle sus virtudes pues al ser cuñado de Kubala, los cuchicheos de la época decían que se beneficiaba de muchos tratos de favor por la influencia de la estrella húngara. Pero no era así. Daucick era un avanzado en el tiempo por varios aspectos de su forma de entender el fútbol. Además de ser un enamorado de la cantera y apoyarla sin fisuras, fue el introductor del fuera de juego como una táctica defensiva en el agarrotado sistema que existía en el fútbol nacional.

Por último, el zorro plateado puso en práctica otra genialidad siendo el primer entrenador al que le gustaba cambiar a los jugadores de posición y sacarles el máximo rendimiento. Podía hacer debutar a un jugador como extremo izquierdo y a las pocas semanas ponerlo como lateral zurdo. Fue un adelantado a exigir a sus jugadores polivalencia dentro del terreno de juego. Y casi siempre acertaba.

Este fue el Daucik que se encontró Antonio en su llegada al Betis, al profesionalismo. Y fue el zorro plateado, el que pidió una prueba al jugador que comenzaba a destacar en el Triana Balompié. Veinte minutos fue el tiempo que le sirvió al checo para cambiar a Antonio de posición en el campo. Tras esa prueba, Daucik le dijo en el césped del Villamarín que era extremo izquierdo, que se olvidase de jugar moviéndose por el centro del campo. El Saeta debía aprovechar su velocidad y fortaleza a la hora de encarar a los rivales, pero por la banda. Daucik en estado puro.

Pero a la siguiente temporada, el checo deja su sitio a Domingo Balmanya que llevará a la institución a una meta impensable como es la primera participación en la Copa de Ferias. Pero el fuerte carácter del gerundense y su choque con el presidente Benito Villamarín, a la hora de negociar su futuro, hicieron que se fuera al Málaga. Para debutar en Europa, el Betis pone los ojos en un entrenador que viene haciéndolo muy bien en el Racing de Santander. El francés Louis Hon toma las riendas de un club que tiene ante sí un reto ilusionante y único en la historia. Un reto que supone traspasar por primera vez los pirineos y llevar el nombre de la ciudad por toda Europa.

Para comenzar a aclimatarse, el club piensa que lo mejor es organizar una gira para poder competir con equipos europeos y conocer de primera mano su potencial. La gira comienza a primeros de agosto de 1964 y Hon -que defiende la cantera como Daucik- tira de Antonio para viajar con el primer equipo. Stuttgart, Meidericher, Feyenoord, werder Bremen, Club Fortuna, Dortmund y Anderlecht son los equipos a los que se enfrenta el Betis. Antonio juega casi todos los partidos, entrando desde el banquillo, pero disfruta como un crío con zapatos nuevos. Una gira por centro Europa y compartiendo viaje con grandes nombres como Ríos, Ansola, Bosch o Rogelio.

Un espereño cumpliendo su fantasía. Un canterano viviendo un sueño. Un sueño que va a seguir por sus queridas tierras gaditanas. Tras la gira, el Betis se dirige a la tacita de plata para disputar el trofeo de los trofeos. El Carranza es la última prueba antes de comenzar una temporada ilusionante. Y no es un Carranza cualquiera. Boca Juniors, Real Madrid y Benfica son los equipos que completan el cuadro que habrá de enfrentarse en Cádiz. El Betis comienza su andadura enfrentándose a Boca Juniors, uno de los gigantes de hispanoamérica, en la primera semifinal. Con un fuerte levante, el equipo de Hon se defiende con una brillante defensa, llena de brío y carácter. Hasta la prórroga no se decide el partido, que gana el Betis por dos a uno con goles de Ansola y Rogelio.

En la final, el Betis derrota por dos a cero al Benfica de Eusebio, que venía de ganar al Real Madrid de Gento, Amancio y Puskas. Hablamos de un triunfo extraordinario por la entidad de los rivales y por la forma de conseguirlo. Recordar que Eusebio Ríos, fue elegido jugador del torneo. Y aunque no participó mucho, ahí también estaba Antonio compartiendo experiencias y adquiriendo vivencias que quedarían en su memoria para siempre.

Una experiencia que seguirá creciendo, pues queda poco tiempo para que Antonio cumpla con su sueño deportivo, el gran día de Antonio en su carrera futbolística. Ese día con el que sueña cualquier niño que comienza a jugar a la pelota en las calles de su pueblo. El día de debutar en primera división, la máxima categoría. Un debut convulso por las circunstancias que rodearon ese día 28 de febrero de 1965. En esa temporada, el francés Louis Hon entrena al club verdiblanco y justo ocho días antes del Día de Andalucía dimite como entrenador. El club pone a Rosendo Hernández como interino para confiando en Andrés Aranda para dirigir la nave verdiblanca, aunque la desgracia se cierne sobre él al fallecer de forma repentina en los primeros días de marzo.

Pero unos días antes de esa trágica fecha, y tras dos temporadas alternando partidos en el Triana Balompié y entrenamientos y giras con el primer equipo, la oportunidad soñada le llega a aquel chiquillo que salió de su Espera natal. Ese día, el de todos los andaluces, Antonio Garrido, Saeta, debuta en primera división con la camiseta de las trece barras. El rival, el mejor Córdoba CF de la historia pues de la mano del entrenador Ignacio Eizaguirre y los goles de Tejada, obtiene su mejor clasificación quedando quinto en primera división. Fue un debut triste por la derrota con un solitario gol del citado Tejada, que al año siguiente terminó jugando en el Real Madrid y ganando la Copa de Europa del 67. Lo curioso es que Tejada paso del corretear por el Bernabéu y ganar una orejona, a jugar en Tercera con el Linense por culpa del sorteo del servicio militar.

En esa España y en ese fútbol nadie se libraba de cumplir con la Patria. De hecho, nuestro protagonista también tendrá que cumplir con la mili y será en Melilla, donde le toca a Antonio coger el petate. Cuando comenzaba a destacar, se cruza en su camino la vida militar y es destinado a Melilla. Allí jugará cedido por el Betis y comenzará a contar con algunas ofertas de otros equipos. Tras ese periodo vuelve al club y disfrutará de más minutos con Luis Belló como inquilino del banquillo verdiblanco. Durante esa temporada, Antonio recuerda que el equipo que más le impresionó fue el Real Zaragoza. No era para menos, ya que en ese Zaragoza jugaban los llamados cinco magníficos o lo que es lo mismo Canario, Santos, Villa, Marcelino y Lapetra. Tras ese año, y tras nueve temporadas como jugador del club, se tiene que buscar la vida fuera del Villamarín.

En esos ochos años, Antonio guarda recuerdos imborrables de algunos compañeros con los que disfrutó jugando al fútbol pero, sobre todo, de su amistad como Eusebio Ríos, Dionisio, Joaquín Sierra “Quino”, Andrés Boch o Antonio Cruz. Además, también guarda un magnífico recuerdo de entrenadores como Daucik, Enrique Alés o Pons, de los que aprendió como futbolista y como persona. Tras su paso por el club, su carrera futbolística sigue en Plasencia, Avilés, Cádiz, Almería y, por último, Dos Hermanas.

Allí, en la ciudad nazarena, firmará el mejor contrato de su vida pues tras un año de fútbol comenzó a trabajar en una gran empresa dedicada al vidrio. Allí, hizo su vida, nacieron sus hijos y ahora disfruta de sus nietos, junto con su mujer Rosario. Allí, entre podas, mimos a su huerto y cuidados a los árboles, pasa las tardes de verano entre recuerdos y nostalgia de un tiempo en el que disfrutó de su pasión por el fútbol y el equipo que le dio la oportunidad de ser profesional.