Pablo Caballero Payán La primera vez que fui junto a mi hermano Joaquín y mi primo Javier al Benito Villamarín fue en la temporada 1986/1987. No fue para ver un partido. Nuestro abuelo Rafael nos cogió a los tres una luminosa mañana y nos llevó hasta el mismísimo césped del templo verdiblanco. Es uno de los pocos recuerdos que tengo grabados en la mente de él. Murió muy joven y no tuve la suerte de disfrutar de su compañía todo el tiempo que un niño necesita a su abuelo. Pero como os digo, la imagen de él llevando a mi hermano en brazos saliendo por el túnel de vestuarios hacia el terreno de juego permanecerá imborrable en mi mente por siempre. También recuerdo de ese día la pelota de plástico azul que llevaba conmigo y la carrera que me pegué junto a mi primo hasta la portería de Gol Norte, grada en la que tanto hemos disfrutado y sufrido los tres.

Después llegaron otras visitas al Villamarín para ver partidos del Real Betis Balompié, como aquel día contra el Rayo Vallecano en el que el equipo madrileño se puso 0-2 antes del minuto veinte, con el histórico Ricardo Gallego dando un recital de juego. Mi padre se echaba las manos a la cabeza, con la cara desencajada. Suponía un esfuerzo económico considerable comprar tres entradas para ir al fútbol y el dolor era mucho mayor si encima el Betis pegaba un petardazo gordo. Pasó que a Gallego se le fue acabando el oxígeno y los verdiblancos empezaron a animarse. Gabino Rodríguez recortó distancia, empató Michal Bilek de penalti, Juan Ureña culminó la remontada al poco de iniciarse la segunda parte y cerró el partido Pepe Mel estableciendo el 4-2 definitivo en el tiempo de prolongación. La vuelta a casa con las banderas saliendo por las ventanas del coche fue apoteósica. La bendita felicidad plena de un niño de nueve años.

También fuimos juntos al Villamarín el día en el que el desaparecido Trifon Ivanov logró un espectacular gol de media chilena desde la frontal del área frente al Villarreal CF. Fue la primera vez que vi la grada del estadio bético poblarse de pañuelos blancos celebrando un golazo de bandera. Ese partido lo ganó el Betis de Jorge D’Alessandro por 2-0, logrando el segundo tanto Gabino de penalti. Fue la primera vez que vimos en directo a Rafael Gordillo vestido de verdiblanco con sus eternas medias bajadas y su número tres en la espalda. La segunda y última ocasión que pudimos ver al vendaval del Polígono defendiendo el escudo de las trece barras fue en el último partido de la temporada 1993/1994, frente al RCD Espanyol tras el ascenso logrado en Burgos. Llovía ese 15 de mayo y el encuentro se puso feo cuando los periquitos lograron adelantarse en el marcador. Pero primero Daniel Toribio Aquino y luego Roberto Ríos en el último minuto de juego lograron darle la vuelta al resultado y que el Villamarín reventara de alegría. Y tras un año mágico en el que el Betis quedó tercero en La Liga volvió el EuroBetis y pudimos disfrutar de un partido de la la Copa de la UEFA ante el 1. FC Kaiserslautern en el los verdiblancos certificaron su pase a la siguiente ronda con un golazo de Robert Jarni.

Y ya no volvimos a pisar juntos las gradas de Heliópolis hasta la primera jornada de la campaña 1996/1997. Ese verano nos sacamos los tres el carnet de socio y disfrutamos en directo de una de las mejores temporadas del Real Betis Balompié. Pagamos la novatada en ese primer partido frente al Athletic Club de Bilbao. Llegamos media hora antes del inicio del encuentro y Gol Norte estaba a reventar. En esa fecha todavía se veía el fútbol de pie y mi hermano, que aún no había pegado el estirón, apenas vio el extraordinario partido que hizo el equipo de Lorenzo Serra Ferrer. Finidi George, Roberto Ríos y Juan Sabas fueron los goleadores ese día. Aprendimos la lección y para la siguiente fecha como local nos fuimos muy temprano: más de una hora antes del inicio. Elegimos el extremo de Gol Norte que pegaba a la grada de Preferencia y ese fue nuestro sitio durante toda la Liga. Allí vimos el triplete de Alfonso Pérez frente al Atlético de Madrid, las galopadas, lo fuertes chuts y los pases precisos de Robert Jarni, la elegancia de Histro Vidakovic, las paradas de Toni Prats, la visión de juego de Alexis Trujillo, el pundonor de Pier Luigi Cherubino, el oportunismo de Juan Sabas, la velocidad de Finidi George y un largo etcétera de las cualidades de un equipo histórico.

En uno de esos partidos hubo un vecino de grada que se estaba fumando un puro. Mi primo, en una de sus típicas ocurrencias, sugirió que nos fumásemos uno en el siguiente encuentro en el Villamarín. Obviamente, le dije que estaba loco. Él tenía trece años, mi hermano once y yo catorce y ninguno de los tres fumábamos. ¿Cómo íbamos a fumarnos un puro? Se me ocurrió calmar su locura diciéndole que nos lo fumaríamos el día que el Betis ganara un título. A punto estuvo de lograrlo esa temporada en la recordada Final de Copa frente al FC Barcelona, a la que no acudimos. Pero ocho años después, tras del gol de Dani ante al CA Osasuna y los agónicos últimos minutos de la prórroga que acabaron con Juan José Cañas levantado el trofeo como campeón de Copa, íbamos los tres bajado las escaleras de la grada de Gol Sur del estadio Vicente Calderón y saqué tres puros que llevaba guardados por si lográbamos ganar el título. Los encendimos y, aunque no nos los llegamos a fumar completamente, si cumplí con mi promesa.

Hace muchísimo tiempo, más del deseado, que los tres no coincidimos en el templo verdiblanco. Mi primo vive a más de once mil kilómetros de distancia y, entre eso y la ausencia obligada por culpa de la innombrable pandemia, han pasado muchos años que no nos podemos abrazar los tres tras un gol del Betis. Si la memoria no me falla, no celebramos juntos un gol desde el 21 de enero de 2011, día en el que Beñat le metió el primero de los tres goles de falta que le hizo al otro equipo de la ciudad en esa temporada. Si he coincidido con mi primo en alguna ocasión, pero sin mi hermano acompañándonos. La última de todas las veces que tuve la suerte de encontrar su abrazo sincero, como solo pueden serlos los abrazos de gol, fue en el palco presidencial del Benito Villamarín. Habían invitado a mi primo por ser uno de los fundadores de la Peña Bética de Ciudad del Cabo y quiso que le acompañara. Fue un jueves de Feria de Sevilla y, tras pasar las horas previas al partido en el Real de Los Remedios, nos fuimos caminando hacia La Palmera. Nos atendieron maravillosamente bien en el antepalco del estadio, pudimos conversar con el presidente Ángel Haro, con varios consejeros, con una leyenda del calibre de Rafael Gordillo, con Lorenzo Serra Ferrer, Alexis… y para completar un día espectacular y emotivo, el Real Betis logró la victoria en la última jugada del partido ante la UD Las Palmas con un cabezazo de Junior Firpo que enloqueció a Heliópolis al completo, incluido el palco presidencial. Luego volvimos a la Feria para terminar de cerrar un día memorable.

Añoro esos momentos mágicos que empezaron hace más de treinta y cinco años sobre el césped del Benito Villamarín con mi abuelo Rafael de testigo y que tuvieron su punto y seguido hace ya unas cuantas primaveras. Anhelo volver a disfrutar de esa mágica sensación que significa fundirse en un abrazo con la gente a la que más quieres del mundo tras un gol del Real Betis. Pocas sensaciones hay más gratas y emocionantes que la que te provoca ver entrar el balón en la portería rival y saber que te esperan los brazos de tu hermano y de tu primo para compartir esa efímera pero intensa alegría. Supongo que la vida nos permitirá volver a experimentar esa sensación más pronto que tarde. De momento, me conformo con el bello recuerdo de esos instantes que algún día volverán.