JJ Barquín @barquin_julio Su destino siempre fue andar de aquí para allá. Seguramente, el lugar donde más tiempo estuvo sin salir de Utrera fue cuando estudió en los Salesianos. La profesión que uno escoge para llevar un sueldo a casa condiciona la vida para siempre. Enrique escogió la que más le gustaba y de lo que había mamado desde pequeño. Es lo que tiene nacer en una familia de artistas flamencos. Por esa razón no es de extrañar que comenzará a cantar y aprender a tocar la guitarra en la barbería Basalmina, el extraño templo del arte y el duende en Utrera.

De esa fuente de sabiduría bebió y eso le valió para comenzar a tocar la guitarra con una compañía de jóvenes que le permitió ir conociendo las mieles y sin sabores de la profesión de artista. Tras actuar por algún tiempo en la capital de España, tuvo que hacer una maleta más grande para abarcar una gira que le llevaría por distintas ciudades de Oriente Medio. Pero la oportunidad de comenzar a aprender de una grande, de una artista con mayúsculas, fue cuando le ofrecieron ir en la compañía de Concha Piquer.

Tras esa experiencia, llegaron más oportunidades en Cuba y Nueva York, donde fue crucial su encuentro con el genial guitarrista navarro Sabicas. Con esas mágicas manos y su voz elegante y aterciopelada, Enrique grabó varios discos esenciales como Serenata Andaluza, donde es obligado disfrutar con Lorca y la Baladilla de los Tres ríos, donde el río Betis va entre naranjos y olivos. Enrique obtiene su mayor popularidad entre los amantes del flamenco bebiendo en los versos de Lorca, Bécquer y los hermanos Machado. Además, su carrera estuvo jalonada de superlativas colaboraciones con grandes artistas como Matilde Coral, Juana Reina, Lola Sevilla, Marifé de Triana o la Niña de Antequera.

Entre cante y viaje, entre aplausos y maletas, Enrique también tuvo tiempo para ser padre de dos hijos, que siguieron con la estirpe de artistas, aunque cada uno a su manera. El primero, el protagonista de este relato nació muy lejos de su querida Utrera. Tampoco es una desgracia nacer en un pequeño pueblo cacereño, cercano al impresionante Parque Natural de Monfragüe, donde abrió los ojos un crío que con el tiempo se convertiría en un notable artista, una maravillosa persona y un gran bético.

Hinojal fue la aldea cacereña que vio nacer a Tate Montoya, aunque allí permaneció poco tiempo. La familia Montoya no podía pasar mucho tiempo fuera de su anhelada Utrera. Las coincidencias de la vida provocaron esa casualidad de estar fuera de la tierra propia, lejos de su Plaza del Altozano, de la Virgen de Consolación y del barrio judío y su pasaje del Niño Perdido. La familia volvía a su pueblo natal y, a los pocos días, Tate ya despertaba a sus vecinos con su torrente de voz transformado en lloros de medianoche.

Pero antes de llegar a eso y de vivir de sus cualidades artísticas, Tate se formó y estudió Ingeniería Técnica Industrial. La licenciatura le permitió vivir durante casi once años de su trabajo en una empresa de automoción, aunque ya eran tiempos donde bebía y empapaba de todo lo relacionado con el flamenco y sus distintas facetas y géneros artísticos. Antes de saltar a la escena pública, le dio tiempo a ofrecer sus ideas y conocimientos al mundo de la política, en la década de los ochenta, ejerciendo de concejal en su pueblo.

En esos años de quehacer profesional y dedicación municipal, Tate estuvo muy vinculado al mundo de la canción y de la composición musical. No era para menos después de haber nacido dentro del clan de los Montoya entre cante, palmas, arte y compás. Algunos de los que disfrutaron de su quehacer compositivo fueron Los del Río, Los Marismeños, Pansequito o El Mani. Su primer proyecto profesional en forma de disco llega a sus cuarenta y dos años, algo tarde para lo que se estila hoy en día. Pero Tate era un hombre tranquilo, sencillo, que no ambicionaba esa posesión de fama o reconocimiento público que buscan muchos. Es lo que tienen las buenas personas, que pasan por la vida sin hacer mucho ruido, dejando un gran legado, gestionando el éxito sin grandes ademanes y sin el postureo tan común de hoy en día.

Tras ese primer lanzamiento llegaron ocho discos más junto con colaboraciones con grandes artistas, destacando su labor como director en el musical flamenco Adelante Gitana, en las que participaron mujeres gitanas sin experiencia profesional. Posteriormente, vendría su etapa más mediática con el trabajo como presentador en programas de Canal Sur, Telecinco o TVE. Tras ese periodo, volvió a su gran pasión que era la música para fundar un sello discográfico -Lunadisco- y seguir apoyando el flamenco y la música andaluza, así como diversos géneros musicales.

Y tras todo este jaleo, Tate volvió a la tranquilidad de su familia, a las charlas relajadas con los amigos, a disfrutar de las tradiciones de su pueblo y su tierra andaluza y a asistir al Foro Bético en la Cartuja de la mano de su inseparable Pepe Montoro y su amigo Pepe Moreno. Y allí lo pudimos disfrutar todos los miembros de este sanedrín verdiblanco. Allí pudimos disfrutar de su sencillez y amabilidad, de su carácter sobrio, pero a la vez lleno de fina ironía y un exquisito sentido del humor. Tate era de los que decían las cosas tan serio que la simple forma de decirlo ya hacía gracia. Era un tipo elegante a la hora de hacer chascarrillos.

Allí pudimos comprobar que los artistas están hechos de otra pasta. Tienen un don especial, ese “no sé qué”, que los hace diferentes al resto de los humanos. Todos somos seres únicos, distintos entre sí, con nuestro carácter, actitudes y aptitudes, pero cuando uno está cerca de un artista, se da cuenta perfectamente que su comportamiento, su forma de actuar, de decir las cosas es única y original.

Y con Tate vivimos y pasamos momentos inolvidables en la Cartuja. Momentos insuperables, que se grabaron en nuestras mentes y corazones, por sus exquisitas réplicas llenas de un humor fino, original y elegante. Como el día que nos visitó el presidente de la Federación Española de Baloncesto, José Luis Sáez que al coger el folleto de bienvenida que se le entregaba a cada uno de los invitados, dijo “vaya lista de béticos que han pasado por el foro, es una lista muy interesante y variopinta”, a lo que inmediatamente Tate contestó “es más pinta que varía”.

Otro día, se sentaba en la mesa del Foro Pepe León que ya con anterioridad había asistido con Manuel Ruiz de Lopera y todo su extenso séquito y su móvil Motorola con la inserción de Airtel, marca que hacía años había dejado de operar. Don Manuel era así y así había que quererlo u odiarlo. El día que Pepe León asistió con Manuel Momparlet, que en aquellos momentos ejercía como secretario técnico del club, hubo un momento de la charla que se centró en las investigaciones que algunos clubes realizan de sus jugadores para que se cuiden y no trasnochen más de la cuenta.

En un momento de la exposición, Pepe León se refirió a que algunos clubes en otros continentes incluso espiaban y grababan a sus jugadores más activos en confundirse cuando llegaba el anochecer. Para ilustrar la situación, el presidente en aquellas fechas hizo el típico gesto de situar la mano izquierda en su ojo y con la derecha hacer el movimiento de una manivela en clara alusión a grabar un documento con una cámara. Rápido y con gran agilidad mental, Tate lo interrumpió y le soltó “presidente, ahora con apretar el botón rojo de la cámara es suficiente para grabar”. El salón explotó en risas y hasta Pepe León y Momparlet carcajearon ante la locuacidad del utrerano.

Pero el momento cumbre de cada comida con béticos ilustres se producía al final de la reunión cuando Tate relataba un hecho acaecido a unos amigos en plena selva del Amazonas. Sin poder calibrar el lugar exacto donde sus amigos se encontraban, Tate comenzaba relatando que esos conocidos habían contratado a un guía para poder adentrarse en lo más profundo de la selva y poder sentir una experiencia única. Llegó el día y llegó el momento de iniciar la aventura, pero antes de dar los primeros pasos, el guía le comentó varios aspectos fundamentales para no tener problemas ante una aventura que podía volverse peligrosa por momentos.

Una de las recomendaciones que les hizo fue atender sus órdenes sin rechistar pues se iban a adentrar en zonas donde podían merodear grupos de tribus de pueblos indígenas con un territorio propio y una cultura y lengua diferentes. De hecho, les advirtió que muchos de ellos no habían tenido contactos con foráneos durante casi 500 años. Por esta razón, era importante ser rápidos y cautelosos para agacharse ante cualquier movimiento de plantas o matas de vegetación. Si esto ocurría, el guía sería el encargado de gestionar la situación y ellos debían guardar silencio, no moverse y no dejarse llevar por el pánico. Les comentó que entre los guías del pueblo donde estaban pernoctando, existía un código para saber si eran personas de la zona y poder continuar sin problemas. No es que fuera muy común pero algunas veces había pasado y era mejor prevenir que curar. 

Después de las sugerencias, comenzaron la excursión y tras una hora y media de travesía, pasando por lugares espectaculares y cascadas de cientos de metros, un movimiento entre la maleza hizo que el guía levantará la mano para que se arrodillarán de inmediato. Todos los integrantes del grupo lo hicieron y comenzaron a sentir el cosquilleo de la tensión y el miedo recorriendo sus venas. No era un juego, aunque hubieran visto la escena muchas veces en películas. Todos se miraban con angustia en los ojos y pasaron varios minutos dramáticos en los que el guía no hizo ningún gesto. El silencio era brutal, amenazante e inquietante a más no poder.

Tras esos minutos, el guía les hizo un gesto para indicarles que iba a hablar en voz alta. Era necesario que todos estuvieran callados para que su voz sonara limpia y clara. Tras un segundo, el guía que los dirigía dijo con voz serena y firme: “Viva el Betis”. Los tres amigos de Tate quedaron petrificados. No creían lo que sus oídos acababan de escuchar. Tras un segundo y a una cierta distancia, otra voz correspondía: “Manque Pierda”. El estado de sorpresa se transformó en estado de shock. No podían creer lo que acababan de vivir.

Poco a poco, los dos grupos comenzaron a levantarse y el miedo y la inquietud fueron convirtiéndose en relajación y alivio. El peligro había pasado. Pero entre la veintena de personas que componían los dos grupos, había tres béticos que estaban en estado de absoluta perplejidad. La vida les había deparado uno de esos momentos sorprendentes e inolvidables. Y como tantas veces, relacionadas con el Real Betis, con el equipo de su vida.

Por su parte, su guía se acercó al otro compañero y estuvieron departiendo durante un instante. Nada más terminar, los tres amigos fueron directos a preguntarle de dónde se habían sacado ese código que también conocían ellos. El chico les comentó que hacía varios años en su pueblo habían emitido un reportaje sobre un equipo de España, pero no se acordaba del nombre. Lo que más les impresionó fue ese lema corto y preciso, por lo que les pareció curioso además de una absoluta declaración de amor a una institución. Por ese motivo, pensaron que podrían utilizarlo para disponer de un código poco conocido y que les podría salvar de situaciones embarazosas en la tupida selva amazónica.

Esa era la anécdota, absolutamente verídica, que Tate nos contaba cada foro para que los invitados se fueran con otra historia curiosa sobre el club de sus amores. El resto de los componentes la conocíamos al dedillo, pero cuanto más la contaba, más nos gustaba a todos. Era la forma más genial y hechicera de concluir cada reunión del foro. Y lo era por la forma tan divertida que tenía Tate de contarla.

Pero, sobre todo, por ser el ejemplo perfecto para comprender lo profundo y bello que es el mensaje que contiene esa leyenda universal que recorre el mundo y que repite ilusionada esa afición que lleva su corazón ese escudo blanco y verde con corona y trece barras. Un lema con un arcaísmo precioso que ofrece condensado en pocas palabras la mayor declaración de amor que existe en el mundo. 

Tate se fue muy pronto. Dicen que todos traemos un destino y, si esa expresión llegase a ser verdad, el de Tate fue caprichoso y exigente. Nos lo arrebato demasiado pronto. Quien escribe lo recuerda con absoluto cariño y agradece continuamente haber podido conocer a un bético sencillo, que supo sacarle todo el jugo a la vida y que nos dejó una profunda huella verde y blanca. Decía Tate que el verde era el color de la vida, de la libertad y de la esperanza. Y que verde, que te quiero verde, verde es el color de mi equipo del alma.