Juan Pablo Caballero Domínguez Escondida en el fondo del laberinto de mis más tempranos recuerdos, construido por el Dédalo en que se convierte el inexorable paso del tiempo, está la tarde aquella en que por primera vez me emocioné con la victoria de un Betis que entonces sólo conocía de oídas por mis familiares y que llegó a mi corazón en una retransmisión radiofónica a través del viejo aparato cuyo altavoz estaba forrado de cretona.

Luego, hasta el día de hoy, han sido, en estos sesenta y muchos años, tantas las emociones que me llevaría meses y meses relatarlas en el caso de que me acordara de todas ellas: ascensos, descensos, noches europeas, las tres copas, los derbis, las jugadas y goles inmortales de tanto excelente jugador…

Y siempre me he emocionado, en mayor o menor medida, también con la Selección Española, con los partidos que ésta ha jugado aunque fueran amistosos, desde que en la tarde del 21 de junio de 1964, con diez añitos, en un televisor ajeno, la vi ganar el Campeonato de Europa de Selecciones Nacionales (entonces no se llamaba Eurocopa) con el famoso gol de Marcelino. Me emocioné vivamente ese día y luego muchos otros. Como me ocurre con el Betis, algunas de esas emociones vividas en otros tantos partidos se han perdido en los entresijos de esta memoria ya desvencijada, pero otras siguen muy vivas en ella. Me emocioné viendo parte de un partido del Mundial de Inglaterra, en el 66, en la tele de una cafetería de Córdoba, una tarde camino del pueblo de mi padre. Me emocioné en el Mundial de Argentina el día que Cardeñosa no marcó a Brasil con Leao batido y fuera de sitio. Me emocioné, como no, con el 12 a 1 a Malta en el Villamarín con Rincón erigido en protagonista fundamental y me emocioné luego en la Eurocopa de Francia donde se llegó a la final con los anfitriones. Me emocioné el día que se le ganó, también en el Villamarín, a Rumanía con gol de Michel, porque a mi lado tenía a mi hijo Pablo, hoy cronista habitual de los partidos del Betis en esta página, que con cuatro años era la primera vez que veía un partido en un campo de fútbol. Me emocioné viendo a una excelente Selección ganar el oro olímpico en Barcelona. Y, por supuesto me emocioné con las dos Eurocopas seguidas ganadas a base de jugar excelentemente al fútbol y con el emocionantísimo Mundial de Sudáfrica cuya final vi en la casa de mi hijo Pablo ya casado. 

Pero mira tú por donde, si mientras aquellas emociones verdiblancas han ido in crescendo en los últimos tiempos y hoy están más vivas que nunca, no sólo por la trayectoria actual del Betis sino por estar viviéndola, por suerte, intensamente con mis hijos y su panda de béticos; éstas de las selección se han enfriado cual cadáver en una morgue.

Y esto es así porque no me emociona, todo lo contrario, la chulería y prepotencia del seleccionador y me da lo mismo que sea cualidad intrínseca suya que pose adquirida con el afán de diferenciarse del resto de los mortales. La tal chulería parece evidenciarse no sólo en las maneras que exhibe en ruedas de prensa, vídeos y no sé qué más cosas en las que anda metido, sino en la confección de la propia lista de convocados donde llamativas ausencias han sido la extrañeza de comentaristas de todos los rincones del país: que si no se adaptan a como él quiere que juegue el  equipo, que meter muchos goles con sus equipos no significa que los vaya a meter con la selección, que esto es distinto, que ser el alma futbolística de un club no implica que lo tenga que ser de la selección… En fin, allá él y a ver cómo le va.

Así mismo, y en amistosa consonancia, la figura del propio presidente de la federación, su jefe, deja mucho que desear con sus tejemanejes económicos y de otra índole que suele traerse entre manos y es otro elemento más que alimenta este enfriamiento de emociones. Mi conciencia no me permite alinearme al lado de ellos dos.

Pero hay algo que ha terminado de darle la puntilla a dichas emociones futbolísticas bajo la roja y gualda. Sí, me estoy refiriendo a todo lo que está rodeando a la celebración de este Mundial: el lugar, ese país donde no se respetan los Derechos Humanos de colectivos como el LGTBI o de las propias mujeres; la misma construcción de toda la infraestructura en la que han fallecido hasta seis mil trabajadores (The Guardian) por hacerlo en condiciones casi de esclavitud; y las represiones de los dirigentes de Qatar sobre los intentos de denuncias por parte de algunas selecciones que parecen estar más concienciadas que otras sobre esta situación.

Así que, ante este nivel tan bajo, rozando el cero absoluto, de capacidad de emocionarme con los logros de esta selección, mi interés por este mundial ha caído hasta el mismo nivel: cero. No me importan los resultados, las clasificaciones, las eliminaciones, ni siquiera el juego que desarrollen las distintas selecciones y no me interesa quien lo gane aunque sea la Selección Española. No voy a emplear mi tiempo viendo los partidos del mundial. Y no creáis que esta postura obedece a ningún modo de protesta, que también aunque no vaya a ningún lado, sino a una decisión para estar a bien con mi conciencia. Espero poder cumplirla y que no me venza mi afición al fútbol.

Mi cuota de emociones primarias, tan necesarias como inexplicables, la satisface a plenitud ahora mismo el Betis.