Reyes Aguilar @oncereyes El gol de Miranda nos ha encendido más la mirada, si es que había alguien que la tenía apagada en ese cielo de estrellas que cada bético y cada bética tiene; un firmamento desde donde se divisan los campos de albero, las botas de Timimi, el diez de Cardeñosa, los años difíciles, los más difíciles o las banderas del Betis alé que lucen como verdiblancas golondrinas que han anidado en nuestros balcones. Una mirada que nadie nos ha conseguido apagar nunca a pesar de los goles, a pesar de los malos dirigentes y a pesar de los pesares, que por todo y sobre todo, siempre ha predominado el pellizco del sentimiento que enciende el corazón, esa inmensa grandeza de ser bético, de ser bética, del recuerdo, de la mano, de la bandera, del gol, del autógrafo, de la foto, de ser testigos y herederos de aquellos y aquellas que nos hicieron ser lo que fuimos, de quienes nos acordamos en cada gol, en cada escalón de acceso al Villamarín y en cada carné renovado con toda la ilusión del mundo. El acto de homenaje a los tres mil fieles me ha devuelto a mí misma en parte y a parte de mí misma, deseando estoy de volver a reencontrarles, a reencontrarnos, a reencontrarme con lo más mío que tengo sin ser mío porque es de todos, esa reivindicación de los instintos que es ser bético y volver a mirarles a los ojos para ver lo mismo de siempre, lo que no cambia, lo que permanece en el tiempo y en la distancia, aquello que nos contaron los que vivieron lo que alguna vez, alguien les contó; bicicletas a Utrera, autobuses de línea, coches de caballos con un Betis Campeón o es domingo y juega del Sol, ahí está el Betis, en esas almas leales que a pesar de todo y de todos, han seguido renovando una fe a prueba de sinsabores, a cambio de nada y de todo, de ingratitudes y gloria en banderas de Manquepierda, de humildad y señorío que ondean las estrellas desde el cuarto anillo, aquellas que se escondieron en la camiseta de Miranda para que metiese el gol con el escudo y nos encendiera la mirada, si es que había alguien que la tenía apagada. Estrellas fieles, leales, que vienen con nosotros sin venir, que siempre han estado sin estar y que cada domingo están sin que les veamos aunque respiremos por ellos el aire que acaricia la hierba, el mismo que mueve el balón envuelto en el aliento del universo bético y de los béticos de mi universo, los que siempre han estado, los que siempre estarán.

Es un honor ser parte del orgullo que mi padre siente al haber cedido el testigo, el mismo que él como tantos recibió de quien ya era bético incluso mucho antes de saber que lo era. Cuanto honor verles, béticos y béticas, benditos troncos a los que ramas nacemos, bajo ese cielo de estrellas iluminado por tantos ojos por donde mira, ha mirado y mirará, el Real Betis Balompié de verdad.