Armando Rendón Aguilera @armandoren Se cierran las cosas, los proyectos, las temporadas, las ilusiones, las vidas, como broches que esperan volver a ser abiertos en algún momento para retomar de nuevo ese cosquilleo del inicio, de las cosas nuevas, de lo imprevisto, de la esperanza por el porvenir. Los “ojalás” que diría mi amiga Reyes o el bueno de Silvio. Esta vez, en tu caso, ese broche lo abriremos de nuevo los que siempre te hemos querido dentro de nuestro corazón del que nunca saldrás, por mucho que ahora en cierta medida ya no estés con nosotros. Abriste en mi ese cosquilleo por este amor a unos colores, a treces barras que te encierran dentro y ya no hay manera de salir de ese paraíso que te atrapa, “manquenoquieras”.

Ese día inolvidable de fondo del antiguo Villamarín, en el que, junto al abuelo del barranco, al del pelo blanco, al poco hablador, pero de enorme corazón, me acercaste a algo que ya no dejamos de compartir. En ese día en el que por primera vez sonó en mi alma aquello de “Beeeeetis, Beeeetis, Beeeetis”, mientras el canijo con el 10 a la espalda me enseñaba que significaba aquello de tener un ídolo y soñar cada noche con ser zurdo, marcarlas por la escuadra, jugar en el Betis y llamarte Cardeñosa. Como él, o él como tú, eras reservado, siempre apoyando y al lado de quien lo necesitaba, asumiendo el protagonismo y el liderazgo silencioso que tanto te gustaba. Nos enseñaste a respetar al contrario, queriendo siempre lo tuyo. A sentir en andaluz, cuya bandera compartimos con nuestro equipo. A ser justo. A reconocer cuando el contrario merece la alabanza. A no querer el mal de nuestro eterno rival y sí siempre nuestra gloria. Ejemplo de valores.

Aguantó tu cuerpo hasta que tú Betis se hizo de nuevo campeón de España en la Cartuja para el resto del mundo, para nosotros ya lo era, siempre lo ha sido. Ya no te enfadarás (de buenas) conmigo por gritar los goles en casa, eso que tanto hacías parecer que te molestaba, pero que con esa medio sonrisilla compartías en el profundo niño del Tardón que llevabas dentro. El día de después de aquella final de Borja, de Joaquín y de Miranda, nos invitaste a todos a comer, a disfrutar de uno de esos días que tanto promovías, de esos que hacías de pegamento de amor con todos los que te adorábamos, por ser esa buena persona que eras. Ese día creo que te di nuestro último abrazo de los “inolvidables” (ya después no se pudo). Aquel día, solo nos vio mamá, mientras se le caían dos lagrimones por las mejillas. Ese día, tus nietos iban vestidos del Betis, nuestra felicidad era en verde y nuestro corazón también. Tengo tantas cosas por las que darte las gracias que no acabaría ni en tres vidas que me tocase vivir, pero desde estas páginas en verde, quiero dártelas por uno de esos regalos que me transmitiste para siempre. Esa certeza de que al llegar al final de la Palmera y volver a estar en casa, saber que tú estás en nuestro cuarto anillo y que, desde allí, seguirás sufriendo y disfrutando con algo tan difícil de explicar para aquellos que no lo sienten y que se llama BETIS.

Foto Principal: Memoria del Betis