Reyes Aguilar @oncereyes Nadie respiraba cuando el balón esperaba a los pies de Miranda. Miles de corazones de tantos y tantos béticos del universo encogidos, sabedores de que aquel chaval, un bético más nacido en la casa y madurado entre Alemania y Cataluña, supo aguardar a que el viento virase para que la brisa heliopolitana fuese la que le alborotase el flequillo y la vida le premiase con una noche mágica. El míster confió en él porque sabía que el penalti lo marcaría con el escudo y ahí nadie falla, pocos son los elegidos por ese beticismo que deja afónicos a cincuenta mil locos de la cabeza tras dejar parte del corazón en el Olímpico. Sus lágrimas sinceras de bético de rama que al tronco nace han sido las que convirtieron a Juan Miranda en mi favorito y ahora que venga el gracioso de siempre con la mala baba que ya brindamos nosotros por él con una Copa, y llena de Mirinda de limón si es necesario. Aquel penalti estaba predestinado a detener el tiempo y a alfombrar de verde la Constitución y la Plaza Nueva por donde aún huele a incienso, inundando La Palmera con las ráfagas de la plata y el verde de las aguas del Guadalquivir templando los corazones desbocados de los que desde el domingo, vivimos maravillosamente desamparados ante tanta emoción y sin tregua alguna ante tanta satisfacción. Y Pellegrini me ha hecho un favor, siempre quise decirle a Miranda que me representaba como futbolista porque se le nota en los andares de donde viene y donde está, porque tiene dentro al Betis de verdad, el que duele, el que te saca las lágrimas, el de lealtad y el porque sí unido al sentimiento único de hermandad y vecindad que solo lo dan en los pueblos. Aquel penalti marcado en las primeras horas del 24 de abril ya está guardado por cada bético y cada bética en su alma, tras levantarnos de los asientos, hacer que nos abrazásemos con gente que no habíamos visto en la vida y que llorásemos de alegría recordando a los que nos hicieron béticos, aquel penalti se contará a generaciones venideras porque seguirá deteniendo ese tiempo difuso de la nebulosa dulce que acompaña al Betis cuando le da por sacar el capote currista y vestirse de verde y oro para que la gloria abra las puertas del príncipe. Si el Conde Duque de tu pueblo te viese, le diría a Velázquez que no le pintase sobre el caballo, que inmortalizase el beso al escudo cuando marcaste aquel tu primer gol como futbolista del Real Betis ante el Osasuna, a pase de Joaquín, aquel tu primer gol como futbolista del Real Betis con la camiseta del plantel de los elegidos para gloria. A la espalda dos veces 3, la armonía universal, la perfección según Pitágoras y según tus lágrimas sinceras desde el balcón del Ayuntamiento ante ti mismo, porque en aquella Plaza Nueva estabas tú diecisiete años atrás disfrutando de la grandeza de ser bético, por eso los béticos, tus béticos del universo y esta bética que te escribe, sabemos que aquel gol que marcaste un sábado de abril recién vestido de domingo era el gol de los esfuerzos, de la humildad y del beticismo que duele, que llena y que enciende la mirada, que nos hace invencibles cuando perdemos. Por eso, en aquel punto de penalti el beticismo entero aguantó la respiración mientras por su cabeza pasaban como un flash las botas de tacos llenas de albero, el fango, la grada de Gol Sur, la mano de su padre llevándolo al Calderón diecisiete años atrás envuelto en una bandera más grande que él y el orgullo de poder llorar por su equipo como uno de sus béticos, además de uno de sus futbolistas y el honor de ser su historia, ejemplo de tesón y de humildad, bandera del Manquepierda. Y desde Olivares, Juan Miranda con su flequillo desafiando la armonía universal, hizo campeón de España a su Betis.

Foto Principal: EFE/José Manuel Vidal