JJ Barquín @barquin_julio Lo reconozco. Profeso la religión Carvallaña -pido disculpas a la RAE-desde hace casi cinco años. Descubrí, al angoleño de nacimiento, en su última temporada en el Sporting C.P. Fue un amor a primera vista. Un tipo de casi 1,90 metros con una calidad innata, excelente pase, capacidad de recuperación, victorioso en el cuerpeo y con un control periférico del juego salvaje. Me asombró. Pensaba que estaba destinado a recalar en un grande de Europa y cuando llegó al Villamarín mi asombro aumentaba a pasos agigantados. Fue cuando escribí, en estas mismas páginas, un artículo -15 octubre de 2018- titulado Muita Esperanca

Es verdad que los primeros años en el club no respondieron a su calidad y a las expectativas generadas. En esos momentos de críticas y ataques personales al jugador, seguí defendiendo al futbolista pues la fe tiene estas cosas, la creencia ilimitada cuando uno ha visto lo que ha visto. Que se lo pregunten a los curristas, lo que es esperar sin nada a cambio. Fueron tiempos de aguantar y callar, era un hereje por creer en William. Pero, poco a poco, con confianza, con su fútbol de quilates y la sapiencia de un viejo zorro chileno, curtido en mil batallas, Carvalho ha vuelto a su nivel, a dar lo que lleva en sus botas.  

Yo no sé ustedes, pero yo no paro de visionar el gol del minuto 68 en Vallecas. Fue el minuto donde se paró el tiempo. Fue el minuto donde el portugués, imitando al Faraón de Camas, destapó el tarro de las esencias e impregnó el aire de silencio, pausa y temple. Lo hizo todo despacio, con mimo, como cuando Curro giraba el capote y echaba abajo las manos. Arte puro. Un instante de gozo profundo, inexplicable como cuando se escucha a Camarón o se contempla una faena del torero eterno.

La religión Carvallaña no tiene más que el mandamiento de la fe absoluta en un jugadorazo. Espero que se vayan sumando béticos y aficionados al fútbol porque el bueno de William se lo merece. Y, sobre todo, porque William tiene oro futbolístico en sus piernas. Y los que renegaron de él, están absueltos y perdonados. La religión Carvallaña no profesa el rencor y el ajuste de cuentas. Al contrario, rezuma la bondad y ternura que transmite el portugués grandullón.