Armando Rendón @armandoren Domingo de fútbol, de banderas, de sol, de olor a césped en los exteriores del Villamarín, de sonrisas de abuelos hacia sus nietos, domingo de BETIS. Por viaje familiar mi hermano no nos podía acompañar a nuestra bendita rutina de fundirnos con las trece barras cada vez que podemos, como nos enseñaron nuestros mayores y ahora mostramos a los que nos heredan el sentimiento, ese manquepierda que nadie mejor que mi amiga Reyes Aguilar describió en estas páginas hace pocos días.

Mi hija seleccionó y convocó para acompañarnos, porque para ese hueco no podía venir cualquiera, a una de sus amigas del Instituto, bética hasta la medula pero que no había podido asistir al campo aun a sus trece años, años como las barras que la enjaulan en verde y blanco para siempre. Cuando la recogimos, camiseta rallada color esperanza, escudo al pecho y tanta ilusión en el rostro como si ese día fuese para ella EL DÍA.

Miriam es “poquita cosa”, aparentemente, pero esos valores que tiene inculcados le explotan al llegar al campo. En su mochilita, dos “tuperwé” con su salchichón cortado, sus picos y su triangulo casero de tortilla de patatas “made in” mamá. Es alérgica al gluten, pero ante los coros de sensaciones que se le cuelan a eso de las 13 horas, empieza a perder la noción de las cosas sino fuese por ese orgullo de sentirse una de los nuestros, por sentirse diferentemente agraciada. Antes de entrar, pide un “coca-cola” de lata que pretende entrar en el campo para que le renueve sus ganas de gritar, refresque su garganta y le permita agarrarse a algo antes de que los nervios la devoren. “No se pueden meter, ni la coca cola, ni los tupers”, le digo mientras ella sigue revisando con la mirada cada palmo de ese entorno que a partir de ahora será su “tierra santa” infinita.  

Y entramos y divisa desde Fondo la grandeza del Villamarín, eso que se siente cuando vas por primera vez a tu casa, la que lo será de por vida. Mi hija la mira orgullosa, yo miro a mi hija babeante y los tres, sin poder sentarnos, cantamos al cielo aquello de “ahora Betis ahora”. Nos abrazamos al son que marca la leyenda de Joaquín, sufrimos al compás de ese Betis que, como ese amor que mata, nos quiere tanto que nos hace sentir que todo puede pasar….el drama y la comedia en un solo acto, en una sola vivencia, todo concentrado y envuelto en un aroma que ya no se te separa de la piel. Su sonrisa son las medias de Gordillo que nunca se bajan, sigue ahí durante las casi dos horas que vive extasiada la experiencia. Sueña con que el sueño no se acabe, pero quiere que el árbitro pite…..para ver a su equipo ganar. Y el partido llega a su fin y ganamos, nos mira eternamente agradecida, pero para ella empieza la cuenta atrás, para que más pronto que tarde, vuelva a la que ya a todos los efectos es su nueva casa: Su Villamarín.