Reyes Aguilar @oncereyes El junco que se dobla pero nunca se quiebra, bajo el ala del sombrero de Oselito que dibujase la pluma de Martínez de León, ante esa inderrocable moral a prueba de derrotas, que diría el poeta. A Su Majestad el Real Betis Balompié le sobran desmemoriados, no caben en él quienes desconocen que a veces sales del campo jurando no volver más y a la vez, deseando pisar de nuevo el Villamarín, como muestra de la incombustible moral bética. El luchar y el abanderar un sentimiento que está por encima de victorias y derrotas, la resignación de saber que al Betis cuanto más nos duele, más se le quiere. Un equipo diferente, anárquico, romántico, con carisma que forma parte de la memoria de la ciudad de Sevilla y de su idiosincrasia.

Que le pregunten a los de Bilbao, no tras llevarse tres frascos del bálsamo de fierabrás del portuense, ni por aquella tanda de penaltis en el Vicente Calderón en el 77, sino por aquel Betis sin corona, el de la República, lleno de apellidos vascos que ganó la única liga que luce en las vitrinas del Villamarín una tarde de feria de 1935, donde el corazón ganó la batalla a la razón, ahí está el Manquepierda. Y por esa inderrocable moral a prueba de derrotas se es bético por tesón, romanticismo y sevillanía, que diría la voz de aquella Sevilla que llevaba en los labios Joaquín Romero Murube, razonamientos rebeldes y nuestros, pilares de una forma de vida y de fútbol que sobrepone la miel de la victoria al amargo sabor de la derrota. Ser del Betis porque si o serlo hasta cuando gana, como dice un amigo con acierto, cuando disfrutamos de lo poco que nos ofrece, de ése Betis que surge de él mismo, fiel a sí mismo arropado por los tantísimos béticos inexorables que lo forman, ellos son los que saltan al césped sabiendo lo que se lleva bordado a la izquierda.

El Manquepierda no es vivir del pasado, es revivirlo, como un espejo de nuestras propias capacidades por encima de recordar victorias contadas; no es rendición, es resurrección a los malos dirigentes, a sus enemigos, a la dureza de la postguerra, a los juzgados, a las penurias económicas y a la mala baba de sus detractores y es la ilusión que nos devuelven tardes mágicas como las de ayer, cuando la ilusión manque gane, no se llega a perder del todo, que es también algo muy bético.

Démosle las gracias a quien instauró en aquellos campos de tercera donde se curtió el beticismo de verdad, el de bicicletas a Utrera, de rifas y tortillas, el lema del Viva el Betis Manquepierda, grito de supervivencia, fe, ambición y humildad, ese sino que de los béticos que sabemos perder mejor que ganar y luchar en la vida ante las adversidades.

Yo misma le escuché a mi corazón hablar del Manquepierda, al decirle a una de las personas que más quiero en el mundo, ante una de esas terribles situaciones donde el balón de la vida te coloca en el punto de penalti de la adversidad, que hay que ser bética para todo, y no hizo falta explicarle más. Ahí está el Manquepierda, el junco que se dobla pero que nunca se quiebra.