Reyes Aguilar @oncereyes Le vi pasar orgulloso, tendría unos ocho años e iba con su camiseta a rayas verdes y blancas agarrado de la mano de esa persona que posiblemente le hablará de orgullo, de Manquepierda, de señorío, de rebeldía y de idiosincrasia, esa persona determinante en la vida de cada uno de nosotros, aquella por la que con los años encima, insuflamos los pulmones cuando la brisa se torna de verde y suspiramos tras cualquier tarde de almohadillas y CurroBetis, esa que mira a través de nuestros ojos, generación tras generación.

Dicen que el bético nace, que no se hace y ese niño con su camiseta y los ojos llenos de esa irracionalidad de ser bético porque si, demuestra la grandeza y la valentía que tiene ser bético pese a todo, y pese a todos. Niños y niñas que se conforman con admirar a las estrellas fugaces que llegan prometiendo tardes de gloria y ofreciendo a cambio pompas de jabón y que pese a ello, anhelan con lucir en la camiseta su número a la espalda, cantar sus goles y volver a casa con la esperanza de que el próximo partido sea el definitivo, el que ponga las cosas en su sitio, el que enderece de una vez por todas el junco que se dobla, pero nunca se quiebra. Le contarán que el Real Betis Balompié es un sentimiento que está por encima de victorias y derrotas y que el escudo de las trece barras que late a la izquierda, solo entiende de esa inderrotable moral a prueba de derrotas, que diría el poeta. Le hablarán de futbolistas míticos que forjaron las trece barras del escudo, de tardes de gloria y de intelectuales con el mismo arraigo que los béticos humildes protagonistas de aquellas hermosas historias de tranvías, de bicicletas a Utrera, tortillas, rifas y Tercera División; de la corona de su escudo por el que ostenta el título de Su Majestad, aunque el mejor título sea llevarlo en el corazón y de que hubo un Betis de apellidos vascos que ganó la única Liga que luce en las vitrinas del viejo Villamarín.

Ojalá ese niño aprenda a ganar mejor que a perder y a quererlo más no cuando más le duela, sino cuando más se acostumbre a las victorias y se rebele contra el conformismo y la realidad de que en más de cien años de historia solo se han conseguido tres títulos, muchos descensos y demasiados ridículos. Que se agarre a ese ser bético por tesón, romanticismo y sevillanía para exigirle al palco un Betis ganador, competitivo, serio, sin chistes, ejemplar, elegante y señorial, que de una vez por todas se asiente donde debe estar por historia, por los béticos inexorables que forman su afición y su fidelidad, la que llena el campo, la que le sigue allá donde él vaya. Ese niño es mi esperanza, porque tiene la edad de la exigencia y en sus manos, la posibilidad de ahuyentar el conformismo, deshacer el eterno sueño de la gloria prometida y reclamar de una vez por todas, el respeto que merecen tanto el Real Betis Balompié como las manos que nos agarraron de niños haciéndonos los béticos que somos, esos que ahora nos emocionamos viendo al niño luciendo orgulloso la camiseta del Real Betis Balompié, cuando más difícil es ser bético.