Reyes Aguilar @oncereyes Tuve la suerte de conocer a un hombre excepcional que llegó a ser presidente del Real Betis Balompié durante los años de gloria que protagonizó aquella alineación que aún se recita como una cantinela; Esnaola; Bizcocho, Biosca, Sabaté, Cobo, López, Alabanda, Cardeñosa; García Soriano, Megido y Benítez, con Del Pozo y Eulate, aquella que marcó una muesca en las trece barras en base a los años de gloria del Vicente Calderón donde fuimos campeones de la primera copa de la Democracia, aquella época del Eurobetis, el Currobetis, Milán y gol de López.

Este caballero, porque no cabría en otra palabra, denominado como el Presidente de la verdad, me enseñó cómo entender la rivalidad sevillana sin que nadie se enfundase en capas y capas de mala baba. Pepe Núñez Naranjo se enorgullecía de la magnífica relación que mantuvo con el Sevilla Futbol Club, siempre con el pensamiento puesto en las personas por encima de los colores. De uno de sus máximos estamentos, sevillista de pro e importante cargo en la ciudad, llegó a decir que “tenía un corazón de un blanco tan puro que dejaba que creciese el verde de la esperanza”.

Hago mías las palabras de quien fue mi presidente en aquellos años en los que despertaba al beticismo, algo que no impidió que olvidase su legado  teniéndolo siempre presente por muchas razones como las que hoy me llevan a escribir estas palabras, y es que toca entender que las personas están por encima de los colores y que no hay rivalidad cuando la enfermedad hace que la sangre blanca que le hierve al entrenador se pique con la roja, del mismo rojo que la que aquel sevillista ofreció generosa y cordial para que brotase aquel verde que ahora, más verde que nunca, aflora para llevarle la Esperanza y le ayude a librar ese partido donde deseo encarecidamente que gane por goleada.

Ya lo dijo Jorge Valdano: “el fútbol es lo más importante entre las cosas menos importantes” y por ello, toca dejar atrás cualquier provocación, gesto o comentario y desearle a Joaquín Caparrós una pronta recuperación, todo el ánimo del mundo y el deseo ferviente de que sea fiel a esa particular filosofía del Manquepierda del catecismo sevillista que dice aquello de que “no hay derrota en el corazón de quien lucha”.

Se lo desea una bética de corazón, de un blanco muy puro.