Reyes Aguilar @oncereyes Mil quinientos kilómetros después aún hay béticos y béticas esperando levantar su Copa. Aguardan impacientes el día que acude a sus pueblos con la emoción intacta, para rememorarnos las historias de ese Betis forjado de generación en generación, de los ojos al corazón, en tantas historias de un beticismo único, férreo, rebelde y romántico, sin razón y con ella. Ni siquiera necesitan pronunciar una palabra cuando le preguntan qué es el Betis; sacan el pañuelo, se limpian las lágrimas y ya queda todo dicho. Hablan los ojos, los gestos, incluso la respiración y yo me siento una bética insignificante ante tanta grandeza. Es algo que me encanta hacerlo, en los béticos es donde está el Betis de verdad y de los que se aprende y en la peña bética de la Algaba, donde me acerqué a que me enseñasen ese Betis de autobús, de un Manquepierda extraordinario pude de nuevo comprobarlo. Allí aguardaban camisetas, bufandas, niños, padres, abuelos, madres, vecinas y amigos en torno a la Copa que tres meses después, nos tiene el alma todavía llena de un entusiasmo insaciable. Este mapa mayestático por la orografía del verde y blanco está dejando imágenes únicas que quedarán para el recuerdo; aquel niño fotografiado dentro de la Copa crecerá para contarles a los que vendrán que él estuvo allí, como estuvimos los que vivimos en el blanco y negro de la distancia, aquella tanda de penaltis en el Vicente Calderón y aquel apretón de manos entre porteros en aquel Betis de pelos largos que hizo llorar a mi padre. Quedará ese regusto a día de fiesta cuando recuerden el día que la Copa vino a verles a ellos, que saben de memoria el camino al Villamarín tras tantos años de idas y venidas a pesar de las alegrías y las penas. Quedarán para siempre impresas las huellas de las manos béticas que la han abrazado con miedo, con orgullo, con emoción, quedarán los besos, las familias a su alrededor y el respeto que impone tenerla cerca. Quedarán las palabras de Manolo Rodríguez intentando justificar lo difícil y a la vez fácil que es ser bético, mezclando sus vivencias con las de los ojos de los que le escuchan, proporcionándole el fácil y emotivo hilo del discurso. Alcaldes, cohetes, bengalas, fuegos artificiales y alegría para festejar que la Copa de los béticos se marcha llevándose con ella la emoción de los que esperaban la cola, las lágrimas de los que estuvieron y de los que no pudieron estar, de los que pensaron que nunca podrían vivir algo así y de los que piensan que quizás sea lo último que vivan y sobre todo las manos de los niños que la han agarrado vestidos con sus camisetas del Betis con Fekir, Joaquín o Canales a la espalda, que es lo más bonito que hay en el mundo. Esa iniciativa de acercar la Copa por parte del Real Betis a sus béticos es maravillosa, con una organización perfecta y una inagotable paciencia por quien organiza la cola y va haciendo las fotos con los móviles, o por la representación que hacen aquellos embajadores de ese Betis curtido en lo malo y en lo peor como García Soriano, Cardeñosa o Rafael Gordillo, incapaces de negarse a un autógrafo más o una última foto. Ganar la Copa fue grandioso, apoteósico, pero el reflejo de plata en los ojos de los béticos donde vive el Betis de verdad, es indescriptible, no hace más que corroborar que tardará en desaparecernos esa alegría desaforada que se nos instauró en el corazón desde aquel bendito día en que el niño del flequillo metió el gol con el escudo.