JJ Barquín @barquin_julio En la Feria del Libro de Sevilla, mi compañero de oficina y emergente escritor, Daniel Ruiz comentaba que vivimos en una continua esquizofrenia porque las redes sociales le han quitado la camisa de fuerza a un mundo loco. Excelente reflexión para pensar en todo lo que ocurre alrededor del Betis y sus aficionados. Han bastado tres malos partidos para que la felicidad salte por los aires, para que el disfrute colectivo se difumine como un azucarillo. Y encima desde los medios del club, por boca de Juan Bustos, se enrarece el ambiente con unas declaraciones tan valientes como inoportunas.

Inoportunas por el momento, pero cargadas de mucha verdad a la hora de indicar que el ambiente en el estadio no fue el de otras grandes citas. Basta recordar el partido contra el Chelsea de Mourinho o los partidos donde el club se jugaba la vida por seguir en la categoría de oro del futbol español. La tarde más recordada fue aquella contra el Tenerife en la que el desaparecido Pedro Buenaventura llegó a decir -en una preciosa y sentida hipérbole- que cuando el árbitro pitó el final y se consumaba el descenso a segunda división, “yo me estaba muriendo por el Betis y fue la afición con ese Betis, Betis, Betis la que me salvó”.

Cada vez que observo ese vídeo, la emoción me envuelve y los ojos se ponen vidriosos recordando que esa tarde estaba en el estadio y que fue el momento donde comprendí que este sentimiento escapa a la victoria, a los trofeos, a los puntos o a la gloria deportiva. Fue el momento donde vislumbré que el Betis es algo distinto, especial, indescriptible, que te atrapa e irremediablemente ya forma parte de tu vida para siempre.

Como rezaba la famosa chirigota del Selú, El que la lleva la entiende. Y por eso cada bético es libre de hacer lo que estime oportuno en el campo. No soy nadie para decir lo que otros tienen que hacer. Pero como decía el padre de Rocío Campos, al Betis hay que quererlo siempre como a un hijo. Y por eso muchas veces pienso que, en mi caso, el Betis es ese hijo que nunca tuve por distintos avatares de la vida.

Ese hijo que no me permite irme del estadio antes de que acabe el partido porque debo estar a su lado en los buenos, pero, sobre todo, en los malos momentos. Ese con el que me enfado algunas veces pero que a los cinco minutos lo quiero abrazar con locura. Ese que me atormenta, pero me da la vida. Ese con el que lo bueno se hace eterno y lo malo un instante. Ese que se defiende con uñas y dientes y se disfruta con solo mirar las trece barras. El Betis es ese hijo al que inexorablemente estás unido de por vida. Y que a veces, te la da y otras te la quita. Pero que, en definitiva, lo quieres con locura.