Reyes Aguilar @oncereyes Hubo un Betis, allá por 1969, lleno de reminiscencias musicales; Pachín y Pachón junto a Rogelio, Quino, Ezequiel y otros nombres de oro de la nomeclatura bética, conformaron la sintonía en verdiblanco de una parte de la centenaria historia de este club. Y hay otro Pachón, coetáneo de aquella alineación musical y de nombre Antonio, que pese a todo y manquepierda, no ha dejado de escuchar la música de semejante pentagrama tras toda una vida en verdiblanco. Fue la excelente iniciativa del club por perpetuar la memoria de sus fieles y una foto que lo representaba, la que me inspiró a llamar a Antonio, conocerlo y reiterar el privilegio de poder expresar con palabras un sentimiento, unido a la satisfacción de ver como algunas cosas, en las entrañas del club, se empiezan a hacer como se deben hacer, mirando a la grada, reconociendo el mérito de los que no ceden, de los de toda una vida de fidelidad y lealtad sin condiciones. ¿Cómo se hace para no bajar la guardia pese a los malos resultados y los peores dirigentes?. Antonio, con su carnet de socio y su número 95, tenía todas las respuestas.

Y de nuevo la aliteración musical; Antonio Machín con sus dos gardenias de tono de espera aguarda al otro lado del teléfono facilitado por su hijo Alejandro, cómplice y ejemplo de ser la rama bendita que al tronco nace, y en el tiempo que duró un café en el Jamaica, nos pasó por encima la brisa de la nostalgia que llena los ojos de ese Betis que contagia, que se hereda. Fue un Real Betis – Real Sociedad su despertar al beticismo y hombros de su padre, cuando con siete años lo llevó a oler la hierba de Heliópolis para no dejar de hacerlo ni una sola vez en su vida, y que Antonio atesora pese a todo y ante todo, incluso ante el exilio del Villamarín, cuando optó por ahorrarse el espectáculo que ofrecían en el palco nefastos dirigentes cortijeros que erigían bustos a la vergüenza, tirando por tierra la elegancia bética o el señorío intrínseco a nuestro escudo, dejándonos a cambio un solar donde nadie daba un duro por nosotros. Pero el Betis es más que eso, lo sabe Antonio y muchos como él, conscientes de que resucita de todas sus muertes, que diría el poeta, porque sobrevive a descensos, a ruinas y a malos dirigentes, porque es algo etéreo, que se siente, se sufre y se da, como el amor verdadero. Conocer a béticos como Antonio te hace ser mejor bético y entender la bendita locura de su pasión, la misma que le lleva a Ciudad Real cuando Biosca aún jugaba en el Calvo Sotelo, para dejarle con dos ruedas pinchadas y sin repuesto, llegando por los pelos a un campo que no tenía gradas, o ir tres veces a Vigo en la misma temporada para traerse once goles en contra. O de oírle con emoción definir a Rogelio y Benítez como la mejor media del mundo, junto a Lopez, Biosca, Cardeñosa, Alabanda, Megido o Cobo, aquel dream team del 77, o como se subió a un tren, con uno de tantos descensos recién consumados cosidos al alma, para que dos monjas que compartían compartimento le consolasen del llanto con el que un bético engrandece a su equipo, allá donde fuere. O el llanto que origina el gol de Hugo Cabezas a pase de Bizcocho que valía una permanencia o las risas de meter a siete en un seiscientos desde Bellavista al Villamarín. Y entre la nostalgia y la emoción, y un vendedor de mostachones que se acerca, me enseña el ramo de flores de su jardín; Rosalía, Valentina, Violeta, Aitana y Olivia, como parte de la cantera de béticos a los que Antonio ofrecerá, ese noventa y cinco lleno de vivencias, de risas y de llantos tras toda una vida en verdiblanco, unido al orgullo de ser uno de esos socios leales que no dejaron de serlo nunca, a pesar de la circunstancias, a pesar del propio Betis.

Foto Principal: @RealBetis