Reyes Aguilar @oncereyes Que allá donde vaya el Real Betis levante pasiones es algo intrínseco, pegado a nosotros, a nuestra historia. Me gusta mucho hablar de ello con los béticos mayores porque de sus vivencias, se aprende a ser mejor bético. Recuerdo a Juan, un bético del Cerro del Aguila que me contaba como en aquellos difíciles años de Tercera, iba en bicicleta a Utrera a ver al Betis a pesar de no tener dinero para la entrada, se subía a un árbol y desde ahí, veía el partido. Ahí está el Betis de verdad, en ese cuaderno de bitácoras que escribe cada bético de su propio Betis, como aquellos que una tarde de feria de 1935 salieron en coche de caballos a recibir a las afueras de Sevilla al flamante campeón que venía de Bilbao con la Copa de la Liga conseguida en Santander a bordo de la flecha verde. Conozco a una pareja que se enamoró en un avión rumbo a Kazán en aquel EuroBetis de Nono, a quien en junio de 1977 cogió un taxi en la puerta de Alcalá y le dijo al taxista que lo llevase a la Puerta la Carne y a un niño que feliz, sacaba su bandera por la ventana del autobús que le llevaba al Vicente Calderón ese mismo año, escondiéndola por Despeñaperros con el alto de la Guardia Civil porque en aquellos tiempos, no se podían llevar banderas. De todos se aprende a ser mejor bético, pese a la distancia o a la dificultad; béticos en Asturias, en Mallorca, en Australia, en Nueva York, en Dubai o en Finlandia, béticos del Universo heliopolitano, el del más allá de las fronteras, donde siempre habrá alguien que diga viva el Betis Manquepierda, que dice nuestro himno. Béticos en partidos del exilio, de ascenso, de descenso, finales ganadas o perdidas; Jaén, Burgos, Liverpool, Málaga, Milán o Elche, donde se concentraron un buen número de esos béticos de adn, de raíces, de recuerdos o de porque sí para recibir a su equipo. Un señor decía a las cámaras que el Betis es patrimonio de la humanidad con toda la razón, porque está en todos lados, juegue donde juegue o aunque no juegue; en cualquier punto de la geografía siempre habrá alguien con las trece barras en los ojos, en el corazón y en la camiseta, por identidad, rebeldía o por la sangre verde y el corazón, que late por él, porque en todos sitios lo conocen, lo respetan y lo quieren. Y en estos difíciles tiempos sin gradas y sin público, ver a esos aficionados en aquel descampado inhóspito bajo la lluvia, niños y mayores portando sus banderas y sus pancartas es un gesto más de la grandeza y la humildad que tiene el Betis. No quiero imaginarme el día que juguemos finales europeas, que las ganemos, que las perdamos. No puedo imaginármelo porque sin jugarnos nada, nos supera la emoción de la ilusión que despierta la llegada del autobús del Real Betis entre aplausos de los aficionados que lo alientan a seiscientos kilómetros de la Palmera, y que demuestran la inmensidad del Real Betis Balompié y sus béticos, como nuestro más valioso patrimonio inexorable.

¿Sabía usted que el Betis es patrimonio de la humanidad? Pues eso.