JJ Barquín @barquín_julio Esta historia comienza muy lejos de Sevilla. En concreto, muy lejos de las calles Guadiana y Afán de Ribera. Esta historia comienza en el Valle de Ruesga, por donde discurre el río Asón recorriendo pastos, vacas, casas solariegas y blasones de un pasado ultramarino todopoderoso. Pero también surge en Flandes, en el corazón de las tierras flamencas, donde mi admirado Marcos Pereda me indica que podría haber nacido el apellido Barquín.

Y es que llegados a este punto también tenemos que mirar hacía La Cavada, esa zona de Cantabria llena de bosques que surtieron de madera a una de las más destacadas fábricas de artillería del país. Allí llegaron los mejores técnicos de Bélgica, flamencos más que preparados para poner a funcionar los altos hornos y producir armamento y munición de la mejor calidad. Me dice Marcos que allí debió surgir el apellido que define lo que es un fuelle para avivar el fuego.

En esa zona, a mitad de la línea de ferrocarril que recorría los kilómetros que hay entre La Cavada y Ramales de la Victoria, hay un pueblo pequeño donde comenzaron su vida Cándido y Paco Barquín. Los más pequeños de cuatro hermanos, tras una tragedia familiar, que se dedicaban a todo lo que surgiera en Ogarrio y todos los poblados de la zona. Fueron años de buscarse la vida por Matienzo, Riva, Valle, Barruelo, Rasines o Gibaja. Y si ya eran años difíciles, llegó una guerra para convertir una zona afligida en un lugar abatido.

La situación de un porvenir complicado y cuestiones familiares hicieron que buscarán un futuro mejor al otro lado del país. De la montaña a la Puerta Osario. De luchar con vacas y caminos enfangados a bajar bocoyes llenos de vino en los anisados El Punto. Un lugar emblemático con raíces montañesas, como muchos bares de la urbe, lo que influyó en la decisión de instalarse en la ciudad del río Betis.

Y es que los lazos entre Sevilla y Cantabria son históricos. Basta con recordar al Rey San Fernando y su auxilio en los marinos cántabros para conquistar la Isbiliya de aquella época. Años más tarde, esos lazos han seguido pululando por esta bendita ciudad, cuando uno de Laredo marcaba dos goles en el Calderón y otro de Cabezón de la Sal elevaba al cielo de Madrid la primera Copa del Rey. Las últimas alegrías que hemos vivido nos las trajo otro cántabro que más de una vez subiría por la Alameda Primera con el pañueluco de seda a beber a la fuente de cacho.

Tras años de duro trabajo pudieron comenzar a labrarse un futuro propio y dividieron sus fuerzas. Paco tiró para la calle Guadiana y Cándido para El Cerro del Águila. Los dos pusieron una taberna para seguir con el negocio aprendido en El Punto. Pero no todo iba a ser faena, esfuerzo y lucha diaria. Paco y Cándido disfrutaban con largas charlas sobre una de sus pasiones, el ciclismo y uno de sus héroes, Vicente Trueba, la Pulga de Torrrelavega. No es de extrañar habiendo nacido entre montañas y valles, entre carreteras imposibles y cuestas inmortales.

Y en el terreno futbolístico, ambos no cambiaron de colores. Del blanco y verde de los campos de Sport del Sardinero a las trece barras en verdiblanco. De ese córner donde en el 35 se tocó el cielo, al barrio de Heliópolis para sentir cada quince días ese gusanillo de la emoción. Con ellos se cumplió ese lema precioso que señala que la pasión verdiblanca se traslada de padres a hijos, de abuelos a nietos.

Y entre recuerdos y nostalgias, llegamos al final. Hace unas semanas se completó el ciclo de la vida. Ese que marca el inicio y el fin de las cosas. Tras la dolorosa desaparición de Paco, continuador de la saga en la calle Guadiana, su hijo Carlos ha traspasado el bar que tantas alegrías ofreció a la familia bética que iba allí a ver los partidos fuera de casa. En el otro extremo de la ciudad, la casona que había sido taberna de Cándido y Elena y también Peña Bética del Cerro se vendió hace unas semanas.

Se cierran las historias de dos hermanos cántabros que vivieron lejos de la tierruca, pero nunca la olvidaron. Paco y Cándido se sentían muy sevillanos y aquí fueron felices, aunque siempre tuvieron la fuerza del viento del norte y esa bravura que viene del mar.