Reyes Aguilar @oncereyes Cardeñosa, García Soriano o Gordillo fueron héroes de un Betis de tiempos convulsos que mitificaron ese once eterno que guardo en el corazón forjando los cimientos de la bética que soy, jugadores emblemáticos que a pesar del tiempo siguen ahí, entrelazados a las trece barras de un escudo del que ya forman parte inexorablemente.

Recuerdo ir con mi tío a la ciudad deportiva, al entrenamiento de los jueves donde se jugaba un partidillo y donde podíamos verles de cerca, accesibles y cariñosos con el público que les acompañaba. Recibíamos sus autógrafos con esa predisposición innata por agradar a unos niños, por encima de unos aficionados, plantando esa semilla que germina con los años y convierte ese gesto en algo extraordinario y a su dueño, en inolvidable. Y ahora, que vivimos tiempos de fotos en ventanilla de coche de lujo y futbolistas inaccesibles, dioses de un Olimpo solitario y ejemplo de nada, Joaquín hace beticismo como entonces, guardando un gesto de cariño a disposición de quien se lo pida, cuando le esperan  juegue el Betis donde juegue porque nunca juega solo. De sus méritos deportivos no diré nada, innumerables son sus tardes de gloria levantando la chistera y las lágrimas que nos ha arrancado de emoción con su juego levantándonos del asiento, y sí de su valentía a la hora de arrimar el capote al ruedo accionarial, el mismo que agarraba  emulando a Curro Romero aquella inolvidable noche de junio en el Vicente Calderón. Dos maestros unidos por el título de leyenda viva del beticismo, algo que saben desde el viejo córner de Santander que vio ganar la única Liga de nuestras vitrinas hasta el viejo palomar de Gol Sur, donde tantas historias se escribieron. Joaquín ya es catedrático de ese Manquepierda que se escribe con humildad y es ejemplo de béticos inexorables, como lo fueron aquellos cuyos autógrafos ya amarillean entre mis recuerdos. A Joaquín se le nota en los ojos ese Betis que duele, que agarra desde dentro, que late por nosotros a la izquierda del pecho, justo encima del escudo que defiende como solo él sabe. En todos sitios le conocen, es el abanderado de la finta y el sprint, el embajador de esa leyenda que recorre el mundo entero, donde la magia de su eterna juventud trasciende a sus  imitaciones, a sus chistes y a sus bromas. Joaquín es así y así le queremos, dicen muchos, pero el de los ojos brillantes y la sonrisa eterna, sabe que lleva cosido al brazalete de Capitán del Real Betis Balompié los apellidos vascos del 35, el presidente Sánchez Mejías, los héroes del 77, los tranvías a Heliópolis, la marcha verde, Don Benito, la zurda de caoba de Rogelio o el inmenso corazón de Luis del Sol, así como a toda una afición que lo idolatra. El no necesita ser caldo de cultivo del mal gusto cuando lleva en sus botas, en su alegría innata y en su dorsal, el ser uno de esos nombres que siempre lucirán los niños en sus camisetas, que amarillearan los autógrafos, que se recordarán generación tras generación por su juego y su carisma.

El abrazo de Fekir el sábado pasado es el claro ejemplo de que Joaquín ya trasciende en el tiempo y es un mito, justo Capitán del Real Betis Balompié siempre, allá donde vaya, con balón o sin él junto con el reconocimiento de toda una afición que lo admira por ser lo que es, la sonrisa del Real Betis Balompié y el ejemplo, así como el orgullo de sus béticos.

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