JJ Barquín @barquin_julio Jon Pascua publicaba en Twitter un interesante artículo de El País donde se recogía la reciente publicación de una obra. Se refiere a un ensayo, firmado por Jean-Marie Brohm y Marc Perelman, cuyo título es directo y preocupante: “El fútbol, una peste emocional”. Es verdad que el mundo intelectual nunca se ha llevado bien con el universo del balompié, pero el ensayo lo deja claro: el fútbol es un elemento que embrutece a la sociedad y la aleja de la razón.

Tres son los aspectos que justifican esa dura afirmación: el fanatismo; el poder mimético de la multitud que degenera en contagio mental y, por último, el odio y poco respeto a la vida. Es una visión muy pesimista del papel del fútbol en la sociedad actual pero los últimos acontecimientos vividos en Argentina así lo confirman. Sin embargo, es una oportunidad de los aficionados para ponerse frente al espejo, y pararse a reflexionar.

Es necesario que nos paremos a pensar, para no permitir que sigamos contribuyendo a crear un monstruo imparable que nos consuma en breve.  En el caso del Betis, venimos asistiendo a una radicalización de parte de la afición. Y no me refiero a los habitantes de la grada baja de Gol Sur, que también, sino a un importante conjunto que está instalado en el fanatismo, en el dramatismo y la exaltación permanente o en la intransigencia más absoluta.

Insultos a los jugadores, al cuerpo técnico y ofensas a otros béticos por no pensar como ellos es el clima en el que nos hemos instalado, gracias al caldo de cultivo generado, entre otros, por la prensa interesada de esta ciudad. Esa prensa y algunos dirigentes que tienen mucha culpa de ese nivel de fanatismo, delirio y violencia verbal en el que vivimos. Expresiones como ganar sí o sí; ganar por lo civil o lo penal o partido a vida o muerte, aun siendo figuradas, no hacen ningún bien a la hora de fomentar el sosiego y la tranquilidad entre las aficiones.

El Real Betis y su afición representaban un aspecto peculiar dentro del universo futbolístico. Ese slogan del manque pierda, aparte de ser bellísimo, encierra un mensaje magnífico: un modo de encarar la derrota, de enfrentarse a los tiempos negativos, de mirar con esperanza al futuro. Algunos béticos han intentado denostarlo y arrinconarlo cuando debería estar impreso en nuestro escudo, como lo está en nuestra historia. No perdamos nuestra idiosincrasia, nuestra personalidad, nuestra condición. No lo permitamos. Ganar, empatar o perder es fútbol, es deporte; el Betis, además, es otra cosa.