Pablo Caballero Payán @pablocapayan El pasado martes escribió Álvaro Borrego Domínguez en El Desmarque un emotivo y brillante artículo en el que un nieto le preguntaba a su abuelo que por qué lloraba si el Betis había ganado. La respuesta fue sensacional y cargada del más puro y auténtico sentimiento bético. Y ese artículo me hizo pensar en las veces que las lágrimas han sido las protagonistas de momentos significativos que he vivido en torno al Real Betis Balompié.

Sin ir más lejos, cuando el Málaga CF logró adelantarse en el marcador en el último partido disputado, un chiquillo de cinco o seis años que estaba sentado en la fila de arriba de mi localidad en Gol Norte empezó a llorar desconsoladamente. Lloraba con el corazón encogido y no tenía consuelo. Aun estaba llorando cuando empató Durmisi y yo, sin dudarlo, fui a abrazarle y a decirle que no llorara, que el Betis iba a ganar el partido. En cierto modo me vi reflejado en ese niño, aunque yo no recuerdo haber llorado así por un gol en contra. Si me acuerdo del nudo en la garganta que se me quedó tras los partidos de vuelta de las promociones con el CD Tenerife y el Deportivo de La Coruña. No brotaron lágrimas, pero la sensación de ahogo la recuerdo perfectamente.

Si lloré el día que descendió el Betis en 2009. No fue solo por el descenso, que también. Fue más por la impotencia de saber que un tirano había destrozado todo lo bonito que rodeaba al club. Él había prostituido la esencia y la idiosincrasia del Real Betis y juré no volver al Villamarín hasta que se marchara. Y así lo hice. Me costó muchísimo hacerlo. Lloré cuando llegó el primer partido como local de la siguiente temporada y no fui a Heliópolis. Por suerte todo lo malo tiene un final, y con la llegada de Rafael Gordillo a la presidencia volví al estadio.

En 2010, en el almuerzo que la Asociación de Béticos Veteranos celebró con motivo del 75 aniversario del título de Liga del Real Betis, vi a mucha gente llorar de emoción, llamándome muchísimo la atención lo emocionado y agradecido que estaba el nieto de Mr. O´Connell y los jugadores de la plantilla que lograron la Copa del Rey en 1977. Aunque ya lo sabía, ahí fui más consciente de la magnitud de este bendito sentimiento.

Por supuesto también he visto lágrimas de alegría. En la noche del 11 de junio de 2005 en el Manzanares las vi en la mayoría de ojos con los que me crucé. Para mí fue imposible contener la emoción y la felicidad ese día y en muchos partidos ganados en el último suspiro (el gol de Beñat, el de Alfonso al Atlético, los de Rubén Castro al Valencia, el de Sanabria en el Bernabéu…), el ascenso en Jaén, la épica remontada al FC Barcelona o en la gran noche de Reyes Magos del pasado 6 de enero.

Conté hace unos días que tuve la suerte de ver el partido Real Betis-UD Las Palmas en el Palco Presidencial del Villamarín. Pues ahí también vi ojos vidriosos por la emoción y la satisfacción que me calaron hondo. Concretamente en los de cierto señor de Sa Pobla que tiene muchísima culpa de lo que le está ocurriendo al Betis. Supongo que antes de desembarcar en el Villamarín en esta nueva etapa se compró un teléfono nuevo para que se lo cogiera todo el mundo.

Y las últimas lágrimas que me han llegado al alma son las de Quique Setién cuando fue llevado por sus jugadores al centro del campo de Heliópolis. Fueron lágrimas de felicidad, de ver la recompensa a su trabajo y también, supongo, de tensión acumulada, de soportar la impaciencia (justificada) de la afición en los momentos de dudas allá por noviembre y de las críticas injustas, torticeras e ingratas de una parte de la prensa que se está retratando ella solita.

Espero que pronto volvamos a llorar de alegría, a desahogarnos y a liberar toda la tensión acumulada durante años de sufrimiento. Que broten las lágrimas verdiblancas y que nunca jamás sea por decepciones y penalidades. Y lloren, que es bueno. Saquen los sentimientos a pasear y mostrémosle al mundo que nos hemos ganado el derecho a ser eternamente felices.