JJ Barquín @barquin_julio Escribía un aficionado en las redes sociales que “no se muere quien se va, sino quien se olvida”. Frase idónea para recordar a un ser grande que se nos ha ido para siempre pero que jamás olvidaremos. Los cristianos tienen ese plus del más allá, de la vida eterna. Pero los que creemos que llegamos, estamos y pasamos, entendemos que la muerte es el fin de una vida que debe aprovecharse para hacer el bien, para dar lo mejor de sí mismos. Y eso es lo que hizo Pedro Buenaventura Gil.

Cuarenta años en el club de su vida para servir en todos los ámbitos. Entrenador de juveniles, encargado de la cantera, delegado de campo, representante de la entidad en diversas instituciones, delegado de viajes, responsable de la secretaria técnica y entrenador del primer equipo en cuatro ocasiones. Lo fue todo en el club pero no ambiciono nada. Buenaventura representó a esa generación que lo dio todo por el equipo de sus amores, sin pedir nada a cambio. Entrega absoluta y dedicación verdadera a un Betis de años muy difíciles.

Buenaventura, Pichi, Quijano fueron algunos de los hombres de los que me hablo mi tío Antonio cuando tuvo a los jugadores de la cantera varios años en su “hotel” de Heliópolis. Me comentaba que eran señores, hombres de los pies a la cabeza, con principios, con valores, siempre dispuestos, béticos de otra pasta. Otro fútbol, otra época. Menos profesional quizás, pero más autentico. Diferente en todo caso.

Buenaventura es historia eterna, santo y seña de un Betis de otro tiempo que se nos va con una generación de hombres irrepetibles. Sus historias, sus vivencias, sus experiencias deben quedar reflejadas en la institución para que las generaciones futuras sepan de ellos y se empapen de su legado. Como él mismo decía, ser bético es una forma de ser, una forma de vivir, una forma de comportarse.

En estos tiempos de desengaño, beligerancia e lucha de intereses personales, reflexionemos y avancemos todos juntos para enderezar una nave por la que lucharon hombres como Pedro Buenaventura. Lo salvamos una vez en una aciaga noche de promoción con traidores incluidos. Ahora podemos honrarle, siendo, viviendo y comportándonos como béticos unidos.