Reyes Aguilar @oncereyes Escribo esta utopía a la que me aferro, anhelando un verdadero Betis de los béticos, como reza esa frase tan en boca de tantos y que a tantos nos gustaría que verdaderamente, fuese real. Como una quimera, como un reino donde todos quieren el trono de este club empeñado en estar mil veces alanceado que nunca muerto, como diría el poeta.

De nuevo otra desunión paradójicamente unida a muchas decepciones, cuando el bético lo que quiere de verdad es un Betis de los béticos, cantar goles, sentir bajo la piel el pellizco de saber que no puede vivir sin él, que no hay manera y enfadarse o emocionarse con el de al lado, ése al que tanto echa de menos sin conocer de nada. Dejar de oír el canto de sirena de los que están y de los que quieren estar; por un lado, una oposición que ofrece una alternativa oscura, sin uniformidad, sin planteamiento e improvisada, centrada en los desaciertos del actual Consejo en la figura de su Presidente, en la crisis económica que no solo afecta al Real Betis sino al futbol en general y con Lorenzo Serra Ferrer a la cabeza, como adalid de un beticismo idolatrado. Por el otro, Haro y Catalán, con proyectos deportivos fracasados y su círculo cerrado en torno a un Betis para unos pocos béticos.

Sus errores, su falta de autocrítica y sus aciertos serán valorados en base a la decepción, la desilusión o el entusiasmo que provoquen en buena parte de aquella masa social que decidió apoyarles sin que les temblara el pulso hace cinco años, dándole la confianza que merecían. Cuentan con el apoyo de Joaquín y su brazalete de bético incuestionable, el abanderado del Manquepierda allá donde va con balón y sin él y su apuesta valiente y sincera por no volver al pasado y apostar por el presente. Dos protagonistas, dos béticos inexorables como punto de inflexión para un Betis herido y de nuevo dividido, que conserva con honor y a pesar de todo, el sitio privilegiado que ambos ocupan en la memoria colectiva del verde y el blanco, donde ambos escribieron las mejores páginas de la historia del Real Betis Balompié de los últimos tiempos.

Esa unión es mi esperanza, junto al recuerdo de aquel abrazo de una noche de junio en torno a una Copa para evitar la desunión y la desestabilización, el peor de los augurios para una afición fiel y sufrida que solo anhela sentir latiendo en su corazón el rugido del Villamarín, el eco de las viejas porterías y el brillo del sol de Heliópolis sobre la corona del reino soberano de Su Majestad, el Real Betis Balompié. Ni Serra ni Joaquín, ni tantos béticos de ley que escribieron su centenaria y noble historia, estarán por encima de su escudo, por mucha gloria que le hayan dado a las trece barras. Todo sea por el bien de ese quimérico Betis de los béticos, donde definitivamente y de una vez por todas,  estemos todos juntos y apiñados, como balas de cañón.

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