JJ Barquín @barquin_julio Ayer por la tarde cuando pasaba por el Puente del Quinto Centenario buscando la salida hacia Badajoz, la visión del Villamarín me empujó hacia una reflexión. Son ya casi nueve meses sin pisar esa casa bendita de La Palmera. Sin llegar con los nervios típicos, sin ver a los béticos en los aledaños con una cerveza en la mano. Son ya casi nueve meses sin pasar el torno, sin saludar al miembro de seguridad, sin subir esas escaleras, sin sentir lo que se siente al traspasar el vomitorio y ver nuestra casa. Casi nueve meses sin ver el Betis con mi familia, sin charlar con los amigos de localidad, sin sentir el beticismo en directo, en vena. Es mucho tiempo, demasiado. 

Y pensaba que se está haciendo muy duro este puto 2020 que ha teñido de muerte el mundo y nuestro entorno más cercano. Está siendo muy cruel porque hemos dejado atrás una vida falsamente placentera y estructurada para sentir la muerte con toda su fiereza. Esta sociedad nos había entrenado para volver la cara al dolor, para olvidar lo fúnebre y vivir en un mundo ficticio. Pero la vida te golpea con dureza cuando menos lo esperas para hacerte ver que la realidad es otra, menos agradable, más grosera.  

Escribo estas líneas con el impacto de conocer la muerte de Carlos Viera, el Joker de Triana. No lo conocía en persona, pero siempre estaba presente en la red para dar su opinión sobre nuestro Betis con mucho arte, simpatía y cierto punto de locura bufonesca tan característica de su apodo en redes. También comentaba algunos de mis artículos y siempre tuvo un trato correcto y un espíritu positivo que contagiaba con sus comentarios y ocurrencias en verdiblanco. Solamente interactuamos por las redes sociales y aun siendo así, su muerte me ha provocado un gran pesar. Resulta curioso que el sentimiento de pertenencia a algo ya sea un club, hermandad o grupo, genera unas relaciones afectivas más potentes de lo que nos pensamos. Es lo que me ha sucedido con el querido Carlos, el comediante de Triana. 

Hace mucho tiempo que deje de creer y mi credo es que la muerte es el fin. Lo mejor que podemos hacer en esta vida, es vivir en paz con nosotros mismos, hacer amigos, provocar sonrisas, amar con fuerza y sentir pasión en lo que creemos. Era lo que destilaba Carlos con su Betis y su hermandad de la Esperanza de Triana. Siempre estarás en nuestro recuerdo en verde y blanco. Que la tierra te sea leve compañero.