Reyes Aguilar @oncereyes Celebramos el día de la mujer, reconociendo su importancia y su lugar, donde muchas béticas inexorables se encuentran, aquellas que supieron inculcarnos ese matriarcado bético silente y contundente. El beticismo no sería el que es sin esa raíz, sin ese brote férreo, ese corazón generacional que late por ti y que va de madres a hijas, de tías a sobrinas, de abuelas a nietas, y de ese otro matriarcado bético de herencia, aprendizaje, enseñanza y admiración. Todos hemos tenido una vecina, una compañera, una amiga o alguna mujer a las cuales se les recordarán como ejemplos de beticismo, a las que les hemos permitido que amoldasen nuestro sentimiento a su antojo.

Mi abuela Reyes, tan pequeña, tan sonriente, cada domingo nos despedía aupándose desde la ventana de la cocina levantando la mano, cuando en el Seat 127 de mi padre nos íbamos al Villamarín desde el Polígono de San Pablo. Recuerdo que nos despedía con la mano hasta que el coche desaparecía en la lejanía, quizás ahí estuviesen mis raíces verdiblancas. Ella era una bética de la Puerta Real que conoció aquel Betis de Patronato, Timimi, Andrés Aranda y tranvías, por cuyas retinas pasó un Betis inolvidable e histórico que a su hijo y a sus nietas, supo hilvanar en el corazón entre camisones a rayas verdes y blancas y botas enfangadas.

Mis tías, béticas de transistor y Radio Sevilla, que vivieron el ascenso de Burgos, que siempre gane el Betis o mi madre, hija, madre, abuela, mujer y hermana, todos los estamentos del árbol genealógico bético, transmisora de la fe verdadera e hija de un bético inexorable que vivió aquella gesta en Granada, con autobuses que partían desde la Glorieta del Cid para contar aquel gol de Rogelio que valía un ascenso.

Mi beticismo es fuerte por mis raíces, por mi tesón y por mis mujeres, las de mi familia y las de mi vida, una legión de béticas que me rodean y pespuntean mi sentimiento bético para engrandecerlo. Béticas de entusiasmo y lucha, de cordeles con ropa tendida al sol, ventanas a la vida del barrio y cátedras de Universidad, béticas internacionales, profesionales, cosmopolitas y béticas en cualquier parte del mundo, humildes e ilustres, béticas pasionales con el denominador común de ese Betis de los ojos, cuya filosofía de Manquepierda las convierte en invencibles un poco más, y la certeza de que Su Majestad, el Real Betis Balompié, forma parte de ellas mismas, de su familia, de su historia y de su día a día, porque lo formó, lo forma y lo formará.

Niñas de la mano de su padre en el Villamarín, abuelas que “ven” en el Betis que le cuentan sus nietos, madres de béticos que vienen al mundo para que en la cuna les espere las trece barras y béticas todas, a las que les duele el Betis tanto como le alegra, cuando la adversidad se pone en contra; socias y simpatizantes, las que me rodean en el Villamarín, las que se quedan en casa y no pueden estar, las que quisieran estar y no pueden. Béticas en la sombra, de cama de hospital, de bocadillo antes del partido, de llévate la bufanda por si hace frío y de hucha para que la nueva equipación no falte el día de Reyes. Béticas todas capaces de transmitir, con orgullo y corazón, a nuestras generaciones venideras, esa lucha sin cuartel, esa rendición sin condiciones ante la vida y ante el Real Betis, ese veneno apasionante y único que depositaron en nosotros, que perdurará y engrandecerá la estirpe bética, porque en el corazón a trece barras, el valiente, orgulloso y noble matriarcado bético, siempre ganará por goleada