Reyes Aguilar @oncereyes Perdí la cuenta de sus goles, de los partidos jugados en los que me llenó el corazón de entusiasmo, en la de veces que salí del Villamarín coreando su nombre y su dorsal. Perdí la cuenta de los remates, de los pases de gol, de sus goles, de sus golazos. Perdí la cuenta cuando quise enumerarlos para darle las gracias por cada partido jugado latiendo tras la camiseta del Real Betis Balompié, su Betis, el mío, el de tantos. Aquel canario tímido que pasó de puntillas, casi en silencio, dejando su huella en casi todas las porterías a donde su dorsal número veinticuatro le llevó, siempre rodeado de sus locos de la cabeza. Ocho años tardó para hacerse inolvidable, para convertirse en dorsal de leyenda, desde aquel 2010 en el que arribó a Heliópolis cuando el club pasaba por una grave crisis institucional y deportiva con el equipo en Segunda División.

Llegó y fue capaz de devolvernos un atisbo de esa esperanza que nunca se pierde convirtiéndose en ídolo del beticismo que coreará su nombre generaciones tras generaciones metiendo goles casi por costumbre. Yo ví jugar a Del Sol, yo ví jugar a Rogelio, a Gordillo, a Cardeñosa, a Oliveira. Yo vi jugar a Rubén Castro, máximo goleador de la historia del Real Betis Balompié, dirán aquellos que crecieron con la magia del canario, quien ya ocupa un lugar destacado en el boulevard de la fama del paseo de la Palmera, una estrella de veinticuatro puntas para el delantero canario entre las leyendas del club de las trece barras.

Discreto y callado, entendió la filosofía del Manquepierda a la perfección, aquello de ser como el junco que se dobla pero nunca se quiebra cuando arreciaba el temporal en lo personal, siempre atento allá donde el balón le llamaba; cada vez que el Betis necesitaba de su capacidad goleadora, ahí estaba, en cualquier momento, en el remate, en el pase de gol. 148 goles en 290 partidos oficiales, la leyenda del indomable Rubén Castro convertido en máximo goleador de todos los tiempos con su nombre escrito en la historia del Real Betis Balompié entre sus goles, su callada maestría con las botas, sus silenciosas carreras, sus pocas palabras y su mérito en colaborar para devolvernos dos veces a Primera División y sellar un pasaporte europeo. Quien siempre aparecía de entre las sombras para darnos luz en la mañana y en la noche quejío y quiebro, sin hacer apenas ruido.

Rubén Castro ya es leyenda, fue y será para los béticos el goleador absoluto, el dorsal imborrable, la alegría de la grada, quien ya forma parte de nosotros y quien con nosotros estará siempre, a quien no se le puede agradecer lo que tanto nos dio, quien ni ganó botas de Oro ni falta que le hizo, ni Ligas ni uefas. Que se lleve el corazón de la afición que preso de las trece barras que ya son suyas, coreará su nombre en la eternidad, envuelto en el eco de sus goles.