JJ Barquín @barquin_julio La actualidad es un no parar en el Real Betis. Reuniones, viajes, cónclaves son el día a día de los que mandan y de los que tienen la responsabilidad de decidir en nuestro club. Confiemos en que acierten y podamos seguir en esa línea de crecimiento institucional y deportivo que disfrutamos desde la llegada de Haro y Catalán. Una evolución que es incontestable por mucho que los amantes del pasado rancio y dictatorial quieran torpedearla. Y en este proyecto se contempla la cantera como paso previo al futuro deportivo del primer equipo. Instalaciones de primer nivel para ayudar a que salgan muchos “pollitos” como los definía el indeseable del Fontanal.
Hace unas semanas el Real Betis y el Ayuntamiento de Dos Hermanas presentaron la nueva ciudad deportiva, que se ubicará en los terrenos de Entrenúcleos. La nueva ciudad deportiva, con una inversión de 30 millones de euros, tendrá una extensión de 51 hectáreas, la más grande del mundo. Contará con quince campos de fútbol once, tanto de césped natural como artificial; habrá un pabellón multiusos; se construirá un «Mini Villamarín», con capacidad para 8.000 espectadores. Todo se completa con campos de entrenamiento específicos y también para la escuela de la Fundación Real Betis; un edificio para oficinas y una nueva residencia para la cantera con capacidad para acoger a cien niños, pondrán la guinda a las nuevas instalaciones del club verdiblanco. Un avance brutal en toda regla.
Y es en este momento, donde uno echa la vista atrás y recuerda con mucha nostalgia y cariño los intensos momentos vividos en la Pensión de la Calle Lima, 4. Era la casa de mis tíos Mari Cruz y Antonio, pero también era donde comían, descansaba, estudiaban y dormían los jugadores de la cantera. De San Lorenzo a Heliópolis para estar más cerca de los campos de entrenamiento. Allí pasé instantes memorables conociendo a chavales que tenían como máxima ilusión hacerse profesionales y pisar el césped del Villamarín. Allí supe quién era el más dormilón, el más responsable, el introvertido, el más bromista, el más glotón, el más inteligente o el más pilluelo. Allí me encontré con Ureña, Recha, Chano, Zafra, Pinto, Merino, Lopez Caro, Pepichi, Cañas, Roberto Ríos o Melenas.
Por aquella casa pasaron ilustras béticos como Antonio Quijano, Eusebio Ríos, Antonio Picchi o Pedro Buenaventura que venían para saber e interesarse por los chicos. Béticos que lo dieron todo sin pedir nada a cambio. Momentos de penurias deportivas y económicas que se superaban con pasión, dedicación y amor incondicional a unos colores. Beticismo en estado puro.
Lo proyectado será infinitamente mejor en instalaciones que lo vivido hace años en el barrio de las villas tranquilas. Pero estoy seguro de que nadie podrá superar el amor verdadero e incondicional que esos chavales de la cantera recibieron en la pensión de la calle Lima. Un amor de padre y madre que no podían gozar al estar lejos de su casa y que Antonio y Mari Cruz les ofrecieron como ángeles de la cantera que fueron. Un amor que, después de tantos años, sigue presente en una comida periódica de muchos de los que pasaron por allí. Dicen que para valorar lo que tenemos, no debemos perder de vista de dónde venimos. Hagámoslo para soñar un futuro mejor.
Todo agradecimiento y reconocimiento hacia Antonio y Mari Cruz es poco.
Se me hace extraño denominar “pensión” a lo que era un verdadero hogar, una familia con unos “padres” abnegados que se esforzaban día tras día en dar lo mejor de sí mismos para que esa chavalería estuviera en las mejores condiciones posibles para afrontar sus retos e ilusiones deportivas, sus sueños, en definitiva.
En aquella época no existían planes nutricionales enfocados al rendimiento deportivo, pero la alimentación que les proporcionaban era rica y equilibrada (hasta los “bollycaos”, que los había, estaban controlados). Velaban y se preocupaban por el descanso de sus “retoños”, a pesar de que, como cualquier joven, muchas noches la propensión a la juerga superaba al sentido común y la responsabilidad. Se preocupaban por sus estudios, y les alentaban a que hincasen los codos, sabedores, y más en aquellos tiempos, que la vida de un futbolista era corta y que el estrellato solo estaba reservado para unos pocos privilegiados.
En ese comedor y en esas habitaciones se fraguaron verdaderos lazos de amistad, y de equipo. La cantera era algo más que lo que hoy se entiende como tal. Era el corazón, el motor de ese sentimiento bético que arraiga en lo más profundo de los corazones verdiblancos, amor desinteresado, en definitiva, por los colores, porque hablamos del mismo tipo de amor y entrega que otorgas a la familia y a tus seres más queridos, y eso no hay talonario que lo supere, ni cifra que logre inculcar ese sentimiento. En resumen, lo normal que cualquier padre haría con sus hijos. Con todo respeto, y sin menospreciar el valor de los proyectos que están en marcha, ninguna instalación, por moderna y capaz que sea, podrá ofrecer, entre sus servicios, lo que aquí estoy describiendo.
Fijaos si era grande aquello de la calle Lima que quien suscribe estas líneas no fue huésped -al menos, de la planta baja-, sino solo un privilegiado testigo gracias a la amistad que profesaba (y que continuará hasta el día que me toque llamar al telefonillo de San Pedro -o al del sótano…-) a Antoñito (Antonio Jr.) . Aún guardo maravillosos recuerdos de aquello, y me sale del alma reconocer, ahora que se me presenta la oportunidad, el esfuerzo, el sacrificio, la dedicación, la humanidad, en suma, de Antonio y Mari Cruz (e hijos, que también tuvieron que arrimar el hombro)
El Betis puede y debe sentirse orgulloso de lo que allí se fraguó, y agradecer y reconocer como se merece a la familia Moreno Jiménez, parte indiscutible de la Historia de ese club, esa que nadie ve, lee o comenta, pero que penetra por cada poro, hasta emerger como ese sentimiento del que todos hablan y, sin explicación alguna, les invade y se manifiesta, da igual como vengan dadas. Palabra de palangana…