Reyes Aguilar @oncereyes Sergio Canales ha sabido entender donde juega. Su caso, deberían enseñarlo en las cátedras del Manquepierda como ejemplo de tesón y de superación entre otras cosas, por su ejemplar resistencia tanto a la frustración, cuando las rodillas le habían fallado hasta tres veces, como a las sentencias de Mourinho, quien lo descartó de un plumazo sustituyéndolo por un alemán menos joven y menos guapo que le arrebató la titularidad condenándolo al banquillo, alegando que no le había gustado como jugaba, ya que “jugaba como trabajaba”.

Mourinho se quedó con su arrogancia y con Özil, y posiblemente ni le importe que ahora sea más que evidente que ha de tragarse sus palabras. Nosotros, afortunadamente, disfrutamos con la realidad de que Canales es todo lo contrario a lo que él sentenciaba. Tras cuatro años donde del fútbol solo recibió malas noticias, llegándose incluso a cuestionar su futuro cual juguete roto, tras verse con diecinueve años tachado de jugador intermitente, sin relevancia y perezoso y de afrontar dos graves lesiones de rodilla, pases a Valencia y a la Real Sociedad, Canales parece haberle hecho poco caso a Mou, o mucho, convirtiéndose para mayor disfrute de los nuestros, en un Ave Fénix helipolitano.

Impresiona verle correr, pero sobre todo impresiona cómo ha afrontado la adversidad, cómo ha saltado la carrera de obstáculos que amenzaba su trayectoria, pura esencia de Manquepierda. La carrera de cincuenta metros para servirle a Loren Morón el segundo gol del Girona o el pase en la eliminatoria de Copa ante el Valencia, el zurdazo desde cincuenta metros del empate ante el Celta, la jugada de velocidad que partió desde el centro del campo de Zorrilla hasta los pies de Joaquín, su juego exquisito de bailarín ofreciéndose siempre, bajando a recibir, aguantando, tocando y rompiendo, reglas del juego de Setién, han convertido al futbolista en pieza clave junto al talentoso Giovani Lo Celso, a la solvencia defensiva de William Carvalho, a la elegancia de Guardado o al incombustible capitán, Joaquín Sánchez.

Canales sabe dónde juega, no necesita besarse el escudo tras marcar un gol, ni siquiera necesita marcarlos. Su metamorfosis explica el valor de la voluntad, de cómo no se cede ante la adversidad a base de tesón, trabajo y humildad saliendo convertido en un futbolista espléndido. Es por ello que con el balón en los pies, transmite la sensación de esa inderrocable moral a prueba de derrotas, que diría el poeta, catecismo de la verdadera esencia del Manquepierda, esa que no sabe a derrotas, sino a todo lo contrario.

 

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