Reyes Aguilar @oncereyes La tercera copa, la del Betis Alé, tiene nombre y apellidos; la de un niño de Olivares al que le pusieron en la cuna los colores verdes y blancos, le hicieron socio con días de vida, le subieron a un autobús y lo llevaron a vivir la experiencia de una final de copa sin tener ni idea de lo que el destino le tenía aguardado ni a él, ni a su familia; el orgullo de darle alegría al corazón de los béticos. Un niño que miraba como ondeaba al viento aquella bandera que era más grande que él, sin saber que el mismo viento sería el que revolviese su flequillo por la banda izquierda del Villamarín y paralizase aquella inolvidable noche de abril, donde el tiempo se detuvo entre un punto de penalti y el corazón de los béticos. Se marcha de su Betis, pero se queda el viento de Heliópolis con su recuerdo, ése de donde nadie se va cuando se queda en la historia, donde queda su nombre escrito con tinta verde en renglones de sacrificio, albero y humildad, como lo son los caminos del Aljarafe, donde el Betis engarza el rosario de cuentas verdes de aquellos tantos pueblos donde reside buena parte del Beticismo de verdad.

Por eso, aunque se vaya, se queda, porque nació con ese Betis de autobús y de esfuerzo, de sentimiento de pertenencia y de identidad y eso lo sabía el viento que ondeaba su bandera de niño y el balón que le esperaba mientras nadie respiraba y el césped donde de rodillas, con las manos en la cara, entendió que había merecido la pena la soledad tan lejos de su casa, de sus amigos, de su gente; Olivares, Alemania, Cataluña y la gloria bética. Nadie se va cuando se queda en el dorsal doblemente dignificado con el número 3, en el brazalete de capitán en el Bernabéu y en el beso al escudo en ese su primer gol como futbolista del Real Betis Balompié a pase de Joaquín, aquella lluviosa tarde en Pamplona, donde ya estaba escrito que algún día, ese niño de Olivares metería el gol que pintaría de verde y blanco una ciudad. Y nadie se va cuando se queda preso entre las trece barras, dejando en la emoción de su despedida, las lágrimas de bético desde antes de nacer, al que le acompañará allá donde vaya, ese aire verde y blanco que ondeará la bandera del niño bético que siempre será.