Reyes Aguilar @oncereyes El punto de inflexión, el cable pelao, la pasión y la apatía, la templanza, la furia. Todo tras un dorsal, hasta las palmas y los pitos, que es algo tan bético como su escudo. En estos cinco años de mi relación de más amor que odio con Fekir, le he recriminado y le he aclamado, porque no entendía su anarquía cuando dejaba la magia para otro día, que se esfumaba en cuanto sacaba a bailar al genio que lleva dentro, entonces se me olvidaba, sin posibilidad alguna de remisión. Del amor al desamor hay un paso, y yo no pienso desenamorarme nunca de su carisma, su fuerza, su mirada desafiante o de su portentosa forma física, porque entregamos el corazón ante un Villamarín lleno que le exigía y que le aplaudía, que es algo también, extremadamente bético, como las tardes de abucheos y pañuelos de Curro Romero, cuando toreaba como y cuando quería, citándose con la gloria cuando y como quería. Nabil Fekir será uno de esos futbolistas que pintarán dorsales con el número 8 siempre, porque deja en el sentimiento de toda una afición, un poso único de talento y magia. Se marcha quedándose para siempre, que es algo que sabemos de sobra todos los béticos y todas las béticas del universo, y es por eso que la camiseta de Fekir en el vestuario deja mucho vacío, por ser más que un líder; alguien capaz de entender a una ciudad que apenas se entiende a sí misma y a una afición que siempre le agradecerá que supiese qué era el Betis desde que llegó con la vitola de campeón del mundo para amarrarse la bufanda en la cabeza y levantar la tercera Copa del Rey, y dejar su nombre escrito en el aire, marcando una estela en el firmamento bético junto a Canales, Guido, Pezella o Joaquin, ese once de ese Betis que se repetirá en las alineaciones del recuerdo, donde se quedan los que nunca se olvidarán, los que siempre estarán en el banquillo de nuestro corazón. Le agradeceré que supiera adaptarse a una ciudad llena de esquinas, a sus diferencias, a su clima, a su cultura, a su gente e involucrarse como uno más, aunque fuese a la feria con un sombrero de paja, que parase los relojes cuando se oía el corazón, ponía las manos en la cintura, bajaba la cabeza y con la mirada alta, colocaba el balón donde quería ponerlo. Aún queda el eco en el Villamarín cuando reapareció de la lesión y el campo entero coreó su nombre, porque los béticos sabemos que eligió el Betis por encima de todo y de todos, con lo que significó en su momento y en él se quedó, sin dudar ni siquiera, estar en un decimoquinto puesto. Todo queda en el brazalete de capitán eterno que se lleva, donde estaremos sus béticos, junto al cable pelao. Ahí estaremos siempre, para agradecerle que prefiriese sacrificio, esfuerzo, humildad y carisma por encima de la gloria de la Champions, fichando con nosotros cuando Europa era un propósito, para llevarnos cuatro años de paseo bajo la bandera del EuroBetis, echándose el equipo en la espalda y convirtiéndose en lo que ya es, un mito, todo un catedrático del manquepierda. 

Y porque siempre supo dónde estaba, sabe de sobra, que siempre estará.