Reyes Aguilar @oncereyes Sin familia bética y sin haber pisado nunca Sevilla, el Betis le eligió y quedó para siempre, preso de sus pequeñas trece barras.  Aquel niño ruso cogió su bandera y junto a su madre, recorrió los setecientos kilómetros que le separaban de su residencia para ir a ver a su Betis, porque es tan suyo como el nuestro, jugar un partido ante el Zenit en San Petesburgo. Y allí estaba Alex, con su camiseta verdiblanca sobre su jersey negro de cuello vuelto, como los niños de mi plazoleta el día de Reyes cuando sus majestades les dejaban los dorsales de oro de Gordillo o Esnaola, ondeando su bandera orgulloso de ser otro bético del Universo, de ese universo de béticos que nacen, no se hacen y que además, lo hacen donde sea, bien junto al Villamarín o a cuatro mil kilómetros de la Giralda. Qué razón tenía Melado, eterno juglar del beticismo, cuando pregonaba al aire de Heliópolis aquel beticismo universal que a tantos locos de la cabeza acoge. Cuánta ilusión en aquellas manos agarrando la bandera y en aquellos ojos ante un trozo de tela verde y blanca, trece barras, dos letras entrelazadas y una corona donde se iba deteniendo el tiempo, el partido y los latidos de los corazones presentes y ausentes, como un abanderado de ese sentimiento inexplicable que hace béticos donde sea. Que me expliquen ese entusiasmo de flequillo rubio sin haber sentido en la cara el sol de Heliópolis ni la emoción de la grada, aunque esas cosas se entiendan sin que necesitemos respuestas, porque se es bético por todo, por nada y por siempre. Emocionante fue verle el brillo de los ojos y la ilusión palpable, como si estuviese solo entre la multitud, como si ni el resultado, ni el frio, ni los kilómetros, ni lo bonita que es la Rusia que nos contó Tolstói importase, mientras todo se detenía ante sus ojos de niño orgulloso mirando como su bandera del Betis ondeaba a los vientos que soplan de donde se puede ser bético sin haber puesto nunca un pie en el Villamarín. Me gustaría saber de dónde le sale esa pasión, si alguien le ha hablado de este equipo anárquico que solo se rige por los latidos de miles de corazones, que ha pasado más penurias que alegrías y que está viviendo un sueño que a muchos, ya nos está costando asimilar por lo efímero que no parece ser.  Tenía muchas ganas de escribir de Alex, y de tantos niños y niñas béticas que salen a la calle con el Betis en los ojos y en su su camiseta deteniendo el tiempo para hacerlo eterno, como en aquella grada rusa donde nueve años de beticismo de verdad nos demostraron que ese sentimiento inexorable no atiende ni a edad, ni a razones ni a fronteras, ese beticismo que nace donde sea, lejos de todo, porque sí y sanseacabó que diría el maestro Curro Romero que aunque no nació en Rusia, es también otro bético universal, de esos que lo son por todo, por nada y por siempre.