Manuel Rey @ManuReyHijo Muchas canas en mi pelo, muchos años de carné, muchos kilómetros en desplazamientos, muchos minutos de partido en el Benito Villamarín, muchos euros en regalos, camisetas y bufandas para hijos, amigos y sobrinos, muchos jugadores y entrenadores por nuestro equipo, muchos presidentes y consejeros con planes y propuestas por delante. Y saben qué les digo: ¡Qué mérito tiene esta afición!

Qué bonito, pero qué difícil objetivamente es enamorarse de este club si se analiza fríamente todo en términos de resultados. Y aún así seguimos cautivando el corazón de tantos y tantas, en un fenómeno que escapa a la lógica y el raciocinio más elemental. Ser seguidor del Real Betis Balompié es el fiel reflejo de una definición de amor puro y sin intereses. Darlo todo sin esperar nada a cambio. Esa es nuestra relación con el Glorioso.

Cientos de peñas por todo el mundo, miles de abonados y seguidores en el estadio todas las semanas, decenas de miles de banderas verdiblancas al final de cada año que ondean en estadios de fuera de Sevilla, cientos de miles de aficionados por todos los rincones de España que lucen orgullosos sus colores y gritan con fuerza sus cánticos, millones de manifestaciones por redes sociales y vídeos dándolo todo por nuestro club.    

¿Y todo ello a cambio de qué? A cambio de nada. Bueno quizá cabría decir que, en términos de resultados, de muy poco. Somos la madre que se vuelve loca con un beso pequeñito de su hijo en la mejilla después de dos meses sin parar de hacer travesuras. Somos el padre que habla orgulloso de su hija cuando saca un sobresaliente en una asignatura después de haber estado suspendiendo curso tras curso de modo habitual. Somos la abuela y el abuelo que justifican a sus nietos cuando la profesora les dice en la puerta del colegio que pueden hacer mucho más pero que son poco trabajadores.  

Ese es nuestro Betis, ilusión y decepción unidas en una historia que parece no tener fin. Un año de alegrías y seis de tristeza, un partido para el sueño y cuatro para el desengaño. Expectativas rotas, lágrimas de tristeza continuas en niños y mayores que han dibujado el cuadro de nuestro club después de más de un siglo de vida. Me resisto a aceptar esta secuencia maldita, pero qué gran verdad es esa del Manque Pierda acuñado después de tantos lustros.   

Estoy una semana más decepcionado después de un hilo de luz pasajero. Es algo desgraciadamente habitual. Estoy una semana más cansado de intentar justificar porque volvemos a caer en lo llano. Y van ya tantas veces que me desplomo. Me gustaría hablar y escribir menos de la afición, de los colores y del escudo, y más sobre jugadores y técnicos, pero es que no hay forma. Se me viene a la cabeza el mítico vigésimo verso del Cantar de Mío Cid y sueño con donde deberíamos estar si todo fuese acorde a la fuerza de esta afición (creo que tenemos un buen tándem presidente/vicepresidente, aunque hoy de técnicos ya no me atrevo a opinar porque me temo lo peor).

No sé si los resultados cambiarán en este club alguna vez de modo permanente. Espero que esta temporada no se vuelva a cumplir aquello de un año bueno y seis malos (y camino vamos de ello), y que al final como siempre (aunque me gustaría que fuese como nunca más) tengamos que recurrir a lo que jamás falla, a lo que invariablemente nos une, a lo que eternamente nos queda: el escudo, el Manque Pierda y una afición sin igual que, como dice la canción, no nos la merecemos.