JJ Barquín @barquin_julio Leía hace poco al psicólogo Rafael Santandreu decir que nuestra sociedad nos está educando mal a nivel emocional pues se basa en el lema “cuánto más mejor”, volviéndonos personas súper exigentes. La fortaleza emocional está en la capacidad personal de renunciar cuando la vida te quita cosas, cuando no puedes conseguir lo que pretendes. La súper exigencia, lleva a la súper frustración, lo que es lo mismo, a ser súper infelices.

Entiendo que lo que pasa en el Betis, es el reflejo de lo que estamos viviendo en nuestra sociedad. Somos el espejo de esta humanidad de locos en la que vivimos. Existen muchos frustrados o amargados, por culpa de la mal llamada exigencia. Todo es urgencia. Todo es inmediatez. Todo son pretensiones. Lo hecho no sirve, es papel mojado. Son personas sin memoria ni templanza. Memoria para saber de dónde venimos y hacía donde vamos. Y templanza para aceptar las cosas como vienen y saber que las urgencias no son buenas consejeras.

Llegados a este punto, añadan al “maestro liendres” que habita en toda casa de vecino. Saben de todo. Lo critican todo. Y, además, siempre tienen la solución. Son analistas, estilistas, juristas, nutricionistas, estadistas, psicólogos y, si me apuran, hasta videntes. Son capaces de ver más allá de los profesionales, aunque no tengan ninguna información ni vivan el día a día del club. La conjunción de exigentes y listos fabrica auténticos energúmenos llenos de demagogia barata y nulo razonamiento, que van al campo a creerse lo que no son, a sentirse estrellas de la opinión cuando realmente son lerdos de tres al cuarto.

El Villamarín y las redes han servido para mostrar la cantidad de eruditos que había escondidos por la tierra verdiblanca. Y lo más penoso es que surgen cuando mejores son las condiciones para crecer y seguir mejorando metas. Porque hace mucho que el Betis no tenía un equipo de tantos quilates como el que tenemos delante de nuestros ojos. Porque hace mucho que no tenía un entrenador con una idea de buen fútbol tan definida, personal y vistosa. Y porque hace mucho que no se veía una ilusión y un compromiso tan grande en una plantilla.

Pero muy pocos estamos relativamente contentos. Si no críticas, protestas o silbas, si no eres exigente, eres un bético de mentira. Uno de esos que no quiere mejorar, que se conforma con todo. Uno de esos románticos del Manquepierda. Sinceramente, estamos rozando la peligrosa línea roja que separa el beticismo de otra cosa que existe en centenares de ciudades del mundo. Si quieren ganar todos los fines de semana, han elegido el campo equivocado. Deben irse a la Castellana, al distrito de Les Corts o al Parc des Princes.

En la actual afición del Betis hay mucha deficiencia emocional, muy poca templanza y nula memoria. Y con este desecho de virtudes estamos perdiendo una oportunidad histórica para, entre todos, llevar la nave verdiblanca a grandes cotas. Tenemos gestores, tenemos jugadores y cuerpo técnico. No vayamos a carecer ahora de lo que hemos presumido siempre: afición. Dejemos la exigencia y apoyemos hasta decir basta. Seamos y hagamos Betis en letras mayúsculas, como aquellos que fueron a Utrera y estaban locos de la cabeza.