Pablo Caballero Payán @pablocpayan

Dice el colchonero Joaquín Sabina en su canción Peces de ciudad “que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver” El Real Betis Balompié, desobediente por naturaleza de los buenos consejos, volvió, hace casi una docena de años ya, al Vicente Calderón para ser nuevamente feliz. Este sábado, visitará por última vez el estadio madrileño.

No hay bético que pueda discutir que, tras el Benito Villamarín, el estadio del Club Atlético de Madrid es donde más felices hemos sido. Lo fuimos por vez primera en una calurosa noche de verano de 1977, donde Esnaola se convirtió, eternamente, en mito verdiblanco. Contra viento y marea, contra la mayoría en la grada y contra las decisiones arbitrales (incluso en la ronda de penaltis), el equipo entrenado por Don Rafael Iriondo derrotó al Athletic Club de Bilbao en la primera Final de Copa del Rey Juan Carlos I.

En ese mismo estadio, el 8 de febrero de 1981, dicen muchos béticos veteranos que disputó el Betis el mejor partido liguero que recuerdan. El resultado fue 0-4, con doblete goleador de Morán y del Lobo Diarte. Ese día el conjunto verdiblanco bordó el fútbol ante el líder de la Liga y la afición colchonera, rendida ante la evidencia, despidió a Cardeñosa, Gordillo, Parra y compañía con una atronadora y contundente ovación.

De esos dos partidos, las referencias que tengo son por artículos, vídeos, libros y conversaciones con béticos que lo vieron y los vivieron in situ. Curiosamente, nací un año y un día después de la exhibición liguera en el Calderón. De lo que si tengo recuerdos en primera persona es del 11 de junio de 2005. El mejor día de mi vida bética, sin duda alguna.

Todo lo de aquella jornada fue espectacular: la prolongada y larga previa en Madrid con mis amigos, mi primo Javier y mi hermano; la llegada del autobús que provocó el primer llanto de emoción; el gol de Oliveira; el sufrimiento tras el empate de Osasuna; y el éxtasis con el tanto de Dani y la celebración tras recoger Cañas la Copa.

Por todo esto, está más que justificado el carácter especial y emotivo que tendrá el partido del sábado en el Vicente Calderón. Ojalá que el destino nos tenga guardado un último episodio épico y alegre para guardarlo en la memoria eternamente. Sería ponerle un broche de oro y diamantes a nuestra relación de amor con el estadio madrileño. Que así sea.