JJ Barquín @barquin_julio Lo vivido en los últimos meses ha supuesto una cruda bofetada de realidad para recordarnos que la vida es eso tan emocionante como efímera. Hemos comprobado, a base de dolor y muerte, que estamos rodeados de fragilidad y fugacidad. Acostumbrados a una existencia relativamente controlada, los cimientos de la vida como la conocíamos hasta ahora se han tambaleado para mostrar las debilidades y miserias que traemos de serie.

Un panorama como el que hemos vivido debería habernos hecho recapacitar para darnos cuenta de lo que merece la pena para seguir avanzando como individuos y como sociedad. Como decía la filósofa rusa Ayn Rand, “el objetivo moral de la vida de un hombre es el logro de su propia felicidad”. El problema es que algunos tienen un concepto de la felicidad algo alejado de la definición original y entienden que el bienestar es vivir en la crítica descarnada y la confrontación absoluta. Son esos que entienden que la crítica con resentimiento no se realiza por remediar el mal, sino que utilizan el mal como pretexto para desahogarse, para vaciar su negatividad, tristeza e indigencia moral. La crítica constructiva se entiende entre los béticos; la crítica malintencionada desenmascara a los enemigos del Betis.

En el entorno balompédico verdiblanco tenemos muchos ejemplos de infelices, provocadores y maleducados para adornar este artículo. Pero llegados a este punto, yo me quedo con todo lo bueno y positivo que nos pasa a diario. Esos momentos e instantes que se convierten en dosis de felicidad para poder impugnar los malos pensamientos y las malas lenguas que nos persiguen como buitres carroñeros.

Por esas razones, yo me quedo con una charla en la Alameda con mis compañeros de página, hablando de una ilusión que nos corre por las venas, sobre la pasión escrita en blanco y verde. Yo me quedo con el verde de un manto que deslumbra a toda Sevilla a través de un arco y una muralla. Yo me quedo con la esperanza y el anhelo de una temporada exitosa para que volvamos a ser lo que fuimos. Yo me quedo con ese grito de rabia que es la declaración de amor más hermosa del mundo.

Yo me quedo con las reseñas de Alfonso del Castillo que me llevan a otros tiempos vividos, a la memoria de un pasado que no volverá, pero del que hay que aprender. Yo me quedo con los pasodobles de Atila, con la pluma de mi querida Reyes, con esa bendita amistad que surgió con Pablo en la puerta 1 del Villamarín hace muchos años, con las conversaciones musicales con Armando o Juan Ramón, con las bromas del Whatsapp del Foro de Béticos en la Cartuja o las conversaciones con mi filósofo personal que viaja buscando su Ítaca personal.

Yo me quedo con la finta y el sprint, con la bondad de mi panda delantero, con el slalom de un cántabro que lleva el balón cosido al pie, con los malabáricos movimientos de un barbudo francés, con el compromiso de un argentino de Sáenz Peña, con la bravura de un mejicano, con la sensatez de un chileno sabio y perro viejo y con el trabajo silencioso de muchos canteranos que sueñan con vestir de verde y blanco. Yo me quedo, en definitiva, con todo lo bueno que me aporta diariamente el hecho de pertenecer a esa bendita locura que se llama Real Betis Balompié.