Reyes Aguilar @oncereyes Fue un 28 de abril de 1935, sábado de Feria. Aquel Betis venía de Bilbao sin corona pero con el mayor logro deportivo de su historia bordado en su escudo.  Ocurrió en Santander, en el Campo de Sport de El Sardinero, aquel recinto mítico hoy convertido en parque infantil que aún conserva reminiscencias de gestas y como recuerdo, un banderín de córner y las historias vividas en su terreno de juego que han sobrevivido al tiempo viviendo entre la nostalgia y la  memoria. Aquel Betis de apellidos vascos hay quien todavía lo recita como una letanía y la voz llena de melancolía; Urquiaga, Areso, Aedo, Peral, Gómez, Larrinoa, Saro, Adolfo, Unamuno, Lecue y Caballero. Once camisetas verdiblancas abotonadas que  se trajeron del Sardinero cinco goles y la portería a cero; tres de ellos obra y gracia de las botas del capitán, Unamuno. Fue aquella una temporada épica, mérito de aquel irlandés apellidado O’Conell que en la jornada tercera situó al equipo en la primera posición y de ahí no lo movió hasta la conclusión del campeonato. Un punto le separaba del título y el Betis Balompié, fiel a él mismo, le plantó cara a un Madrid que le estuvo apretando hasta el último momento con sus armas inexorables, de este Betis que fue, es y será siempre así y que así se le quiere y se le querrá aunque nos vuelva locos, nos desespere y nos asombre por su irracionalidad, su punto de locura y su romántica rebeldía. Un Betis sin corona pero majestuoso, que escribió aquella tarde la página más importante de su centenaria historia, antes de que la lucha incivil les castigase con el exilio y la guerra. Seis vascos, un vallisoletano, tres canarios, un almeriense, tres sevillanos y uno de Jaén,  alineación para un Betis eterno, imbatible y del alma, campeón con las botas llenas de barro, capaz de llegar a lo más alto.

Y desde ese momento, se llenaron las vitrinas de esas historias que los béticos pespunteamos en nuestra bandera; como los directivos que se encontraban en Santander e iban narrando la gesta por teléfono a Sevilla, goles que se pregonaban exhibiéndose en pizarras o en paraguas escritos con tiza. Que el Betis era Campeón de Liga era una noticia que inundó las calles y a las casetas de la Feria, las tiñó de verdiblanco. O de cómo fueron de Santander a Bilbao a recoger la copa a la sede del Athletic, anterior campeón y que al parar para almorzar, fueron recibidos por la banda de música, o que dos días después, entrando en Sevilla a bordo de la “Flecha Verde”, les esperaban infinidad de coches de caballos que salieron a su encuentro para acompañarles hasta el Ayuntamiento, donde su presidente, Antonio Moreno Sevillano, a quien tanto le debemos, a quien espero de corazón que algún día se le reconozca su mérito, fue recibido por el alcalde Isacio Contreras y el balcón donde ondeaba la bandera republicana ante la multitud que les esperaba atiborrando la Plaza Nueva, emocionada y orgullosa, de ver a su Betis campeón de liga.

Fue un 28 de abril de 1935, cuando ese Betis campeón de apellidos vascos forjó una leyenda y una de las trece barras de su escudo. Ochenta y seis años después, aún se escucha ese “si, si, si, la Copa ya está aquí”, en el corazón de cada bético, donde siempre será un eterno sábado de feria.

Foto Principal: manquepierda.com