JJ Barquín @barquin_julio La magnífica frase que da título al artículo no es mía. Es del querido José Luis Romero Kiwi y fue su grito de furia ante tanto desencanto y amargura el pasado martes. Lo hago mío como muchos aficionados cansados y hastiados. Representa perfectamente lo que muchos llevamos pensando algún tiempo. No significa bajarse de este tren de las trece barras, ni renunciar a lo que se lleva en el corazón. Eso nunca, jamás. Simboliza la sensación de que muchos no creemos ya en este Betis del siglo XXI que nos han vendido los actuales gestores. 

Y no digo que no lo hayan intentado pero el tiempo está demostrando que no avanzamos en lo esencial. Como escribí hace poco, un club puede tener alrededor muchos adornos empresariales, culturales, sociales y hasta medioambientales. Pero, ante todo, debe ser un equipo que compite para conseguir logros deportivos que al fin y al cabo es de lo que va este tinglado. ¿De qué sirve todo lo que se hace fuera del césped si por el verde nos arrastramos? 

El partido disputado en la Catedral -qué sitio para escenificar en lo que nos hemos convertido- fue la demostración de que el problema no está en la calidad o fortaleza del rival. Ni en lo que escriban en la prensa partidista de la ciudad. Ni tan siquiera en las injusticias del VAR. El problema somos nosotros, la propia institución. Y no hablo de genes o testículos, pero sí de un estilo marcado por valores como el carácter, el esfuerzo y el compromiso en la plantilla. 

Siempre estamos hablando de lo que hace falta sin caer en sacar provecho de lo que tenemos. Hace unas semanas había que buscar delanteros. Desde San Mamés, hay que buscar defensas. A lo largo de la historia de este club se han confeccionado equipos competitivos con unos moldes que hoy diríamos que son despojos para este Betis. Biosca, Ortega, Alabanda, Merino, Cañas, Josete no eran jugadores top, pero se dejaban el alma en cada partido. Es cuestión de hombres, no de nombres, pero no queremos enterarnos. Mientras el resto de los equipos compiten y van a la verdad, el Betis deambula como si fueran privilegiados espectadores de una obra de teatro que no va con ellos.

Hemos creído que tenemos caviar en todas las líneas, pero no es ruso sino de mercadillo. Tenemos una plantilla de expertos embaucadores, de trileros profesionales. Un partido bueno, otro aceptable y cuatro malos, con alguna goleada vergonzante de por medio. Y después a sacar el repertorio: caras de pena en las entrevistas; mensajes en las redes con propósitos de enmienda y a seguir viviendo del cuento. 

La institución se ha convertido en un club de niños mimados en dos estamentos. El de los jugadores que por muy mal que lo hagan no reciben ni una llamada de atención, lo que ha permitido que La Palmera se haya convertido en el edén, el cielo futbolístico para muchos jugadores que cobran como figuras y no demuestran nada. Y, por otro lado, un consejo de administración que escenifica a bombo y platillo todo lo que hace pero que cuando vienen mal dadas, como esta semana, se esconden detrás del escudo.

Foto Principal: realbetisbalompie.es