Reyes Aguilar @oncereyes Los años comienzan entre uvas y campanadas, con almanaques que se abren cada Domingo de Ramos o en el inicio de la temporada futbolística, estrenando camisetas e ilusión. Este nuevo año bético comienza distinto, nos privan del pellizco al llegar a la localidad, del abrazo con los vecinos y del olor a una hierba nueva que espera a que el balón la recorra envuelto en la emoción de un nuevo comienzo liguero, por donde pasarán jugadores, jugadas y el deseo ferviente de anhelar pocos sinsabores. Que el devenir de los acontecimientos nos devuelva pronto nuestro nuevo año con sus previas, nuestras pipas, nuestros domingos al sol y la vuelta con la alegría o el desasosiego pintado en los ojos, por donde se ve mirar al Betis.

Comienza un año nuevo que deja a once futbolistas huérfanos de aliento, sin que les acaricie la brisa de las banderas al viento, sin minuto veintiséis y sin el eco del no puedo vivir sin ti, no hay manera que nos centrifuga el alma en el primer minuto de los ochenta y nueve restantes. Huérfano se queda el himno, serpenteando entre las butacas envuelto en un vacío sonoro y una frialdad impropia según nuestra razón de ser. Comienza el año sin taquillas, sin reencuentros, edulcorado con una renovación virtual de la fe verdiblanca seguida del agradecimiento del club por una fidelidad y una lealtad que no necesita justificación, ya que el amor que nace de los tiempos difíciles es una de las trece barras de su escudo. Y a pesar de que llevemos a cuestas demasiados partidos con más desastre que gloria, sobre el pentagrama donde laten las trece barras que marcan los latidos de tu corazón y el mío desde que el Real Betis se nos metió dentro dejándonos a cincel y martillo ese sentimiento de humildad y majestuosidad, solo podemos encomendarnos a la ilusión y entonar la melodía que habla de que nadie dijo que ser bético era fácil, pero sí emocionante y extraordinario.

Apelemos a esa ilusión que nos estaba esperando un domingo de mediados de septiembre en los estertores de un partido, escondida entre los tacos de la bota de Tello, en los minutos negados a Láinez y en el gesto de un entrenador increpándole al portero, por fin un portero, para que tras el gol, reanudase el juego sin demora. Motivos suficientes para no empezar este inicio de liga con mal sabor de boca, sin atragantarnos con las uvas ni dejar la túnica colgando de la puerta del armario por culpa de la lluvia, que aunque seamos de sobra conscientes de la irracionalidad y la anarquía bética, no empezábamos una Liga ganando desde que a mi amigo Carlos le salió Calderé en los cromos de Panini y eso, ya es motivo de sobra para que la ilusión del bético sea incontenible.

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