JJ Barquín @barquin_julio Cada vez me afectan menos las polémicas deportivas de esta ciudad. Llevo tiempo instalado en un estado de relajación y desahogo gracias a los consejos de mi filósofo de cabecera, el amigo Jon Pascua. No es que todo me resbale pero comienzo a ver las cosas con otra óptica, con otra intensidad. Supongo que también influye la distancia que ofrecen los años y la experiencia, que permiten percibir los acontecimientos de manera muy distinta. Se lo recomiendo a todos los que quieran vivir relajados y felices.

Pero ese estado, no me aleja de la realidad y de valorar diversas cuestiones. La última polémica ha surgido con un dirigente, una bufanda y un lamentable insulto. Las redes han sido el habitual campo de batalla donde expresar la indignación por las lamentables imágenes del pasado viernes. La ofensa impresa en la bufanda, que orgullosamente mostraba a todo el mundo el presidente de la Federación de Peñas Sevillistas, ha encendido la mecha del debate.

Además de la lógica indignación de muchos béticos, el asunto no debería dar mucho más juego entre los aficionados pues la evidencia no permite la discusión. El sujeto se ha retratado públicamente y además, al intentar esconder su mala educación y su visceral odio, ha demostrado con sus explicaciones que como dice el proverbio, “es mejor permanecer callado y parecer tonto, que abrir la boca y disipar todas las dudas”.

La gravedad de la situación es que estamos hablando de un señor que ostenta un cargo dentro de la institución que habita en el barrio de Nervión. Por esa razón, el menosprecio y el penoso insulto que reflejaba la bufanda, debería haber generado la inmediata disculpa oficial del Sevilla FC y la dimisión de su cargo. Hasta el momento, no ha sucedido ni lo uno ni lo otro y eso lo más escandaloso porque no es de recibo que un club que se vanagloria continuamente de su categoría y sevillanía, permanezca afónico y mirando para otro lado. No es un comportamiento digno pero como suele pasar en la vida, se presume en demasía de lo que se carece en abundancia.

Pero lo vivido no nos debería sorprender pues han sido “muchas” a lo largo de la historia. Lo que debemos aprender los béticos es a ser una piña, a estar unidos, a remar en la misma dirección, a ser como fuimos no hace mucho. En definitiva, a mirar para dentro, a estar orgullosos de ser como somos, a no envidiar a nadie ni a nada, a seguir trabajando para mejorar cada día pero sin fijar la vista en otros. Con esa fórmula podremos construir un futuro mejor, sabiendo también siempre de dónde venimos para saber encajar los palos deportivos. Para los azotes de mala educación debemos hacer caso a Tolstói cuando escribió aquello de “a un gran corazón ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa”.