Reyes Aguilar @oncereyes Hacerse grande era difícil, decía la campaña de abonos de la temporada en curso, aquella sin pellizco y actores fríos donde entre otras cosas nos pedían paciencia, ambición, compromiso y humildad. El bético no necesita que nadie le diga cómo tiene que ser bético, solo quiere que le demuestren de una vez, sin falsas esperanzas y tantísimas decepciones, que el Real Betis es grande perdiendo con sangre y ganando con corazón, compitiendo. Los béticos estamos siempre ahí, estaremos y estuvimos, no necesitamos que nadie venga a convencernos de lo que de sobra sabemos hacer, quererlo más cuando más lo necesita, defenderlo y formar parte de esa fidelidad a un sentimiento; el Betis son sus béticos, ahí está su grandeza.

Una fidelidad que con fe ciega apoyó al Presidente Haro y a un Consejo de Administración esperanzada en dejar atrás la decepción; los ojos de Haro dirigiéndose a los béticos ofrecían una ilusión nueva, que nos insuflaba el alma de una esperanza más verde que nunca. Luego llegó la transformación; de la libreta de dejar “fiao” pasamos a la app desde donde gestionar nuestro abono, de un Betis que cerraba bancos y tomen uztede guena nota pasamos a otro institucionalmente respetado y serio. Recuerdo las colas antaño para renovar los carnés entre sillas de la playa, números y ventanillas ovaladas donde había que agacharse para ser atendido, en las arterias de un Villamarín que ahora, a pesar de todo y gracias a ello, no se reconoce a él mismo a pesar de ser el de siempre, el que sigue sin ganar, sin luchar, sin EuroBetis, el del eterno sabor de la desilusión en los labios.

A Angel Haro le agradezco que su sola presencia represente la elegancia y la humildad que merece nuestra identidad, un hombre preparado alejado de ovaciones en los balcones, besos a estampas y bochornosos bustos en el palco presidencial. La mejoría de la institución bajo su mandato es notable; la consolidación económica, el crecimiento interno y la expansión del club en otras parcelas es incuestionable, pero el Betis sigue sin ganar, ni competir, ni escuchar el corazón de los cincuenta mil inexorables béticos de siempre. No queremos más humo, ni más fracaso, ni un vestuario acostumbrado a las lamentaciones más que a los golpes en la mesa, ni más jugadores incapaces de conectar con la química del verde con el blanco ni de correr la hierba con la leyenda que recorre el mundo entero cosida a las botas.

Su mea culpa reconociendo el fracaso del área deportiva fue un bálsamo que no alivió la castigada piel del bético, acostumbrada a oír como una letanía proyecto ilusionante, paciencia, ambición, compromiso y humildad, por ello duele tanto esta decepción, ya que la confianza depositada en alguien capacitado y con fuerza para revertirla era plena.

Ojalá que lo que queda de temporada se compita hasta el último minuto en este Villamarín silente, huérfano de su propia sangre en las gradas, ojalá que salgan a ganar, en casa y fuera y que los puntos sirvan para algo más que para eliminar la rabia de otra decepción más y ojalá que la próxima temporada no sea otro despropósito y otro empezar de cero, y no nos hablen más de lo difícil que es hacerse grande. Confío en el honor que ostenta, ser Presidente del Real Betis Balompié, y me aferro a su compromiso, aquel que refirió en la despedida de Rubí aludiendo que ahí era donde era difícil ganarle.

La grandeza del bético ya la tiene, porque sabe serlo siempre, a pesar de las dificultades.

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