Reyes Aguilar @oncereyes En cada minuto de silencio de cada partido, todos sabemos que hay un bético anónimo que se asoma desde el cuarto anillo de la gloria verdiblanca, cuyo recuerdo late omnipresente entre las trece barras del escudo. Béticos y béticas cotidianos, del barrio, compañeros de trabajo o perfectos desconocidos con el único denominador común de ser fieles al verdiblanco, aquellos y aquellas que cuando se marchan, dejan una especie de orfandad con regusto a desolación. El pasado martes se marchaba al cuarto anillo uno de esos béticos anónimos a quien conocí en esta Sevilla dual, futbolísticamente pintada de rojo y verde, que formaba parte de esa estirpe de taberneros cántabros que se establecieron en Sevilla para llenar las barras de madera con cuentas de tiza.

Llegué a casa de Paco Barquín llevada por un sevillista, como solo pasan las cosas en esta Sevilla dual, enamorándome automáticamente del  montadito de la casa, verdadera resistencia a la cocina creativa de loseta de pizarra, hojarasca tiesa, camarero torpe y hambre que tanto estila por la zona de la Alameda, donde se me ofreció la comunión perfecta entre la carne mechá, el salmorejo y el jamón como la trinchera perfecta donde refugiarme ante tanta amenaza novelera de la cocina creativa. Sobre la barra las manos de Paco, su jersey azul sin mangas, su mandil y su mirada puesta en la clientela y en el televisor. Aquella primera vez mía fue definitiva, ambos supimos enjaretar con los mimbres necesarios, la conversación para acabar hablando del Real Betis, de su grandeza, de su anarquía, de lo que nos hacía sufrir. El resto; trato cercano y la guasa que solo nos pertenece a nosotros encerrada en la vitrina añeja donde se recogen años de historia, de vivencias, goles a favor y en contra, nazarenos, costaleros, modernos y rancios, béticos y sevillistas. Casa Paco, del bar Guadiana, es lugar de encuentro de cofrades, de costaleros, de cabildos y de tertulias radiofónicas de Viernes de Dolores, de modernos y rancios, béticos y sevillistas, donde daba gusto detener el tiempo.

Bajo el toldo rojo, sobre la barra de aluminio Paco ha visto la vida pasar junto a su hijo Carlos, otro bético que como él, trae en el adn el verde de los prados de aquella localidad santanderina de origen y en el corazón ese Manquepierda de lucha ante la adversidad, que a tantas puertas llama para que nadie baje la guardia cuando toca ver como el Guadiana se esconde. Sobre la adoquinada calle Peris Mencheta, se queda para siempre el beticismo del tabernero que observaba la desembocadura del Guadiana antes de llegar al delta que forma la ojiva de Omnium Sactorum.

Descanse en paz Paco, Francisco Barquín Ochoa, el tabernero que mejor entendía ese Curro Betis de gloria o de almohadillas, ese Betis guadianesco que bautizaba su bar y su calle, aquel que orillaba en la puerta de su taberna, aquel que nunca se escondía cuando asomaba por el barrio de la Feria.

Foto: diariodesevilla.es