JJ Barquín @barquin_julio El jueves pisará las tablas del Falla, la comparsa del niño de Santa María. Sirve el nombre elegido por Martínez Ares para ilustrar este artículo y recordar a otro genio de la tacita. Decía el añorado Juan Carlos Aragón que, si los aficionados al carnaval vivieran un solo año lo que es la fiesta por dentro, la aborrecerían. Algunos hasta la odiarían. Lo mismo pasa en ese deporte llamado balompié.

El fútbol es un mar sórdido de espesura que unos cuantos dirigen a su conveniencia. Un lugar vomitivo donde reinan los más fuertes, los que saben manejarse en la traición, las intrigas, los engaños, las comisiones y la cara dura. Y dentro del fútbol está esa chusma selecta que preside Velasco Carballo y dirige deportivamente el sevillista confeso, Medina Cantalejo.

Son pura mafia capaces de hasta manipular el VAR. Poco les importan las claras y definitorias imágenes que todos podemos ver mil veces repetidas. Son gentuza escogida que vive como una auténtica caterva para destrozar la herramienta más útil en la historia del fútbol. Nadie les corrige, nadie les sanciona, nadie les alza la voz. Ni la tecnología y los avances pueden con ellos. Son un poder al margen de la ley.

En ese reino despreciable, el Betis pinta muy poco y está sufriendo arbitrajes nefastos y dirigidos. Es el equipo más perjudicado tras la intervención del VAR en la Liga. A eso añadan las jugadas que no se han consultado. Con cuatro o cinco puntos más, piensen dónde podrían estar los hombres de Rubi. Pero con Medina Cantalejo y otras amistades peligrosas, el futuro del Betis se antoja imposible por muchas protestas y reclamaciones que se hagan. Las recibirán, mostrarán buenas palabras, se cubrirán un poco, pero volverán a las andadas. No lo duden.

Entre esa chusma y la nuestra, que también la tenemos, estamos viviendo una nueva temporada grosera. No todas las culpas la tienen los selectos hombres de negro. Por unas u otras razones, nos encaminamos hacia otra desilusión mayúscula, a un nuevo fiasco deportivo e institucional. Con una gran inversión, el resultado está siendo deprimente, desolador.

Debemos esperar, pero todo lo que rodea al Betis ahora mismo provoca desazón y desolación. Vivimos entre el desconsuelo, la desesperanza y la impotencia. Solamente nos queda reafirmarnos en la fe verdiblanca, esa que nos enseña que cuanto más nos duele el Betis, más se le quiere. Y acordarnos de las palabras de mi querida “Reyes Aguilar, cuando decía que el Betis es “el junco que se dobla pero que nunca se quiebra”.