JJ Barquín @barquin_julio No hay situación más patética que intentar limpiar tú imagen pública como periodista y terminar cometiendo el mismo pecado por el que te ha conocido toda la ciudad. Rafael Almansa apareció en el Sálvame deportivo y Josep se la dejó como se las ponían a Felipe II. Pero el linense volvió a demostrar que sigue sin ganarse el sueldo en la cadena que tiene como lema esa máxima sacada del Evangelio de San Juan que dice “la verdad os hará libres”.

Setién lo acusó de mentir cuando dejó caer que llamaba a ciertos jugadores para desestabilizar y para defenderse desplegó todo su grosero y mediocre arsenal de argumentos. Dijo que el cántabro era un pintor romántico que “dibuja cuadros que después no vende”, manipuló frases a su antojo y adulteró situaciones. Culminó su patética y rabiosa actuación con una mentira que lo deja a los pies del Gólgota periodístico pues afirmó que “el Betis de Setién estuvo a punto de descender en su segunda temporada”. Divinas palabras del Jefe de Deportes de la cadena papal, esa que castiga el embuste y persigue los falsos testimonios. Almansa desarrolló un discurso lleno de rencor que solamente lo lleva a convertirse en un periodista obtuso, injusto y perverso para la profesión.

Aprovechando que el romántico mentiroso trabaja donde trabaja, debería saber que la conversión pasa por uno mismo. Le convendría iniciar un retiro espiritual con alguno de sus jefes supremos para hacer una introspección personal y buscar un tiempo para conocerse a uno mismo y encontrar la paz interior. En ese retiro también podría hacer un repaso de los mandamientos y recordar el octavo, aunque a lo mejor, sus jefes tampoco puedan enseñarle mucho.

Almansa protagonizó una actuación celestial e inmaculada para dejar claro que, Dios te coja confesado, si les plantas cara a los que mandan en la parroquia radiofónica. Son capaces de cualquier cosa, hasta de no ser libres, porque como además cuentan con el sagrado perdón, les importa todo un bledo. Almansa, como muchos periodistas de esta novelera ciudad, tienen demasiado veneno inyectado y lo sacan a pasear cada vez que los protagonistas no bailan al son que ellos marcan. Desgraciadamente, son tantos episodios y tan evidentes, que ya más que indignación provocan lástima. Algunos los oyen, pocos los escuchan y casi nadie los cree. Ese es su fracaso actual.